
Por Cristian José Torres Torres *
Hace 13 días que ocurrió el atentado contra la integridad del senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay. El hecho, como se tiene conocimiento, ocurrió cuando este se encontraba frente a muchas personas realizando proselitismo político en una localidad de la ciudad de Bogotá.

Fue allí donde uno de los asistentes interrumpió el acto disparando contra la humanidad de Uribe Turbay a escasos metros de distancia; uno de los proyectiles impactó la cabeza del senador y tiene hoy en vilo la vida del congresista, por quien desde entonces amplios sectores del país oramos porque se produzca el milagro de su salvación.
Con este atentado, del que la Fiscalía ya ha dicho que tuvo una motivación política, inevitablemente se ha hecho remembranza de otros oscuros actos violencia que se han desarrollado en esta parte del mundo, que han impactado de una u forma nuestra frágil democracia, verbigracia los asesinatos de Jorge Elécer Gaitán, Álvaro Gómez Hurtado y Luis Carlos Galán, entre otros.
Cabe decir que, a lo largo y ancho del país, son miles los atentados cometidos contra la población; y, aunque algunos los sufrimos de frente, directamente, otros solo lo saben de manera indirecta, a través de medios y redes, o porque lo han escuchado y leído en clases y libros de historia. Por eso hoy, ante un acto tan canalla como el cometido contra Miguel Uribe, cuyos detalles, minuto a minuto, son revelados a través de las redes sociales, lo que antes no ocurría, se han trastocado incluso egos, generando dolor de patria de forma mayoritaria.
Como en Colombia existente varias clases de violencia y dentro de un mismo acto se dan varias, en el caso del precandidato presidencial lo que ha causado mayor escozor es el hecho de que quien accionó el arma sea un menor de edad; solo tiene 14 calendarios en su vida; es decir, lo que se le denomina ‘menor de edad’, porque en Colombia, como se sabe, la ciudadanía que confiere los derechos y deberes de un miembro pleno de la sociedad se adquiere a partir de los 18 años, y es entonces cuando se le debería dejar de decir menor edad.
Pero es precisamente este punto de inflexión el que genera el interrogante: ¿qué edad mental o cuánto mundo puede tener una persona que a escasos metros de distancia dispara la a cabeza de otra?; ¿merece esta persona ser juzgado como un menor de edad?
Mi criterio personal, y soy consciente de que es poco compartido, es que una persona que es capaz de disparar a la cabeza de otra, por más que tenga 14 años de edad según el registro civil de nacimiento, no debería ser juzgada bajo los paramentos del Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes.
Este Sistema, que es el conjunto de principios, normas y procedimientos que rigen la investigación y juzgamiento de los delitos cometidos por mayores de 14 años y menores de 18 años, como en el caso el ‘menor’ que intentó acabar con la vida de Miguel Uribe, tienen una cantidad de beneficios, entre ellos que podría pagar apenas ocho años de prisión, y no carcelaria sino una reclusión en un centro de rehabilitación de menores.
Yo respeto profundamente la Constitución y la Ley, pero -para mí – esto se podría considerar impunidad en un acto tan atroz, donde hay una gran pluralidad de víctimas más allá de Uribe Turbay y su familia, entre esos el mismo Estado, porque se ataca a la democracia eliminando a un actor de estas, aunque para muchos tenía pocas posibilidades de ser presidente, pero hoy en día es senador de la República, lo que quiere decir que elegido de manera popular al recibir el voto de muchas personas que creen en sus ideales.
Soy penalista y defensor a carta a cabal de los Derechos Humanos y, particularmente, del derecho a la defensa, pero, como diría mi abuela que en paz descanse: «la verdad es una sola», y dentro de las verdades de la vida y del mundo jurídico está que «dura es la ley, pero la ley», lo que hace ineludible que el victimario de Uribe Turbay sea investigado y juzgado por el Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes, pero me perdonan quienes se puedan molestar por lo que diré: el hecho de que este ‘menor’, por el acto realizado de forma tan fría, muy cerca de la víctima y delante de tantas personas, a quien no lo conozco, me permite inferir que tiene muchísimo mundo y muy posiblemente otros muertos encima.
Dudo mucho que esto haya sido cuestión de coyuntura, pues esa frialdad no es la propia de alguien que lo hace por primer vez; por ello, insisto en que tomarlo como el caso de cualquier joven en situación de vulnerabilidad es un error; este y cualquier caso similar representa una situación de impunidad.
Por ello la crítica al sistema, y aprovechando esta época de las reformas considero que debe entrarse a regular este tipo de situaciones, porque desde cualquier óptica, bajo los parámetros actuales, el mensaje que se da la comunidad es que todo joven que realiza actos como este será premiado por el Estado y la Ley; eso no se debe permitir de ninguna manera.
Es de aclarar que todos respetamos la Constitución y Estado Social de Derecho y la función de la pena, por tanto, no se trata de venganza a través de esta, no; es de una verdadera justicia, y esta se debe entender en el sentido amplio de su significado como cuando se absuelve al inocente y se condena al culpable, y su sanción debe ser proporcional.
Pero, para lo que pasa en estos casos como el del victimario de Uribe Turbay, en el que -reitero – se respeta porque es Ley, la sensación es de impunidad, por resultar beneficiándose del sistema y de sus premios tanto el menor como quienes lo usaron, y eso es absurdo.
Sí, es claro que Colombia es un Estado fallido, que muchas personas terminan en la delincuencia por falta de oportunidades, pero no es menos cierto que hay muchos que se aprovechan de ello, por lo cual, aunque se le imponga al victimario la más alta de la pena de este Sistema, por su edad, estos casos no dejarán de verse como unos actos impunes.
* Abogado litigante, consultor, asesor y docente universitario. Especialista en Derecho Penal y Criminología. Candidato a Magister en Derecho Penal y en Política Criminal.
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