Por Rafael Vergara Navarro *
Antes de ayer: jueves 24 de diciembre, me acompañaron las voces de niños que alegres entonaron villancicos en el mundo, refrendando una fe, una sincera felicidad que compartimos creyentes y no creyentes. Fue un día en que afectos y regalos activaron sentimientos, quereres; y resaltaron distancias y diferencias.
No fue para menos: se celebraba el nacimiento en Judea, Palestina, del gran demócrata, el hijo del pueblo cuya existencia marca un antes y un después. El hijo del Dios de los pobres y los ricos, de los poderosos y los oprimidos, de los conquistadores y los derrotados, de los enfrentados a muerte. Él vino a cosechar paz, amor, justicia y lo ha hecho, pero ha sido usado y abusado en esta infame guerra que calcina a la humanidad en crisis y ahora con pandemia. Quise ser cura y en mi búsqueda bajé a Cristo de la cruz, me dolía y duele verlo torturado, odié y odio la traición, el imperio y el sanedrín, la mala fe, la mentira. Lo amé y amo su valentía y feminismo: “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Exalto en estos tiempos de excesos, verlo con pasión sacando a los mercaderes del templo: el consumismo, la corrupción, los fanatismos que son obstáculos en el camino. Me tocó el tiempo del sisma y viví con intensidad a Camilo Torres, perseguido por ofrecer una iglesia abierta como Jesús, más allá del pecado, los intereses de dominio y el fanatismo, por ser demócrata y asumir la opción por los pobres. Padre, ¿el alma es mortal o inmortal? “El hambre es mortal”, respondió. La teología de la Liberación democratizó la iglesia y sembró la tierra de curas y laicos comprometidos con la justicia social y ambiental.
Admiro los apóstoles de paz como el padre de Roux y tantos más. Opté por respetar la multiplicidad de iglesias, opciones y dioses, ser libre pensador. El liderazgo de Francisco, el Cristo que le fluye y su visión y orientación de cuidar la Casa Común, descarbonizarla, derrotar el hambre y la injusticia, son obligaciones de los creyentes, y en mi caso el complemento de las voces y mensajes que me da la Naturaleza.
Celebro a Jesús porque valoro el ejemplo de dar la vida por una causa y por los valores admitidos que, sin permiso, sembraron en mí en tiempos del concordato. Valga recordar que la educación es laica y no debemos hacernos trampa.
El amar al prójimo más que a sí mismo, el ser justos, la contrición y la enmienda, la grandeza, la crítica constructiva, el respeto a la diferencia y a los dineros públicos que son sagrados, superar la incultura del atajo, el derecho a no tener derecho, y hacer la paz con la Naturaleza y entre nosotros, fueron y son mi obsequio a la reflexión en este día de felicidad.
* Abogado, ambientalista, gestor de Paz y director del Ecobloque
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