Por Danilo Contreras Guzmán *
Escribo esta nota la noche de un lunes que se vislumbraba como una jornada caótica, de destrucción y vandalismo por cuenta de la declaratoria de guerra lanzada irresponsablemente por el alcalde William Dau contra los mototaxistas que anunciaron protestas que paralizarían la ciudad, a raíz del decreto de 6 de enero de este año que aumento a dos los días sin moto y ordenó pico y placa para este tipo de vehículos de lunes a viernes; medidas que obviamente redundan en menores ingresos para los moto trabajadores cuyo sustento proviene de la prestación del mencionado servicio informal.
Ninguno de los terribles disturbios presagiados por el burgomaestre ha tenido lugar. Por el contrario, los líderes del movimiento de mototrabajadores nuevamente estuvieron dispuestos al diálogo.
Dau había dicho días antes textualmente: “Si los mototaxistas deciden traer caos a Cartagena paralizando el tráfico, tengan la certeza que tendrán el Esmad, y si es necesario, militarizamos la ciudad, pero ya no van a chantajear más a la ciudad de Cartagena”, según se hizo constar en la nota periodística ‘«Este es el momento de hablar de fondo sobre el problema del mototaxismo en Cartagena»: William Dau‘.
En la nota quedó patente el evidente afán de estigmatizar al gremio y de paso la protesta al señalarse que Dau, “en su enérgico pronunciamiento«, comparó el caso de los mototaxistas con los de los «muchachos de barrio que se meten a las pandillas y se vuelven violentos porque se sienten seguros, tranquilos, rodeados de otras personas del ‘bonche’ que piensan como ellos, y se creen fuertes, poderosos”.
La zozobra cundió y las reacciones ciudadanas en redes sociales y artículos de prensa no se hicieron esperar bajo el acicate del miedo aupado por las declaraciones del alcalde.
No pocos buenos y tranquilos conciudadanos reincidieron en las generalizaciones que, cada tanto, acusan al personal dedicado al mototaxismo como “bandidos”, “abusadores que no respetan ninguna norma”, entre otras lindezas, al punto que una amiga, usualmente calmada, se descargo en un chat afirmando que los mototaxistas eran una verdadera “plaga”.
Este último epíteto me alarmó, pues inmediatamente recordé como en Ruanda, en la década de los noventa, los lideres Hutus promovieron en medios de comunicación una retórica que calificaba a la etnia Tutsi como “cucarachas” que no merecían vivir. El resultado tenebroso de ese señalamiento fue el genocidio que conoció la humanidad y que dejó entre 500 mil y un millón de asesinatos.
Estas reacciones me hicieron entender que el alcalde había conseguido su objetivo que sin duda era mostrarse, como lo dejó consignado en su eslogan de campaña, como “el salvador de la ciudad”, y de esa hábil manera seguir ocultando su absoluta incapacidad para ofrecer soluciones reales a los graves problemas de toda índole que tienen a la ciudad sumergida en la indignidad.
Demasiados aplaudieron el autoritarismo de un alcalde que amenaza con el ejército a ciudadanos en ejercicio de la protesta legítima, como verdadera demostración de la autoridad que hace falta aplicar a estos ciudadanos que por su condición de “vándalos” y “bandidos”, no merecen la garantía de derechos que es obligación del Estado en relación con los gobernados. No se distingue entonces que autoritarismo no es lo mismo que autoridad.
Tres fenómenos se patentizan en Cartagena por cuenta de la situación comentada:
Demagogia
Sin ir muy lejos, Wikipedia ofrece una sencilla definición de demagogia al señalar que se trata de “una estrategia utilizada para conseguir el poder político que consiste en apelar a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público para ganar apoyo popular, frecuentemente mediante el uso de la retórica, la desinformación, la agnotología (estudio de la ignorancia culturalmente inducida) y la propaganda política”.
No creo que la racionalidad sea un atributo destacable del señor alcalde, pero sin duda cuenta con gran intuición que le permite desarrollar las dotes de un verdadero demagogo.
En efectos, en el caso comentado, Dau demuestra que apelando a prejuicios y generalizaciones como la de estigmatizar a los mototrabajadores como bandidos y vándalos, consigue el fácil apoyo de una ciudadanía que, bajo el influjo del miedo y la desinformación, ve en una protesta para exigir derechos la posibilidad de un caos desatado de destrucción y violencia.
Sin embargo, en su campaña, el doctor Dau no tuvo el más mínimo rubor en señalar, en un debate televisado por Noticias Caracol, que “no restringiría el parrillero porque es discriminar al pobre…”. Sin duda un caso paradigmático de populismo y manipulación, digno de análisis académico, salvo mejor criterio de quienes aún ven en Dau a una especie de Batman criollo.
Aporofobia
Por estos días estará en Cartagena la pensadora española Adela Cortina, quien ha acuñado en sus trabajos el término ‘aporofobia‘ para “designar el rechazo, aversión, temor y desprecio que se dirige al pobre, al desamparado, al que supuestamente no puede devolver nada a cambio en un mundo” signado por el consumismo.
Considero que un gran segmento de la población que se autoconciben como ciudadanos cumplidores de las normas y con mejores atributos éticos y morales, se reafirman demonizando a grupos sociales específicos con los que no se identifican, visualizándolos como los causantes de graves males que no tienen nada que ofrecer al sistema aparte de los traumatismos e inquietudes que su actividad o condición generan.
Está demonización legitima la ausencia de esfuerzos estatales para asumir la compleja solución de fenómenos como el mototaxismo, de modo que la única respuesta del Gobierno es la represión, la cual es bien recibida por ciudadanos que no siente la más mínima empatía por los informales que evidentemente introducen factores de desorden en la ciudad.
Mototaxismo
La ciudad debe comprender que estamos frente a un fenómeno en esencia económico y que como tal los prejuicios y las estigmatizaciones en nada contribuyen a su resolución.
En efecto, en una economía que carece de potencial estructural para acoger la fuerza laboral disponible, se producen dinámicas que lanzan a los desempleados a recabar su sustento en actividades como el transporte informal de personas, lo que encuentra caldo de cultivo en el Sistema Integrado de Transporte Masivo -Transcaribe-, que ha sufrido tropiezos desde su concepción e inicio de operación, de modo que no se consolida como medio de movilización eficiente, barato y de calidad con acceso a todos los barrios de la ciudad. Esos defectos son suplidos por el mototaxismo.
Considero que la situación, así entendida, puede ser revertida en el largo plazo si se aplica con constancia y seriedad una política pública que ofrezca alternativas de reconversión y oportunidades laborales a los mototrabajadores y mejore el Transcaribe.
Pongo un ejemplo que tal vez puede servir de símil. Hasta hace poco proliferó una economía popular alrededor de los denominados SAI, puestos informales ubicados en espacios privados y públicos en donde se vendían llamadas por celular que se cobraban por minutos. Esos negocios han venido desapareciendo con la misma rapidez con que aparecieron por cuenta del avance tecnológico y el abaratamiento de la oferta de celulares en el mercado.
Si se ofrecen alternativas a los mototaxistas y se avanza en calidad, eficiencia y multimodalidad del SITM disponible para la ciudadanía que necesita movilizarse, quizás en unos años podremos decir que el mototaxismo es cosa del pasado.
* Abogado y especialista en Derecho Administrativo y Maestría en Derecho con énfasis en Derecho Público.