Por Nury Esther Pérez Márquez *
Las crisis económicas, las necesidades materiales, las elecciones subjetivas del momento y las faltas de afecto y de valores morales se han convertido en los desafíos más determinantes de los países subdesarrollados, los cuales llaman la atención de acuerdo a los intereses que identifican a cada colectividad entre sí, asemejándose a las problemáticas sociales existentes, marcando repentinamente la vida de muchas personas.
La difícil situación económica, sumada a la inseguridad social -por robos, secuestros, desapariciones forzadas de menores, abusos y acosos sexuales, etc. – han venido generando estragos a nivel psíquico, emocional, social y familiar, convocando a gran parte de la población a elevar voces de protestas desgarradoras que exigen ser atendidas frente a la panorámica devastadora que no cesa, no acaba, no se calma, y que indigna y sigue doliendo en el alma de cada individuo que la vive en carne propia y la siente suya.
Frente al temor de no encontrar más formas de manifestar el dolor ante la precariedad del ahogo, que imposibilita una vida sosegada en el aquí y el ahora, partiendo del instinto de subsistencia, solo queda el el grito exasperado en busca de consuelo y apoyo; un angustioso llamado a la solidaridad y la sensibilidad de los semejantes, confiando en personas que pueden hacer algo para encontrar una pronta solución que contribuya a un nuevo respirar, esperando que ese ‘algo’ del que se tiene fe se reciba de la forma en que se anhela, porque siempre es posible ofrecer alternativas en favor de los demás.
Las necesidades frecuentes de resolución y respuestas se incrementan con el paso del tiempo. A simple vista pareciera no pasar nada nuevo; no encontrar un respaldo sólido que mitigue la ansiedad; la depresión que invade el sentir, al escuchar a diario noticias desalentadora sobre la realidad que al ser humano le ha tocado padecer por no acertar en la manera de conectar a otros desde el sufrimiento interno que mueve las fibras personales de cada familia; que vive su propio calvario; que lleva la cruz que le tocó porque sí. Y, además, sin razones lógicas permitidas en la tristeza del flagelo que surgen de manera no programada, sumergidas en un estado de negación de protección, con el fin no querer aceptar lo que está ocurriendo alrededor de las emociones desbordadas que salen a flor de piel, oprimidas en el abatimiento único que no logra ser resuelto.
Es cierto que estas problemáticas sociales, lamentablemente, ya se asumen como ‘normales’, teniendo en cuenta lo que siempre ha rodeado al ser humano. Sin embargo, las consecuencias de esa ‘normalidad contextual’ ha incitado a un empoderamiento negativo en la dinámica mental de aquellos individuos que, en su aparente raciocinio, cometen actos vandálicos desproporcionados sin importar las secuelas de esa decisión consciente, determinada y ejecutada, arrastrando consigo la bondad de unas víctimas que no eligieron ser parte de esas carencias y faltas ajenas, las cuales han sido determinadas como el producto terminable personal reflejado en lo que hacen y trasmiten.
Por supuesto, deben tener, sin duda, orígenes enraizados basados en el odio y la negatividad, ya que definitivamente no se puede dar de lo que no se ha recibido. Pero sí se puede maximizar lo que daña, lo que corroe la tradición, y más cuando el sentir no conserva un impulso más allá de lo que corrompe al alma y envenena al espíritu en la búsqueda de su afanosa e incansable necesidad personal.
Son dinámicas mentales frecuentes que no se revelan desde lo aparente, sellan la existencia y dejan huellas imborrables en cada sujeto que experimenta emociones reales en un medio tan desalentador, inundado de acciones egoístas, egocéntricas, ambiciosas, carentes de conocimientos y razones altruistas, como si de verdad se tratara de un ‘dominio’ sobrenatural hacia el otro, desviado de una sujeción de un “equilibrio mental” que excede los límites del pensar y apreciar desde su óptica motivacional, constituyendo un argumento confusamente creado e imaginado detrás de la acción malévola que simboliza, para sí mismo, un estado completo de bienestar en su salud mental.
* Psicóloga, magíster en Desarrollo Humano en las Organizaciones, especialista en Psicología Clínica con énfasis en Salud Mental.
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