
«Si la luz desvistiera los bordes del capricho y estuvieran tus manos jugando entre mis dedos no sería tan negra la noche de las pausas porque son las tinieblas las que nos paralizan las que instalan las sombras en nuestra incertidumbre para que en el silencio se restauren los miedos…”: Julie Sopetrán
Por Doris Ortega Galindo *
Estudiando con las monjas franciscanas de María Auxiliadora, en los albores de los años ochenta, vino a mí de manera casual una de las historias épicas femeninas que más me ha marcado en la vida desde entonces, hasta mis días actuales.
Fue mi heroína; mientras otras niñas emulaban a la mujer maravilla, yo deseaba ser como ella, y en parte creo que lo logré, ya que, como Hipatia de Alejandría, he dedicado gran parte de mi vida adulta a enseñar, a construir conocimiento, sobre todo en terrenos en donde la misoginia y las posturas patriarcales pululan, y siento que, si pudieran apedrearme y hasta quemarme como lo hicieron con ella, lo harían con gusto.
Esta gran mujer marcó el final de la grandeza de Grecia en el Universo del conocimiento y el advenimiento con su muerte del oscurantismo medieval que, como una mala hierba, se enraizó en el mundo occidental casi por mil años.
Esta maravillosa mujer fue matemática, científica, filosofa, inventora, pero sobre todo, maestra, y nada más y nada menos que en la mítica biblioteca de Alejandría.
Su filosofía se basaba, especialmente, en la creencia de que las ideas (el mundo de las ideas) son más reales que el mundo material que nos rodea.
La corriente neoplatónica que siguió Hipatia era heredera de esta línea de pensamiento de la que el principal representante fue Plotino.
A esta lideresa la mató una turba ciega, dirigida por el sectarismo religioso cuyo principal exponente fue el cristiano copto Cirilo de Alejandría, quien, como en una paradoja cruel, fue canonizado siglos después por la iglesia católica.
A Hipatia la descuartizaron y quemaron sus huesos en un afán de borrarla de la faz de la tierra y de que su magno nombre no nos alcanzara a llegar a nuestros días. Pero fallaron, ya que las tinieblas mentales y físicas, en el mundo de entonces, en donde el dogma y el miedo imperaban, sin querer servirían de abono para que floreciera el afán desmedido de volver los ojos de los hombres hacia la razón, y con ella a la luz que trae el conocimiento de la mano de la educación y el libre pensamiento.
Pero, precisamente, más allá de un tema de odio a la mujer, y sobre todo a la mujer que se hace libre a través de su preparación intelectual, esta remembranza de la vida de Hipatia de Alejandría se me hace tan vigente en el oscurantismo que estamos viviendo en Cartagena de Indias, aunque, obviamente, no de la manera como se vivió en aquellos vetustos tiempos. Ahora esa barbarie se perpetúa con el exceso de información mediática sin bases académicas, donde prima el rumor, la mala educación y los antivalores.
Las tinieblas en las que estamos sumidos se gestan en la ignorancia y pobreza de espíritu en donde, como en una inmensa cueva, nos han pretendido meter a los cartageneros y cartageneras las bibliotecas vacías y las redes sociales, en las soledades de habitaciones inermes, tristemente abarrotadas.
¡Las mafias políticas comandadas por corruptos clanes hacen ver que solo a través del dinero se puede hacer política, manchando el verdadero sentido de la democracia! Todo esto funciona como una estratégica cortina de humo que no permite cuestionar con sensatez ni mucho menos discernir con claridad lo que está pasando y va a pasar con nuestra maltrecha Ciudad Heroica.
Frente a toda esta oscuridad, la solución está en buscar la luz que ilumine la educación de nuestros niños, niñas y adolescentes, pero también de nuestra ciudadanía acostumbrada a la falta de civismo y cultura ciudadana.
La luz que alumbre nuestra seguridad en calles y barrios que nos devuelva la fe en nuestros entornos sociales y no nos sigamos viendo como enemigos potenciales, ahondando cada vez más en las brechas ancestrales que han impedido la verdadera construcción de una identidad cartagenera.
Nuestra Fantástica debe brillar como un faro en el Caribe que reclama por fin un desarrollo integral de ciudad.
Necesitamos adueñarnos de esa luz privilegiada que nos regala un sol majestuoso, que todas las mañanas nos recuerda que somos un pueblo tocado por los dioses, por haber nacido a orillas de un azul perpetuo con un brillo sinigual.
* Abogada, máster en Derecho de Familia y Derecho Penal; docente e investigadora de la Universidad de Cartagena.
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