Hoy en nuestro país hay menos soldados muertos y mutilados, menos secuestros, menos población civil afectada, menos armas apuntando (no sé si es el 40%, el 60% o el 100%, pero en todo caso hay menos armas), menos atentados, menos viudas, menos niños huérfanos, menos familias destruidas… pero hay más personas cargadas de odio empeñadas en bombardear estos actos de paz.
Es cierto que este no es un proceso de paz perfecto; ojalá lo hubiese sido; como tampoco significa una paz acabada y definitiva, pero no puede ser que en vez de enfocarnos en lo poco o mucho que hemos logrado nos dediquemos a sabotearlo, declarándonos sus enemigos, a tal punto de ir por el mundo despotricando y amenazando con hacer trizas esos acuerdos, sin darnos cuenta que todo el daño que orquestemos se revierte como efecto búmerang sobre todo un país.
Más difícil que dejar las armas ha sido dejar el odio y sentir que Colombia es una sola; que no se trata de la paz de Santos: se trata de la paz de un país que llevaba más de cincuenta años desangrándose en una guerra.
No podemos seguir personificando este proceso entre santistas y uribistas, dividiéndonos en un absurdo fanatismo que no es más que una lucha de poderes (al precio que sea, por encima de quien sea, cueste lo que cueste), olvidándonos de lo realmente importante. Porque hasta ahora no he visto al primer enemigo del proceso de paz reconocer un solo avance. Los que apoyamos este proceso sí reconocemos errores y dudas, pero luego de haber visto los rostros de dolor que nos dejó la guerra, los niños que lloraban a sus padres acribillados a balas, las mujeres viudas y los soldados muertos… estoy convencida de que valió la pena este camino, y solo eso lo justifica.
La crítica es válida, pero debe servir para edificar y fortalecer, no para destruir. Y esa falta de pensamiento colectivo nos ha momificado en un conflicto irracional que nos impide avanzar; y mientras existan esas posturas egoístas hoy se terminarán las Farc y mañana nuevos grupos tomarán sus banderas.
Vale la pena, entonces, ceder a esas posturas por el interés superior de unidad. Solo el amor por Colombia y nuestra conciencia de país harán a un lado no solo los fusiles de la guerra sino la intolerancia, los rencores, la envidia, el odio… y entonces sí la Paz será, por física sinergia, una consecuencia natural.
* Abogada especialista en Derecho Público y en Sociología Política.