Por Álvaro González Álvarez *
Las nuevas declaraciones de Aida Merlano pusieron nuevamente en el ojo del huracán al clan de los Char. Hay aún mucha tela por cortar en este caso que mezcla los amoríos con dos caciques de la política costeña con acusaciones de presunta corrupción por compra de votos, componendas electorales, intimidación, complot para asesinar, violación y aborto. Truculento. Nada que envidiarle a la serie de Netflix ‘House of Cards (Castillo de Naipes)’. Merlano afirma que no dejará títere con cabeza. Como dicen los gringos: «when shit hits the fan…» (cuando la mierda pega en el ventilador… todos salen untados).
En lo personal, lo curioso del destape son las reacciones de algunos colombianos, en especial los de la costa Caribe.
Primero, me sorprende sobremanera las declaraciones en redes sociales de personas que conozco, incluso líderes políticos, en donde se nota una argumentación en defensa de Álex Char. Unos hicieron uso del regionalismo costeño o crearon teorías de conspiración ligando a la Revista Semana (un medio de derecha) con un complot orquestado desde el Palacio de Miraflores en Venezuela (que representa un ala de la izquierda suramericana). Otros hacían apologías a la infidelidad de los políticos. Se vieron comentarios como:
«Un hombre que se toma una foto con la moza no le teme a la guerrilla. Tiene mi voto asegurado».
«Hombre, no lo están eligiendo para el esposo del año […]».
Quiero aclararles a los lectores que mi escrito no es un tratado de moralidad, ni mucho menos morronguería de mi parte. Cada quien hace de su capa un sayo. No obstante, recuerden que no estamos hablando de mí o de usted, que hemos podido ser infieles en algún momento de nuestras vidas. En términos costeños más coloquiales: muchos están poniendo a Álex Char al mismo nivel de Juancho, el cachón del barrio, que es un bacán porque se manda las frías en la tienda de la esquina. Señoras y señores, nos estamos refiriendo a una persona que aspira ser el presidente de Colombia. El líder de todo un país.
Lo segundo es que varios tratan de disgregar los eventos como si fueran aislados, cuando en realidad hacen parte de un todo: los árboles no dejan ver el bosque.
¿Por qué digo todo esto? Porque a los políticos debe siempre exigírseles unos estándares más altos que al ciudadano promedio. Uno de los atributos más importantes que debe tener un líder es la confiabilidad. Esto lo explica bien el motivador Simón Sinek en una charla en donde habla de la correlación que hay entre el desempeño (performance) y la confianza (trust) (ver video aquí). En una conversación con los Navy Seals, Sinek les preguntó bajo qué criterios ellos escogían a los miembros del Seal Team 6 (la crema y nata de la organización). Relatan los Seals que la confianza es vital y que prefieren a un miembro con rendimiento medio o bajo y con alto grado de confiabilidad a uno con alto rendimiento y baja confiabilidad, ya que este último tiende a ser un líder o miembro tóxico para el grupo.
Malas noticias para el tuitero que opinó «Prefiero un candidato infiel, pero que tire buen cemento […]».
¿Están sorprendidos por lo que afirman los Navy Seals? Pregúntenles a los profesionales de recursos humanos la relevancia de los atributos que revelan ciertas pruebas psicométricas, sobre todo para los cargos de liderazgo.
Guardando las proporciones y de todos los casos que hay, la chivateada de Merlano me recuerda a la otrora figura del partido Demócrata y gobernador del estado de Nueva York en 2008, Eliot Spitzer. Antes de que el mundo supiera quién era Obama, en Estados Unidos ya se hablaba de Spitzer no solo como futuro presidente, sino como el primer presidente judío del país. Spitzer es un millonario abogado, egresado de Princeton y Harvard, quien fue también fiscal general del estado de Nueva York (1999-2006), en donde combatió fraudes financieros (se le conocía como el Sheriff de Wall Street) y persiguió redes de prostitución. Irónicamente, su carrera hacia la Casa Blanca, así como su vida política y eventualmente su matrimonio, se fueron a pique por culpa de un escándalo de prostitución.
Dada la sanción social y el costo político que representaba tal escándalo para su partido, al exgobernador le tocó dimitir de su cargo. Sea por obligación, por la gravedad de los cargos, por sus principios o simplemente porque así lo dictaba la jerarquía del cargo, Spitzer hizo lo mínimo que se espera de un líder: presentar excusas públicamente y salir por la puerta de atrás sin hacer mucha bulla y manteniendo un bajo perfil (leer las disculpas en El gobernador de Nueva York dimite por el escándalo de prostitución).
Vale la pena aclarar que Char no es ni la mitad del hombre brillante que es Spitzer. Sin embargo, ahí seguirá en la carrera a la presidencia sin que le rinda cuentas a nadie y con el respaldo de una parte de la población colombiana, que, dicho sea de paso, está acostumbrada a ser poco exigente con quienes escogen como líderes.
Y el futuro es desesperanzador, porque parece que miles, que incluso no son adeptos de Char, no pueden siquiera leer entre líneas: con todas las acusaciones que hay, imagínese uno ver el mensaje de Álex a Aida «tú serás mi senadora y yo tu presidente» y no inmutarse y/o analizar la connotación de esa sencilla declaración de haberse materializado. Algo así como Cleopatra y Marco Antonio.
Realmente a los colombianos nos falta mucho para madurar el voto de opinión.
*Doctor (Ph.D.) en Recursos Hídricos e Ingeniería Ambiental. Con licencia de Ingeniero Profesional (P.E.) en el Estado de Nueva York. Ingeniero consultor senior, investigador y docente en EE.UU. en el área de la hidrología, hidráulica, sistemas de conducción y bombeo de agua potable y residual, y sistemas de tratamiento de agua potable y residual.