
Por Cristian José Torres Torres *
Estos días tuve clases de mi maestría, y como la facultad de Derecho de la Universidad de Cartagena queda en el Centro Histórico de Cartagena, decidí no ir mi carro, sino hacer uso de una plataforma de transporte.
Uno de esos días, de regreso a casa, al montarme en el carro que solicité, el conductor me dijo: “¡doctor Cristian!”. Resultó ser el señor Eliécer, a quien en el 2013, mediante una acción de tutela, logramos que se le bajara una anotación judicial del sistema de la Fiscalía, cuando ya había sido declarado no responsable del delito por el que fue investigado.
Aparte de que me agradó mucho verlo, obviamente le pregunté cómo iba su vida, a lo que, en forma jocosa, me contestó: “doctor, muy bien, gracias; aunque en el barrio sigo siendo el ladrón”.
Para él, tal situación es motivo de risas, y quizás para otros también, pero esa situación me llevó a concluir que el mejor chisme en estos contextos siempre será si hay condena, porque la inocencia no genera nada.
O hagámonos la pregunta cuando vemos en la calle a alguien, como el señor Eliécer, que sabemos estuvo en un proceso penal, decimos: «¿ahí va el inocente?» o “¿ese estuvo en un problema judicial?» Todos sabemos la respuesta.
Ese problema se han incrementado aún más en estos tiempos, cuando cualquiera tiene un celular a la mano y vemos la redes sociales con comentarios como «yo lo sabía, esa plata no era porque sí; estaba lavando», «ese siempre fue raro», o «algo habrá hecho».
Pero, cuando un juez, meses o años después, dice que “es inocente”, ese titular en las mismas redes apenas se asoma; nadie lo comparte.
¿Por qué? Porque -en esos casos – la verdad no vende, la inocencia no genera likes. El drama se acaba cuando se demuestra que todo fue mentira; eso sí, nadie se disculpa por haber juzgado antes que la justicia.
En este país, el juicio social empieza mucho antes del penal, lo más triste es que al inocente se le absuelve mediante un sentencia, como el caso del señor Eliécer, pero no en la mente de la gente, donde quedan marcados, señalados y hasta excluidos.
Lo anterior tiene una razón: ¿dónde está el morbo en decir que “resultó que no fue él”? ¿Dónde está el escándalo en mostrar a un hombre que lloró cuando lo liberaron? No hay viralidad ahí. No hay sed de justicia, solo sed de espectáculo. Cuesta creerlo, pero este fenómeno nos está enfermando como sociedad. Porque hemos confundido justicia con entretenimiento, eso es peligroso. Porque hoy es otro, pero mañana podrías ser tú, o tu hermano, o tu papá. Y ya sabemos cómo funciona: te acusan, te vuelves noticia, te arruinan la vida. Pero si después se demuestra que eras inocente… igual para el barrio sigues siendo el ladrón, corrupto, abusador y estafador. Como diría el gran Roberto Gómez Bolaños: «¿Y así qué gracia?»
No estoy diciendo que no se investigue, pero necesitamos aprender a esperar, a dudar, a callar un poco. Necesitamos entender que la dignidad humana no se repone con un tuit aclarando, pero vivimos en un país donde el inocente no da rating, pero el chisme del culpable (real o imaginado) vende como pan caliente. Y eso debería darnos vergüenza.
* Abogado litigante, consultor, asesor y docente universitario; especialista en Derecho Penal y Criminología; candidato a Magister en Derecho Penal y en Política Criminal.
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