Por José David Vargas Tuñón *
Con frecuencia persistente insistimos en recitar aquella famosa mentira que al parecer se ha convertido en la más famosa de todas, ya que es la primera que se nos viene a la mente cada vez que alguien nos pregunta cómo estamos. Esta es: «todo está bien«.
Y así respondemos siempre, independientemente de que estemos bien, regular o mal, por la absurda pretensión de imponernos máscaras a nosotros mismos con el fin de lucir bien ante la increpante mirada de los demás, que casi siempre juzgan y nos hace sentir inferiores.
Este es un asunto que es importantísimo cambiar, pues la salud mental juega -querámoslo o no – un papel preponderante en la vida cotidiana de todo ser humano.
Si bien es cierto que en ocasiones resulta penoso platicar acerca de los problemas que circundan nuestras vidas, es necesario hacerlo, con el fin de alivianar las cargas que llevamos a nuestras espaldas y que, con el pasar del tiempo, nos subyugan ante el agujero negro en que se ha convertido el derrotero de nuestra subsistencia.
Eso sí, a la hora de abordar las penurias que nos afectan como humanos hay que hacerlo con la persona correcta; aquella a la que se le pueda confiar enteramente los sentimientos que, como una irrefrenable cascada, brotan del interior de nuestro ser.
Así las cosas, si en algún momento la vida y las circunstancias propias del momento nos llevan a colocarnos en el papel de interlocutor de alguien que nos confía sus problemas, sus inseguridades y sus más profundos secretos, hay que tomar la actitud de fiel confidente, sin pretender juzgar las situaciones que se noes están confiando, pues nunca podremos llegar a conocer con suficiencia las realidades internas de cada persona.
Conforme a ello, así esta no sea la naturaleza propia de lo que acostumbro a escribir en este portal que generosamente me abrió sus puertas, pues no soy psicólogo y mucho menos amante de la literatura de autoayuda, siento que es mi deber moral tratar de apoyar anímicamente a quienes hoy cumplen el rol de interlocutor.
Y a estos les digo que no está mal sentirse bien, pero que también es necesario normalizar el sentirse mal para intentar encontrar soluciones a los hechos que nos mortifiquen y no ir arriesgarnos a toparnos con problemas inocuos ocasionados por un juzgamiento castigador.
Por consiguiente, para robustecer la esencia del ser humano debemos comenzar primero por ahondar en su salud mental, ayudarlo en lugar de juzgarlo y acompañarlo en lugar de hacerlo depositario de los fríos brazos de la soledad. Pero, por sobre todas las cosas, advertirle que en ocasiones está bien sentirse mal.
* Abogado y estudiante de Historia
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