Por Emilio Molina Barboza *
Dennis R. Judd, en ‘El Turismo y la Geografía de la Ciudad’, utiliza el concepto de enclaves turísticos señalando que estos se definen como “nodos de circuitos internacionales del capital y la cultura, los cuales están colonizando y reemplazando a los lugares locales”.
Para el autor antes citado, el enfoque del turismo moderno ya no se concentra en la promoción, divulgación y apropiación de los monumentos, los museos, los bienes de interés arquitectónicos o históricos, sino en la promoción de la escena urbana, la cual es aquella que los visitantes consumen, compuesta por espacios artificiales producidos para fomentar exclusivamente el consumo, el ocio y la entretención.
A partir de esto, sería fundamental plantearnos la pregunta sobre qué tipo de turismo nos encontramos fomentando actualmente en nuestras ciudades y, a su vez, cuestionarnos acerca de si valdría la pena dejar de concentrar la actividad turística en una zona específica, a manera de enclave turístico, para apostar por promover un desarrollo territorial de forma armónica que implique a toda la ciudad, con espacios públicos, parques, zonas verdes de calidad, con los que busquemos recrear espacios más espontáneos y evitar la generación de espacios turísticos segregados, tal como se han esforzado por hacerlo ciudades como Rotterdam, Ámsterdam y Lisboa, entre otras.
Pero intentar resolver las anteriores cuestiones resulta más interesante cuando tenemos en cuenta el ciclo de vida de los destinos turísticos propuestos por Richard Butler, quien precisó que las etapas de dicho ciclo corresponden a las siguientes: Etapa 1: Exploración; Etapa 2: Implicación; Etapa 3: Desarrollo; Etapa 4: Consolidación; Etapa 5: Estancamiento; y Etapa 6: Declive o rejuvenecimiento.
Sin pretender hacer de alarmista o posar de exagerado, puede ser de mucha utilidad identificar que la etapa de declive eventualmente inicia cuando se produce en el destino turístico correspondiente un exceso en la capacidad de carga, y comienzan a ocurrir determinados problemas sociales, ambientales y económicos asociados a fenómenos como el sobreturismo (overtourism), la turistificación, la gentrificación y la turismofobia, entre otros.
Los anteriores son fenómenos muy complejos de abordar y de los cuales ningún destino turístico se encuentra exento. Por ejemplo: ocurre la turistificación cuando se incentiva la dedicación exclusiva de la actividad del turismo, desplazándose a los residentes tradicionales de un determinado barrio, conllevando el incremento de los precios en el mercado inmobiliario, el despojo material y simbólico de los residentes, y desapareciendo progresivamente el comercio minorista; generándose otros fenómenos como el de la gentrificación, el cual consiste en un proceso de sustitución de una clase social por otra de mayor poder adquisitivo, tal como lo señala Neil Smith.
Dicho esto, podríamos decir que la turistificación y la gentrificación son la situación contraria a lo que se conoce como turismo responsable, el cual comienza a generarse cuando al menos las entidades públicas competentes, más que promover un atractivo turístico, se concentran, como diría Claudio Milano, en la gestión y planificación del destino y en la utilización de mecanismos de gobernanza turística participativa, con miras a (i) minimizar los aspectos sociales, ambientales y económicos negativos, como los que hemos mencionado; y (ii) maximizar el bienestar y los beneficios económicos para la población local, con el propósito de lograr un turismo sostenible.
Sin duda la relación ciudad, turismo y patrimonio resulta muy compleja e interesante y tiene tanto de largo como de ancho. Pero, para ir concluyendo esta columna, podemos afirmar que para lograr un turismo sostenible e inteligente resulta necesario comprender el papel primordial que ocupa el ordenamiento territorial como un instrumento necesario para tratar de controlar los eventuales excesos del turismo, para regular los usos del suelo y proponer un sano equilibrio entre la actividad turística y la actividad residencial, previendo acciones concretas de mitigación de impactos urbanísticos y ambientales; de tal forma que, desde este enfoque, se privilegie sobre todo el potencial comunitario, también como una forma de apropiarnos de nuestro patrimonio cultural inmaterial, el desarrollo equilibrado de la ciudad, la protección de nuestros recursos naturales y, por lo menos, la diversificación de la oferta turística para evitar el exceso de concentración en determinadas áreas del territorio.
* Abogado, especialista en Derecho Urbano, Docente Catedrático, asesor y consultor legal