Una situación que algunos desprevenidos califican como irónica es el hecho de que un proceso de paz creado para acabar con un conflicto armado de décadas de existencia divida a un país. Es una situación que planteada de esa forma tan superficial resulta casi que inentendible para algunos, los cuales mejor optan por el camino fácil y simplemente se adhieren a la imagen romántica de la paz que se les vende y no profundizan en el corazón de la situación.
Toca entonces hacer un esfuerzo inmenso para enviar el mensaje correcto, el cual no es que “la paz nos divide”, lo que en realidad ha generado una fractura social son los términos en que un grupo terrorista pretende incorporarse a una vida en sociedad que durante décadas se encargó de atacar. Es la forma en que se pretende hacer borrón y cuenta nueva en una época en que más que el ejército nacional el peor enemigo de esa insurgencia lo constituía la evolución que ha ido teniendo la humanidad. Una nueva coyuntura que los mostraba aislados del mundo, una que día a día mostraba que más que enfrentarse a un estamento se veían enfrentados a una realidad que hacía imposible su sostenimiento y cuya existencia en pleno siglo XXI se hacía cada día más incomprensible.
Pero más allá de las diferencias naturales e incluso necesarias en el seno de una sociedad democrática, ¿qué es lo que ha originado un radicalismo por parte de ciertos sectores que ha impedido al menos comprender las preocupaciones del otro? Esta división brutal tiene un origen claro en una política nacional que inició con la convocatoria a un plebiscito. Ello fue la cuota inicial para que surgiera una división entre los colombianos “buenos” y los colombianos “malos”, ya que de haberse cumplido la promesa del gobierno en someter los acuerdos alcanzados con la guerrilla a un referendo, se hubiera tenido la oportunidad de saber sobre qué aspectos el pueblo mostraba preocupación y sobre cuáles mostraba su respaldo, pero no, lo que se hizo fue socializar casi trecientas páginas donde se consignaban una multiplicidad de temas, políticas, proyectos, cada uno antecedido por un prólogo romántico y populista, para que los colombianos simplemente dijeran “Sí” o “No” a una sola pregunta capciosa de tres frases donde se pretendió resumir todo lo acordado. Obviamente ante una pregunta que si querían o no la paz, tendría que surgir esa ilusión entre buenos y malos.
Lo realmente preocupante es que esa política de división continua y con el trascurrir de los días se puede ver como a toda costa se adelanta un proceso al que el pueblo mostró su rechazo. Pero como nunca se supo qué se apoyaba y qué no, toca seguir llamando “enemigo de la paz” a todo aquel que muestra sus reservas. Y esto es lo que más asusta, porque a pesar que día a día surgen evidencias claras que muchas de las críticas planteadas desde el principio tenían un fundamento serio, es el odio hacia el otro la política utilizada para que esos hechos sean ignorados y al igual que se hizo con el plebiscito, el objetivo final es que no se analice en profundidad lo que ocurre. Entonces, ¿es posible así conseguir la paz?
Desde el plebiscito se pretendió meter en solo dos sacos a los colombianos, uno donde van los pacifistas y otro donde están los guerreristas y hay que ser claro, no todos los que critican el proceso quieren la guerra ni todos los que apoyan los acuerdos están interesados de forma altruista en la paz. Por el contrario, muchos de estos últimos solo ven en esos acuerdos una forma de obtener créditos políticos al interior de una sociedad en la que ya no encontraban respaldo.
No se comprende cómo a los que criticamos el proceso se nos restriega en la cara actos como la dejación de las armas por parte de la guerrilla y se hace como si ello fuera un hecho que nos doliera… ¡Pues no! Cada arma que se saque de circulación es un instrumento menos de muerte que está rondando por las calles y campos de Colombia y por otra parte además es claro que el proceso continuará adelante hasta el final; pero eso en nada merma las preocupaciones de algunos críticos. Recordemos que estas preocupaciones residen no tanto en el presente, sino en el futuro, no en los hechos actuales porque ya hay que verlos con cierta resignación, sino en las consecuencias de los mismos, que Dios quiera no lleguen a concretarse. Pocas veces se desea estar equivocado y ojalá este sea uno de los casos, pero mientras tanto toca seguir haciendo lo que se tiene al alcance para contribuir a que los mismos no ocurran.
* Abogado Especialista en Derecho Penal y Criminología