“Es un fenómeno inexplicable lo amplio de la imaginación de los hombres en cuestión de barbarie y de crueldad”: Jaucourt
Por Enrique del Río González *
Hablar de Derecho Penal no es solo tema de abogados; además de ser un plato predilecto en la redes y medios de comunicación por la tragedia que encarna, todos tenemos o hemos tenido un familiar, pariente, amigo o conocido incurso o en posibilidad de estar frente a una indagación criminal, por lo que las acciones que se implementen sobre política criminal, en las cárceles y fuera de ellas, es asunto de interés para todos los ciudadanos.
Actualmente existe una tendencia populista que considera que al delincuente, más que castigarlo, hay que someterlo a tratos inhumanos, crueles e, incluso, matarlo, y de esa forma se acaba con la criminalidad. Pero, como somos expertos en ser doble moralistas, las opiniones apuntan a que esas medidas radicales solo sean para ciertos delitos, por ejemplo, los sexuales, hurtos y homicidios, entre otros, desconociendo que la etiología de estas conductas va mucho más allá del delincuente y que las razones por las cuales se delinque generalmente son atribuibles a la misma sociedad y sobre todo al evidente abandono estatal.
Es raro el discurso que manejan algunas personas que, estando a favor de los acuerdos de paz, hoy celebran el trato que reciben los reclusos en El Salvador; es común ver comentarios en redes sociales que apuntan a que en Colombia también deberían implementar estas ‘medidas’ no civilizadas en las cárceles para así acabar con el crimen. El populismo pide con fuerza el castigo y eso es entendible cuando todos los días se ven víctimas de hurtos, homicidios, violaciones y demás. Pero pretender que eso acabe implementando políticas carcelarias drásticas contra ‘pandilleros peligrosos’ solo conllevaría a legalizar la tortura, pues usar métodos bárbaros para repeler otros es darle la potestad al Estado de disponer negativamente de la dignidad y la vida de personas, aquel suplicio de que habló Foucault cuando, por el contrario, es justamente ese Estado el que debe garantizarlas, mucho más en estos momentos en los que, con más ahínco, se procura el respeto por los derechos humanos que constituyen conquistas históricas alcanzadas con sangre.
No se trata de justificar a quienes delinquen; tampoco de hacerles apología; pero no podemos desconocer que un hombre delincuente, en muchos casos, primero fue un niño que se vio enfrentado a la falta de educación y oportunidades y que solo aprendió lo que estaba en su entorno (asociación diferencial), por eso la solución no es acabarlos en su dimensión corporal, sino volverlos útiles para la sociedad, lo que se logra con políticas serias y de fondo, donde se ausculte el origen del delito, de los grupos delincuenciales, las razones por las que continúan delinquiendo, incluso desde las cárceles, y proponer otros métodos que sí cumplan con la finalidad de resocialización y con ello poder brindar la verdadera tranquilidad social.
* Abogado, especialista en Derecho Penal y Ciencias Criminológicas; especialista en Derecho Probatorio. Magister en Derecho. Profesor Universitario de pregrado y postgrado. Doctrinante.
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