
Por Jorge Urzola Rego *
“El tema no lo puede definir el número de personas que están a favor o en contra de la consulta popular convocada por el presidente de la República. El debate no es de número, sino quien tiene el mayor peso en la argumentación”. Así concluyó el ministro de Justicia y del Derecho Eduardo Montealegre su intervención en el debate organizado por La W frente al profesor Mauricio Gaona.
Al margen de si el presidente tiene o no competencia para convocar una consulta popular y, ahora, una asamblea nacional constituyente, cabe hacernos la siguiente pregunta: ¿lo colectivo es legítimo per se?.
Y agrego intentando una explicación: es un fenómeno contemporáneo sobradamente conocido el de la superposición del concepto de colectividad sobre el de comunidad, derivado de una organización humana exclusivamente dedicada a la producción y contabilización de cosas.
Aún las obras de arte se avalúan por su cotización en los mercados, las bibliotecas por su número de volúmenes, los libros por la cantidad de ediciones y el consumo masivo que reciban. El éxito reemplaza a la plenitud del objetivo logrado, del problema resuelto.
Ese dominio o sometimiento al número, con lo que la Economía ha hecho al hombre esclavo sujeto a una grotesca subasta, se le quiere llevar al Derecho, algo grave e inaceptable. Si ello fuera origen de un incesante batallar progresivo del espíritu humano, sería, justificable y meritorio. Pero al éxito se entregan los más preciados valores.
¡Pobres éxitos, que devoran lo mejor del hombre actual! Omnipresente y agresor, el mito de la colectividad acecha en cada actitud humana, en la adopción de cada patrón de conducta.
Indefenso, anonadado, el pobre ser se acerca a la multitud, al super-mito colectivo en búsqueda de seguridad. Pero a cambio de ella, se le impone una capitulación total, la renuncia radical a todos sus valores humanos. Y esta renuncia se consigue porque se logra persuadir al individuo de que lo legítimo es lo colectivo.
La entrega al absoluto que predica la posesión concupiscente y destructiva del mundo, no es ya un acto aislado, sino viscosa adherencia al ente multitudinario, que se ejecuta millares de veces con la aprobación general.
El filósofo, psicólogo social y psicoanalista alemán Erich Fromm (1900-1980), lo advirtió claramente hace 70 años: “El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte a esos vicios en virtudes; el hecho de que compartan muchos errores no convierte a estos en verdades; el hecho de que millones de personas padezcan las mismas formas de patología mental no hace de estas personas gentes equilibradas” (Erich Fromm, ‘Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea’, Fondo de Cultura Económica, 1958).
Mucho antes, el francés Gustave Le Bon (1841-1931) ‘Psicología de la masas’ (1895) y el austriaco Sigmund Freud (1856-1939) ‘Psicología de las masas y análisis del yo’ (1921) defendieron siempre la primacía de la razón sobre los impulsos y los sentimientos del conglomerado.
Le Bon sostiene que “el acrecimiento del poder de las masas podría llevar al fin de la civilización occidental” y Freud, analizando a Le Bon, dice que este piensa que “en una multitud se borran las adquisiciones individuales, desapareciendo así la personalidad de cada uno de los que la integran”.
La masa es lo impersonal, lo anónimo. En la multitud es fácil esconder las propias deficiencias, las amarguras carenciales, la agresividad largamente contenida. El consenso es una manera de complicidad social: el tumulto adornado retóricamente se abre como el gran portillo de la mediocridad, pues el común de las gentes supone que los triunfos de la algarabía son sus triunfos, sin percatarse de que el bochinche y la vulgaridad se tragaron entre tanto su yo y sus valores, su capacidad de raciocinar y decidir, la posibilidad de cada uno para identificarse consigo mismo.
Qué peligro llevar el Derecho de la mano de la ‘opinión colectiva’. Introducir esa tesis en las decisiones judiciales, más aún en el ámbito constitucional, sería tanto, ahí sí, como acercarse a un control del Derecho, a una manera del totalitarismo.
En el caso concreto de la consulta popular y, ahora, de la asamblea constituyente propuesta por el presidente Petro, los manipuladores de la plebe apelan siempre a ese sentimiento confuso de disolución de los entes amorfos para jugar con los individuos y servirse de ellos.
Disolver al hombre en el ácido despersonalizante de la masa es tan nocivo como divorciarlo de cualquier participación vigorosa y libre, lúcida y voluntaria en todas las actividades de su especie en las cuales su conciencia lo involucre o su circunstancia lo incline sin determinarlo.
La ‘opinión colectiva’ no es legítima por sí misma. La legitimidad de una opinión, sea individual o colectiva depende, principalmente, de la base en lo que se sustenta, como lo afirma Montealegre.
Las opiniones colectivas no son válidas en la materia del Derecho, y son incluso perjudiciales porque en ellas no prima la razón ni el argumento sino los impulsos y sentimientos del grupo, como lo sostienen los notables psicólogos sociales arriba citados.
¡No faltaba más, que decir el Derecho se sujetara a la opinión colectiva! Sería tanto como informar a la masa sobre las fuentes del Derecho como la Constitución y las leyes, los precedentes judiciales y los principios generales del Derecho, lo cual es casi como otorgarle la facultad de declarar el Derecho, aplicarlo al caso concreto y hacerlo cumplir. Un verdadero exabrupto.
Finalmente, inclino mi cerviz para decirle al erudito doctor Montealegre y a los que no comulgan, como el suscrito, con la opinión colectiva como determinante del Derecho Constitucional, que lo importante no es llegar, sino bregar, y nuestros actos serán contabilizados no por el éxito, que parece ser el evangelio más cotizado, sino por la intención, en la cual no se repara a menudo.
Cualquiera que sea el desenlace, la bella frase italiana:, “un bel morir, tutta la vita onora” (Francesco Petrarca 1304-1374) renueva los bríos y nos impide caer en el foso de la deriva nacional.
* Abogado, experto en Derecho Público. Profesor universitario.
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