
Por Rafael Castillo Torres *
Acabamos de celebrar el nacimiento de nuestro salvador y hoy estamos celebrando la fiesta de la Sagrada Familia de Nazareth. A partir de lo que hoy viven nuestras familias permítanme volver a Nazareth de la mano del Papa San Pablo VI, quien en su visita del año 1964 nos dejó una de las perlas más valiosas de su magisterio pontificio cuando nos dijo, refiriéndose a la Sagrada Familia: “En Nazaret se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social”.
A partir de la invitación del Papa San Pablo VI es bueno preguntarnos: ¿Por qué en algunas de nuestras familias ya no se habla de Dios? ¿Por qué los niños no pueden aprender a ser creyentes junto a sus padres? ¿Por qué les cuesta asumir con responsabilidad y dedicación los caminos de preparación a la iniciación cristiana como son los sacramentos del Bautismo, la Eucaristía y la Confirmación? ¿Quién los puede iniciar en la fe sino sus padres? ¿Por qué sus preguntas sobre Dios nos resultan embarazosas? ¿Por qué las desviamos hacia ese pragmatismo sin corazón por lo general carente de sentido? ¿Qué estamos trasmitiendo: fe o esa indiferencia que es la tristeza de un silencio religioso? Muy difícil será que nuestros niños puedan creer en alguien del que nunca se les ha hablado en la casa y menos podrán despertar un fervor religioso en un clima de indiferencia en el seno de la propia familia. Pero en todo esto hay papás de papás y entre ellos muy diversos.
No faltan aquellos padres a los que no les preocupa para nada la fe de sus hijos. Son los que viven instalados en la indiferencia. Lo grave es que ellos mismos, hoy, no saben si creen o no creen. ¿Qué podrán enseñarles a sus hijos?
Están también aquellos que, aún sintiéndose creyentes, renuncian a su primera responsabilidad y dejan todo en manos de la Escuela y la Parroquia como si fuera lo mismo. ¿Quién puede sustituir el ambiente de fe de la familia y el testimonio vivo de unos padres creyentes? ¡Nadie!
También están los padres preocupados, pero no saben cómo. Buscan apoyo y orientación y no siempre los encuentran. Frente a estos retos es bueno recordar aquellos valores permanentes de otro tiempo y que no dependen de las “épocas”:
- Lo primero es que los hijos puedan comprobar que sus padres se sienten creyentes. Que puedan intuir que Dios es alguien importante en su vida, que la fe los anima a vivir de manera positiva y los sostiene en los momentos difíciles.
- Lo segundo es que cada hogar deberá trasmitir lo que vive. Los niños no aprenderán a rezar si no nos ven rezando. No se le puede explicar por qué el domingo es el día del Señor y fiesta de guardar si no lo celebramos de manera cristiana. ¡ojalá nos vieran leyendo los santos evangelios! Sería bastante.
- Los padres están llamados a despertar en sus hijos la experiencia de Dios. Es la mejor manera para educarlos en la fe. Hoy podemos acceder a muchas cosas que nos pueden ayudar como son las Biblias para niños, algunas publicaciones que nos presentan la fe al tiempo que nos enseñan y recogen historias edificantes. Nadie mejor que los padres para despertar en los hijos la experiencia religiosa.
Una tarea importante en la educación cristiana del niño es acercarlo a su comunidad de fe. Qué bueno que el niño sepa el nombre del sacerdote que lo bautizó; que conozca la pila bautismal donde lo bautizaron; el sacerdote y el templo de su primera comunión, el obispo que lo confirmó y la importancia que tiene celebrar la Navidad y la Semana Santa e ir cada domingo a la Santa Misa. El futuro nos lo estamos jugando en la familia. Sin familias no hay esperanza.
Frente a todos estos desafíos no hay que desalentarse. El nacimiento de Jesús es una invitación a renacer y trabajar por el nacimiento de un hombre nuevo, una familia nueva y una sociedad diferente. En mi casa fuimos siete hermanos, una familia tradicional, donde se sabía quién mandaba, qué se hacía y cuándo se hacía; hoy, de mis hermanos, el que más tiene tiene cuatro hijos. Vivimos el paso de aquella familia de hace cinco o seis décadas, a esta otra… ciertamente más reducida, más libre en algunos asuntos y también más conflictiva en otros. No obstante, el ser humano es lo que es y siempre está necesitado de un hogar donde pueda crecer como persona. Es tan importante tener familia que Dios mismo nació, creció y anunció la inauguración del Reino en el seno de una Familia.
* Sacerdote de la Arquidiócesis de Cartagena y director de la Corporación Paz y Desarrollo de los Montes de María


