Por Luis Ramírez Castellón *
Ya hemos advertido los maestros del mundo una y otra vez sobre la profunda crisis que dejará la pandemia a la educación, más allá del esfuerzo que hicimos y estamos haciendo desde el día en que las escuelas fueron cerradas o trasladadas abruptamente a nuestros hogares y a los hogares de nuestros alumnos, en un hecho sin precedentes en la historia de la humanidad, por lo menos en el último siglo.
Según datos de la Unesco, citados por Fernando Reimer, un destacado profesor del Programa de Política Educativa de la Universidad de Harvard, 131millones de alumnos del mundo han perdido tres cuartas partes de su aprendizaje, cerca del 27 % de los países siguen teniendo los colegios total o parcialmente cerrados, entre ellos Colombia, donde solo 7.070.145 de los estudiantes han regresado a clases, perdiendo 1.8 billones de horas de aprendizaje presencial y lo que es más grave y perverso, por decir lo menos, 22 mil niños dejaron de recibir educación preescolar en este momento de excepción.
Advierte Reimer que «si no se toman las medidas pertinentes, podríamos estar a las puertas de la mayor calamidad educativa de dimensiones incalculables, con un riesgo real de retroceder 10 o 20 años en muchísimos países«, dado el desinterés o la poca atención de gobiernos como el nuestro, donde la Educación no constituye un elemento fundamental de su agenda y cuyas políticas no están alineadas con los Objetivos del Desarrollo Sostenible y, más concretamente, con el Objetivo 4, de Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de Calidad y promover Oportunidades de Aprendizajes durante toda la vida para todos, propiciando recursos robustos y oportunos que posibiliten el advenimiento de una enseñanza capaz de recuperar el tiempo perdido, aprovechando la experiencia y las falencias que develó la crisis sanitaria y social y poder concebir una escuela diferente a la que dejamos, con un currículo orientado y definido más hacia la vida, el pensar, el discutir y hacia la valoración del otro, desde el ser, hacer y saber hacer.
En ese orden y en esa dimensión político – social, ubicándonos en el contexto nacional y local, es urgente y necesario que quienes ostentan el poder y la capacidad decisoria en las políticas públicas del sector, conciban un realinderamiento y una revisión de su gestión, capaz de propiciar un mejor escenario para enfrentar el nuevo reto y la nueva dimensión de la escuela, que se sobreponga a la letra fría de los planes de Desarrollo, a los lineamientos neoliberales del mundo globalizado y a las miopes posturas de quienes sin conocimiento de causa, desde otras instancias de poder, piensan y conciben la educación no como una inversión en términos de posibilidades y de transformación social sino como un gasto, apropiando desnutridos recursos para su funcionamiento y su dinámica curricular, desde su condición de espacio de construcción de pensamiento.
En ese panorama, es el momento de consolidar una gran apuesta por la educación y por la escuela, que concite la voluntad de todos los actores. No podemos olvidar, en el caso nuestro, que Colombia y especialmente Cartagena tienen un gran rezago, derivado de su inequidad y de su desprecio por la naturaleza transformadora de la educación, desde un enfoque de derecho y de atención, en correspondencia con la Constitución y la Ley.
La existencia de la pandemia y su inminente prolongación en el tiempo debe dejar de lado la centralidad, la inercia y el trato paquidérmico que se le ha dado a la educación en el país. Es momento de actuar con mayor sindéresis y celeridad en la atención de la situación, so pena de profundizar aún más la brecha de la inequidad social.
Mañana es demasiado tarde y «tenemos que evitar hablar de generación perdida«.
* Rector de la I.E Soledad Acosta de Samper