
Por Álvaro González Álvarez *
Varios amigos cercanos me preguntaron que si escribiría algo durante las elecciones. No voy a negar que estuve tentado, pero, en últimas, decidí que mejor no. Preferí hacerlo ahora, luego de las elecciones, cuando apenas la polvareda está suspendida en el aire.

Como cada uno de ustedes, lectores, tengo familiares y amigos de diversas afinidades políticas. Confieso que hay unos que son fanáticos de atar de uno u otro bando. Con esos, lamentablemente, solo queda escucharlos, asentir y rezar por sus almas.
En estas elecciones estaba dispuesto a votar por Gustavo Petro si no había otro candidato mejor. Sin embargo, cuando empecé a ver las adiciones y las estrategias de su campaña fue imposible darle mi voto. Me niego rotundamente a ser parte del todo vale. En general, nunca terminó de convencerme por completo alguno de los candidatos. Unas veces me decantaba por uno, luego por otro y luego por otro más. Siempre en una continua lucha entre el pragmatismo y los principios. En últimas opté por seguir el consejo de la adaptación del refrán anglosajón: «if the shoe doesn’t fit, don’t wear it» (si el zapato no le calza, no lo use). Es así que voté en blanco.
La realidad hoy es que Petro es el presidente electo de los colombianos y, les guste a algunos o no, deberán comenzar a aceptarlo. Entre más pronto mejor. En ese sentido, veo a muchos aún lamentándose. No entiendo por qué si Rodolfo Hernández no es que fuera el non plus ultra y tampoco es que Colombia sea un país donde la mayoría de sus habitantes tienen acceso a lo mínimo necesario para vivir dignamente y la educación es mayormente de mala calidad, especialmente la pública (leer ‘OECD Economic Survey of Colombia – Executive Summary’). Esto último toma relevancia si se toma en cuenta que la izquierda (latinoamericana) nunca ha estado a cargo de la Casa de Nariño. Me pregunto entonces, ¿qué es lo que extrañarán?
Supone uno entonces que debe ser por el fantasma del tal «castrochavismo». Aquí me detengo y aclaro que no creo (1) en teorías conspirativas (leer ‘¿Por qué las personas creen en teorías conspirativas?’) y (2) que Colombia llegue a ese extremo (por razones adicionales que prefiero reservarme). Ahora bien, a pesar de lo que usted o yo podamos pensar al respecto, Petro y sus adeptos deben entender que hay una preocupación válida de millones de colombianos que les está causando ansiedad. No hay que desconocer los miedos de algunos, debido, principalmente, no solo a sus repetidas declaraciones pasadas en las que ha apoyado al régimen de Chávez y Maduro, sino que, a menudo, ha sido reticente en condenar gobiernos de la izquierda latinoamericana cuyo proceder no ha sido ejemplar. Vamos a estar claros: apoyos ciegos en nombre de la militancia política es inaceptable en una persona que se haga llamar demócrata.
Lo anterior me lleva al siguiente punto: lo bajo que cayó la discusión política. La idiocracia, ‘tragada de sapos’ y la puñalada trapera fueron la orden del día. En efecto, uno de los grandes perdedores de estas elecciones fue el periodismo independiente. Por otra parte, vale la pena mencionar que varios congresistas electos del Pacto Histórico, en vez de emular la tenacidad y la robustez en la argumentación de congresistas demócratas (el ala izquierda de la política gringa) como Alexandria Ocasio-Cortez, Elizabeth Warren, Adam Schiff o Jamie Raskin, prefirieron el extremismo típico de congresistas republicanos (el ala derecha de la política gringa) como Lauren Boebert, Marjorie Taylor Greene, Madison Cawthorn y Matt Gaetz, solo por poner unos ejemplos.
Ese comportamiento se me antoja irónico para una campaña que se autorrotula como de la política del amor. Por ahí dicen que los extremos se parecen. Una manera de explicarlo es la hipótesis que entiende a los extremos no como ideas que se dirigen en dirección opuesta sobre una línea recta, sino como que su trayectoria es más bien circular, en donde arrancan opuestos y en algún momento se encuentran. Quieran aceptarlo o no, lo cierto es que Gustavo Petro tiene mucho que arreglar al interior de sus huestes. ¿Nos esperarán cuatro años más de furipetristas listos a defender lo indefendible con sus bodegas? (leer ‘Furipetrismo’). Espero que no.
Las elecciones ya pasaron. No es tiempo de tusas poselectorales. Millones de colombianos exigían un cambio. Eso quedó plasmado en el mapa electoral. Imposible que muchos no vean esa realidad, indistintamente de su filiación política. Ese cambio no lo representaba el uribismo. En este contexto, espero que los uribistas, en algún momento, alcancen a aceptar que esta facción de la derecha colombiana no solo fue altiva muchas veces, sino que su discurso está desgastado y su imagen maltrecha por tantos hechos de corrupción y abusos de poder. A la derecha colombiana le tocará recoger su orgullo vapuleado y ofrecer algo más atractivo que tenga un fuerte componente social y sin el conservadurismo extremo en lo referente a las libertades personales. Una derecha más de centro.
Invito a las y los colombianos a ser muy críticos, pero sin ánimos de revanchismo. A los adeptos de Gustavo Petro quiero decirles que me alegra que finalmente sientan que están representados. Ya no habrá excusas para decir que es que nunca se les dio la oportunidad. Espero también que la embriaguez del triunfo no les nuble la razón, y que entiendan que la ambiciosa y necesaria apuesta de más inversión social requerirá, entre otras, de una reforma tributaria, la cual demandará el aporte de algunos que actualmente no lo hacen. El bienestar común precisa del aporte y sacrificio de todos. Es así como funciona. Vivir sabroso cuesta.
Por último, como colombiano en el exterior solo me queda desear que Gustavo Petro logre cumplir gran parte de lo que prometió. Si le va bien a él, les irá bien a todos.
*Doctor (Ph.D.) en Recursos Hídricos e Ingeniería Ambiental. Con licencia de Ingeniero Profesional (P.E.) en el Estado de Nueva York. Ingeniero consultor senior, investigador y docente en EE.UU. en el área de la hidrología, hidráulica, sistemas de conducción y bombeo de agua potable y residual, y sistemas de tratamiento de agua potable y residual.
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