Enrique del Río González *
Extrañamente los abogados no coincidimos en la fecha en que se conmemora la profesión; de hecho, recibimos felicitaciones a lo largo del año. El 3 de febrero se celebra el día internacional; en Colombia específicamente es el 22 de junio, día que se le atribuye al nacimiento del abogado y primer presidente venezolano después de la independencia, José Cristóbal Hurtado. No obstante, hay quienes imputan tal festejo al 14 de julio, en honor a la Toma de la Bastilla, como símbolo de la libertad por el inicio de la Revolución Francesa de 1789.
Lo cierto es que no tenemos fecha exacta, ni un motivo especial para exaltar nuestra labor, razón por la cual en el año 2012 fue presentado, sin éxito, el Proyecto de Ley 134 para que en Colombia se homenajeara a los juristas el día 7 de noviembre, en conmemoración de todos los togados que perecieron en los lamentables hechos que rodearon la incursión violenta al Palacio de Justicia en 1985.
Particularmente me ha resultado muy honroso ejercer como abogado, hacerlo representa la dedicación extrema a una filosofía de vida que va más allá del estudio de las leyes, la doctrina y la jurisprudencia; es una consagración absoluta al servicio, al ruego inteligente por la justicia y la determinación de la verdad, en procura de resolver los conflictos sociales, con la sensibilidad para entender con empatía las dimensiones de la angustia ajena, pero al tiempo, la entereza y determinación para enfrentarlo con la objetividad que solo se adquiere, paradójicamente, cuando limitamos el vínculo afectivo con la causa.
No niego que es una profesión vilipendiada principalmente mediante generalizaciones antipáticas y seguramente habrá, como en todo, quienes actúan en contravía de la deontología jurídica, pero aquello no puede ser considerado un mal general. Obviamente, los errores o defectos del ser humano, que no dependen del oficio, se reflejan en cualquier labor. Sin embargo, el abogado aparece en virtud de un conflicto, quizá por eso se le relaciona con dificultades e incluso se aprecia como un “mal necesario” y se le asocia indebidamente al problema inmerso en los hechos, con los sentimientos que provoca su representado o la tragedia multidimensional que en virtud del quehacer lo circunda.
El ejercicio de la abogacía suele ser agridulce, nos causa congoja la injusticia y somos felices ante la conquista de lo que consideramos justo; en todo caso, no será posible ejercerla sin suficiente amor, este debe brotar sin medida, así lo dijo Couture, en mi opinión, en el principal mandamiento: “Ama tu profesión. Trata de considerar la abogacía de tal manera que el día que tu hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti aconsejarle que sea abogado” y, desde ya, le hago esa honorífica recomendación a mi pequeña.
* Abogado, especialista en Derecho Penal y Ciencias Criminológicas; especialista en Derecho Probatorio. Magister en Derecho. Profesor Universitario de pregrado y postgrado. Doctrinante.
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