Por Enrique del Río González *
La dinámica familiar, sin duda, influye en la calidad de las relaciones interpersonales; por ello, la respuesta a los desafíos y cambios que posteriormente hay que enfrentar en la vida adulta, por lo general, dependen del bienestar emocional de los miembros y la capacidad de la familia para interactuar y comunicarse de manera efectiva. No en vano esta relación ha sido denominada ‘el núcleo de la sociedad’, la cual puede ser influenciada por una variedad de factores, incluyendo la estructura familiar, los roles de cada miembro, las normas y valores familiares y los eventos que afectan a la familia, como el divorcio, las enfermedades o el cambio de residencia, entre otros.
A los padres como principales guías les es exigible un comportamiento ejemplar que implique manejar los conflictos con responsabilidad emocional y de forma equilibrada con el fin de no afectar la salud y estabilidad de los menores. Por ejemplo, un momento indispensable en el que se debe actuar con la debida madurez es frente a una separación, pues los adultos no deben interferir en las relaciones que tengan los hijos con cada uno de ellos, ya que una cosa es la relación de esposos o compañeros y otra muy distinta la de padres.
Sobre esta circunstancia, el médico Richard Gardner, en el año 1985, se refirió al síndrome de alienación parental afirmando que este se da cuando uno de los padres, tras una separación o divorcio, intenta influir negativamente en la relación entre el otro progenitor y los hijos, sembrando en ellos sentimientos de rechazo, animadversión o desconfianza hacia el otro padre.
En la vida real no se puede negar que en muchas ocasiones los problemas sin resolver con la pareja son canalizados a través de los hijos con el fin de que estos formen parte de un equipo u otro, como si de una guerra se tratase, olvidando que estas actitudes pueden ser destructivas, ya que uno de los padres, o incluso ambos, manipulan la percepción del niño respecto al otro progenitor, sembrando semillas de desconfianza, miedo o rechazo que impiden una relación saludable, que llega al punto de interrumpir deliberadamente el contacto entre el niño y el padre o madre alienado.
El compromiso que se adquiere al ser padres y madres es superior; debemos comprender la importancia de fomentar relaciones positivas, incluso en situaciones de conflicto, pues los derechos de los niños prevalecen sobre las diferencias que puedan tener los adultos. Pero también se debe tener en cuenta que no en todos los casos un padre desea alienar a otro, pues los niños, niñas y adolescentes muchas veces son capaces de determinarse en ciertos momentos y tienen la facultad de decidir y sacar sus propias conclusiones de acuerdo con lo que viven, sienten y experimentan. Por ello, no siempre el odio o repudio de un hijo es por alienación parental sino por la dinámica propia de una relación familiar negativa.
* Abogado, especialista en Derecho Penal y Ciencias Criminológicas; especialista en Derecho Probatorio. Magister en Derecho. Profesor Universitario de pregrado y postgrado. Doctrinante.
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