
Por Adriana Caraballo Gómez *
El Derecho está en todas partes. Regula nuestras acciones, protege o debería proteger nuestros derechos y castiga cuando se transgrede la norma. Sin embargo, detrás de los códigos, las leyes y las sentencias existen tres pilares fundamentales que le dan vida, sentido y dirección: el método, la razón y la justicia.

Aunque estas tres palabras pueden sonar académicas e incluso frías, al analizarlas más de cerca nos damos cuenta de que son la clave para entender qué hace que el Derecho funcione, o fracase.
El método jurídico va más allá de ser una simple técnica; es la manera en que el pensamiento se organiza para comprender y aplicar el Derecho de manera coherente y rigurosa. A través de él, el jurista no solo interpreta la norma, sino que se inserta dentro de una tradición jurídica determinada, ya sea positivista, naturalista o crítica, para tomar decisiones que tengan sentido dentro de un marco racional.
Como señala el jurista colombiano Abraham Zair Bechara Llanos, el método no es una camisa de fuerza, sino una brújula: una herramienta que permite al jurista no perderse en la complejidad de los casos, pensar con rigor y actuar con responsabilidad. De esta manera, el buen jurista no se mueve por instinto ni por capricho, sino guiado por un método. En un mundo lleno de incertidumbre, esto es fundamental.
Por otro lado, la razón en el Derecho no se limita a la lógica formal. Es una razón práctica que busca lo justo en situaciones concretas. Esta capacidad de ponderar principios, equilibrar valores y aplicar normas en contextos vivos es esencial.
La razón jurídica debe ser reflexiva y estar abierta al diálogo con otras disciplinas, capaz de escuchar la realidad sin perder su estructura racional. Razonar en Derecho implica preguntarse constantemente: ¿Para qué sirve esta norma? ¿A quién beneficia? ¿Es justo aplicarla aquí y ahora? Este tipo de razonamiento no solo protege la coherencia interna del sistema jurídico, sino que también salvaguarda la dignidad de las personas a las que dicho sistema debe servir.
Finalmente, si el método es el camino y la razón es la guía, la justicia es el horizonte. Sin ella, el Derecho se vacía de contenido moral. No basta con que una norma sea legal para que sea legítima. El Derecho, en su sentido más noble, debe aspirar a lo justo: a la equidad, a la dignidad humana, a la reparación del daño y a la protección del más débil. En tiempos donde el Derecho se ve amenazado por el formalismo excesivo, la burocracia e incluso la manipulación política, reflexionar sobre el método, la razón y la justicia no es un lujo intelectual, sino una necesidad urgente.
Volver al método, a la razón y a la justicia no implica mirar al pasado, sino hacerlo con profundidad. Es una invitación a preguntarnos si estamos ejerciendo el Derecho como una simple práctica normativa o si lo estamos usando como una herramienta viva para construir una sociedad más justa.
Hoy más que nunca, necesitamos juristas que piensen con orden, que razonen con sentido y que se atrevan a buscar la justicia, incluso cuando el camino sea difícil.
El Derecho verdadero no se mide por la cantidad de normas que se aplican, sino por el bien que es capaz de generar. Ese Derecho el que piensa, el que siente, el que transforma es el único que realmente vale la pena defender.
* Estudiante de Derecho, adscrita a los semilleros de investigación SIFAD de la Corporación Universitaria Rafael Núñez -CURN – semillero JOINES de la Universidad de Cartagena; y columnista.
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