Por Euclides Castro Vitola *
En 1926 el laureado fisiólogo ruso Iván Pávlov publicó su famosa teoría ‘Conditioned reflexes’ (Reflejos condicionados) en la que se basaron incontables científicos, sociólogos y psicólogos en todo el mundo para tratar de entender algunos detalles complejos de la mente humana.
Se denomina reflejo condicionado a un comportamiento que se produce en respuesta a un estímulo que no ocurría de manera natural, y que debe ser aprendido por el individuo asociando un estímulo fuerte a un estímulo neutro.
En sencillas palabras que hasta un simpatizante de Trump o Maduro pueda comprender: el reflejo condicionado es ese impulso que obligaba a salir corriendo a la casa de los padres, siendo niño o preadolescente, a pedir dinero cuando veías a un vendedor de helados, de butifarra o, incluso, de helado con butifarra. En la adolescencia se evidenciaba fácilmente cuando tu novia te anunciaba la soledad de su hogar y tú sentías un saludo nazi en los pantalones.
Por eso, cuando leí el titular de prensa que afirmaba que Colombia tenía listas 20 millones de dosis, automáticamente pensé que el Gobierno Duque había decidido, de una vez por todas, hacerle caso al exembajador Sanclemente para diversificar la reactivación económica del país y poder mantener todos los subsidios -al menos – hasta después de las elecciones presidenciales de 2022.
Inevitablemente, hay cosas que nos remiten a otras; estamos condicionados para ello. Por eso, siempre que escucho «Alberto, sobrino y el Yorbi«, pienso en fiesta; si veo a Rodrigo Rendón, forzosamente pienso en fracaso; cuando alguien me pregunta si quiero ser mi propio jefe, estoy seguro que se viene una charla motivacional para convencerme de entregarle tres millones de pesos a un avivato y convencer a tres huevones más de repetir mi estupidez; cuando veo una bolsa pienso en Petro; y si veo a un senador del Centro Democrático mi imaginación -inmediatamente – vuela intentando adivinar por cuál delito estará siendo investigado.
En la calle también se produce este efecto cuando escuchamos chistes de suegras; automáticamente pensamos en brujas lenguaraces, groseras y gordas, porque ese es el estereotipo machista que se emplea en el humor arcaico de las madres de nuestras parejas. El caso es tan grave que se ha llegado a afirmar que Dios no habría podido crear a la humanidad de haber tenido que convivir con su suegra: «¿qué estás haciendo?, ¿y tú sí sabes hacer eso?, mira, esos te quedaron muy quemaditos; ¡Tú si inventas, oyeeee!» Otra prueba sería que tuvo que buscar un vientre de alquiler.
Otro reflejo muy arraigado en la sociedad actual es la de etiquetar todo. Te ven mal vestido y sin ningún atisbo de buen gusto y de inmediato te tildan de reggaetonero. Si eres mal estudiante, tus padres van preguntando en seguida por un curso en la Policía; y si te acuestas con 10 amigos, de una te etiquetan de marica.
Pero, sin temor a equivocarme, hay una conducta automatizada a lo largo de la historia y tiene que ver con la disposición instantánea a hablar bien de los recientemente fallecidos. Ese comportamiento ha generado la máxima de que «no hay muerto malo«. Lo mismo pasa con la familia; prácticamente nadie se atreve a hablar mal de sus seres queridos, aunque, ¿ustedes se imaginan lo fea que debía ser la abuela de caperucita para que un lobo disfrazado la confundiera?, nunca lo sabremos. En todo caso, la verdadera lección de ese cuento la da el lobo: mastica bien cuando comas.
Hace poco más de 48 horas falleció El Diego. Pensar en él era sinónimo de controversia, ya fuera por la instantánea comparativa con Pelé o por su vida fuera de las canchas. Lo cierto es que no había manera de pronunciar su nombre sin pensar en carisma, en política y en talento. Nos dejó la magia; el único capaz de marcar el gol más famoso en la historia de los mundiales, solo para, minutos después, marcar otro infinitamente mejor. Murió el más humano de los dioses. Cuando escuchas ‘Maradona’, piensas en fútbol.
Para no olvidar: la nobleza de mi amigo William Torres en El Campestre, capaz de perdonar a su victimario, un sujeto equivocado por su visión distorsionada de un mundo que le resultaba opaco, injusto y cruel.
* Abogado, periodista y consultor político
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