
Por Horacio Cárcamo Álvarez *
Como era de esperarse en un país polarizado como Colombia, en las pasadas elecciones regionales no fueron pocos los individuos que desearon, o intentaron, que la noticia predominante fuera la imposibilidad de una parte de la ciudadanía de acceder a las urnas.
Nada podría ser de mayor gravedad en un país democrático que las armas se impusieran al ritual de las urnas. La proporción del daño no importaba si con ello se afectaba la imagen del presidente y se cosechaban dividendos políticos. A pesar de ello, los vaticinios de violencia del trivial defensor del Pueblo y del culipronto fiscal general de la Nación no se dieron, y con excepción de casos aislados como el del municipio de Gamarra, la jornada electoral fue tranquila y en paz. A los pájaros de mal agüero las cuentas no les dieron.
Con los resultados electorales de octubre los ‘partidos políticos’ salieron a cobrar triunfos, e inclusive el mismo presidente cayó en la trampa de presumir de una que otra victoria que políticamente no rimaba con la realidad. Para los históricos voceros y usufructuarios del establecimiento, las elecciones de mitaca fueron un plebiscito a través del cual el pueblo se manifestó contra el gobierno, olvidando premeditadamente que los partidos tradicionales siempre han ganado esas elecciones, independientemente de que al gobierno central de turno le vaya bien o mal.
De hecho, cuando se eligieron a los mandatarios locales que terminaron sus períodos en diciembre de 2023 el presidente Duque registraba la peor imagen negativa de presidente alguno desde cuando se hacen mediciones de favorabilidad y aprobación, y sin embargo esas fuerzas políticas tradicionales ganaron las elecciones –con el mayor número de Alcaldías, Gobernaciones, diputados y concejales – porque la dinámica de las elecciones locales y la del mismo Congreso de la República no se encuentra determinada por la coherencia ideológica o programática, sino por la compra de votos. Esa es la razón por la cual los partidos Liberal y Conservador y sus escisiones estratégicas no tienen probabilidades de ganarse una elección presidencial solo con sus marcas.
Entonces, el tal plebiscito solo fue una estrategia de propaganda para hacer creer que el pueblo reprobaba al gobierno de Petro. La mentira en la propaganda y publicidad política es una técnica profiláctica para incidir y controlar las emociones de un significativo conglomerado social con el objetivo de mantenerse en el poder o recuperarlo cuando se ha perdido.
La propaganda nazi no solo le permitió a Hitler alcanzar y mantener el poder; también le facilitó el exterminio de millones de personas con el prurito de ser los responsables de todos los males que aquejaban a Alemania. Trump y Bolsonaro enardecieron a sus fanáticos con la artimaña del robo de sus elecciones para desconocer la derrota y perpetuarse a través de la modalidad de dictaduras en las urnas con las que se simulan victorias democráticas y a la que acuden, cada vez con más frecuencia, los populismos de izquierda y derecha.
Sin entrar analizar el caso de candidaturas presidenciales en el mundo, podemos encontrarnos con que la estrategia –como en el caso de Colombia – se replica en todos los niveles, y no son solo congresistas, diputados y concejales los que se perpetúan en sus curules; también gobernadores y alcaldes. Si a algunos de ellos les sumamos a sus períodos el de los testaferros que dejan por el tiempo de la veda, tienen más tiempo en el poder que dictaduras como las de Pinochet y Videla.
Lograrlo solo es posible con el saqueo sistemático de la riqueza pública y manteniendo al pueblo con necesidades apremiantes –especialmente de comida – para que el voto solo tenga el valor de un producto de cosecha.
Y la consecuencia de ello es que no nos gobiernan los políticos más convincentes y capaces, y que el tejido social se deteriora con consecuencias cada vez alarmantes, como la del orden público urbano y, por supuesto, la del desprecio por las instituciones, entre ellas la misma democracia.
El profesor Eduardo Fernández Luiña, al hablar de la manera de entender la democracia liberal, se refiere a tres grandes pilares: el democrático, relacionado con el sufragio y la posibilidad de elegir y ser elegido; el liberal, que tiene que ver con las libertades y el derecho de movilización, de expresión, de asociación, etc.; y el republicano, que, como su nombre lo indica, tiene que ver con la filosofía republicana de la división tripartita del poder, y con el poder de la ley y no el de las personas. Estos pilares, a su vez, nos permiten valorar qué tanta democracia tenemos.
Cuando el único mérito para ser elegido es tener la plata para comprar los respaldos requeridos, y cuando el fiscal general de la Nación, antes de garantizar la comparecencia ante los jueces y tribunales de todo aquel que infrinja la ley, se autoproclama jefe de la oposición política y garante de la impunidad de los poderosos, entonces la defensa de la democracia queda en manos de mitómanos como los Ciros Ramírez, y expuesta a líderes autócratas y populistas amparados en la corrupción del dinero que les da el poder.
* Abogado, con especialización en Gestión de Entidades Territoriales y en Desarrollo Social; exdirector Territorial para Bolívar del Ministerio del Trabajo. Doctrinante.
.
