Por Rubiela Valderrama Hoyos *
Desde el 14 de marzo, justo cuando iniciaba el confinamiento por la pandemia Covid-19, advertí por este medio (leer artículo ‘Del coronavirus y otros males peores‘) que había peores males que nos azotaban de manera discriminada, pero que estaban normalizados por la perversa cultura patriarcal que nos habita. Ahora bien, además de las violencias basadas en género, tenemos la sobrecarga de trabajo doméstico que están experimentando las mujeres por el confinamiento.
En un excelente análisis realizado por Ana Cristina González (leer ‘Crisis en tiempos de crisis‘), se plantea que “al lugar en el que ya de manera rutinaria, convencional y ‘naturalizada’, un 87,87% de las mujeres en Colombia realizan labores de cuidado, al lugar donde las mujeres trabajan, en promedio, casi cuatro veces más que los hombres, al lugar donde, al hacerse más intenso el tiempo de cuidado (número de horas por quintil de cuidado), la participación de los hombres se hace más escasa y la de las mujeres se torna casi exclusiva: en el quintil 5 de cuidado (8 horas con 29 minutos) el porcentaje de mujeres cuidadoras es de 29,8% versus un 4,4% de hombres cuidadores. Y esto, sin respetar el nivel educativo: sólo un 17,9% de los cuidadores con nivel educativo superior estuvo en los quintiles 4 y 5 (mayor cantidad de horas) de dedicación de tiempo al cuidado no remunerado, frente a un 46,3% de las mujeres cuidadoras con el mismo nivel educativo”.
Y es que la división sexual del trabajo ha producido una perversa sobrecarga para las mujeres, quienes desde tiempos inmemoriales han laborado en distintos ámbitos caza, cultivos, comercio formal e informal, industria, etc., y después de esas arduas jornadas continúan las siguientes actividades propias de la casa. Sin embargo, a las que no tienen la posibilidad de trabajar fuera de sus residencias por falta de oportunidades laborales o cualquier otra razón, se les dice: “ella no trabaja”, y justamente esa falta de reconocimiento del trabajo doméstico como trabajo fue el que propició que en el año 2010 se aprobara la Ley 1413, por medio de la cual se regula la inclusión de la economía del cuidado en el sistema de cuentas nacionales, que permite medir la gran contribución que hacen las mujeres al desarrollo económico y social del país. Así mismo, busca que sea una herramienta para definir la implementación de políticas públicas.
Entendemos entonces por economía del cuidado, a partir de la mencionada ley, en su artículo 2, como “el trabajo no remunerado que se realiza en el hogar, relacionado con el mantenimiento de la vivienda, los cuidados a otras personas del hogar o la comunidad y el mantenimiento de la fuerza de trabajo remunerado”.
En tres líneas parece poco, pero sabemos de sobra que el trabajo doméstico es un trabajo de nunca acabar, repetitivo, aburrido y poco agradecido. Y si no solo miremos lo que está ocurre en estos días de confinamiento.
Queda claro pues que sin la economía del cuidado no podría prosperar ninguna otra economía, pero como está soportada en el trabajo no remunerado de las mujeres a lo largo y ancho del país esto importa poco. Prueba de ella es que una década después de promulgarse la Ley 1413/2010 no hemos visto la primera política pública generada para corregir la sobrecarga de trabajo doméstico y para acabar la división sexual del trabajo en el hogar; por el contrario, lo que sí vemos con frecuencia son las constantes denuncias de las mujeres por violencias domésticas o intrafamiliar, que se ha exacerbado durante la presente cuarentena.
En el artículo ‘Del coronavirus y otros peores males‘ invité a practicar la igualdad. Ahora les vuelvo a invitar a cambiar los roles domésticos. Entre todos podemos hacer que la vida doméstica sea más llevadera, más agradable, y esto solo se logra si es compartida, y les recuerdo no se trata de “yo sí la ayudo”; ojo, no se trata de una ayudita: es también tu responsabilidad, se trata de fomentar las relaciones equitativas y respetuosas en casa, y con ello les aseguro que todos y todas seremos (más) felices.
* Rubiela Valderrama Hoyos. Feminista, Trabajadora Social, Magister en Estudios de Género, Área Mujer y Desarrollo