Por Enrique del Río González *
Si hay una emoción perversa que pareciera connatural al hombre y con la misma fuerza del rencor y el amor, es justamente la envidia. Esta consiste en el dolor entretejido con desdicha, intranquilidad e infelicidad producto de las cualidades y logros del otro. Esa dañina emoción hace parte de los albores de la humanidad y por siempre ha llamado la atención de la ciencia y la literatura universal. Según la mitología romana la diosa Invidia personificaba la venganza y el odio; para los griegos los celos y la envidia eran representados en Ptono.
De acuerdo con la creencia cristiana es uno de los siete pecados capitales y aparece palpable desde la historia bíblica narrada en Génesis, cuando Caín mató a su hermano Abel. Para Dante Alighieri en ‘La Divina Comedia’, los envidiosos ocupan la segunda grada del purgatorio. En la filosofía, Aristóteles indicó que la envidia es “el dolor ocasionado por la buena fortuna de los demás”; Sócrates la definió como “dolor del alma”; y para Platón es “pesar por el bien ajeno”. Por su parte Bacon citó una lapidaria frase “Invidia festos dies non agit” lo que traduce: la envidia no guarda días festivos.
La presencia del malsano sentimiento es constante y general, hace nido en cualquier rincón y nada importa la cercanía familiar o personal, de hecho, considero que siempre se encuentra más cerca que lejos, por alguna extraña razón en aquellos círculos nace más fácilmente. Tampoco es predecible, es decir, no obedece a lógicas regulares, bien puede un afortunado sentirla por un desposeído en quien vea un mínimo destello de luz. Aquel será irreflexivo al escupir su veneno, ciego para contemplar su riqueza y estúpido al perder tiempo valioso mirando al otro con amargura.
El envidioso no solo se fija en lo material, aunque aquella mala costumbre suele ser más frecuente; en muchos casos la personalidad, intelecto, respeto e incluso la tranquilidad son objetos de malquerencias. Hoy podemos apreciar con más nitidez estos fenómenos ya que el advenimiento de las redes sociales ha permitido que se muestre el derroche o se aparenten bienes y felicidad, lo que representa un caldo de cultivo ideal para despertar y sentir la oscura sensación asociada a una percepción interna de inferioridad.
Es necesario distinguir la pecaminosa conducta del acto sano y loable de emular, este le sirve de motor impulsor a la sociedad, representa la inspiración, seguir una huella o modelo digno, sin engendrar ninguna pasión negativa, por el contrario, gozarse del bien ajeno y aprovecharlo para el crecimiento personal, esa es la dinámica social adecuada, la que nos llevará al anhelado éxito.
Tomar la felicidad ajena como propia es una actitud amorosa e inteligente que nos permitirá mandar a la envidia de vacaciones para siempre.
* Abogado, especialista en Derecho Penal y Ciencias Criminológicas; especialista en Derecho Probatorio. Magister en Derecho. Profesor Universitario de pregrado y postgrado. Doctrinante.
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