
Por Wilson Ladino Orjuela *
Hace unos días, el alcalde de Cartagena se refirió a una opositora diciendo que “todos los días desde hace año y medio saca algo de mí, está pendiente de mi vida, que si duermo, que si como, que si peo”. Y, en verdad, en todo el país, los miembros de la oposición a los mandatarios locales que fueron favorecidos el 27 de octubre de 2019 con el voto popular por sus propuestas anticorrupción han sido una oposición a la zaga.
Y es que muchos de los “líderes” locales que han sido concejales o diputados por varios períodos constitucionales, probablemente, como resultado de coaliciones acostumbradas a la “compra y venta de votos”, práctica muy antigua en este País del Sagrado Corazón’, de todo tuvieron menos de comprensión cabal de sus funciones como gobernantes o cogobernantes. Era común decir, en los mentideros políticos, que ser alcalde, concejal, diputado o gobernador solo servía para poder tomar tinto y leer la prensa todos los días.
Por más de 100 años los partidos políticos tradicionales fundaron sus victoriosos resultados electorales, por lo menos en Colombia, en sentimientos y emociones, sin “conocimiento cabal” por parte del electorado de los modelos económicos y de desarrollo social que impulsaban. Y casi todos los líderes locales, regionales y nacionales solo han sabido de ‘manzanilla’ y de repartición de puestos y recursos los días de las elecciones para conseguir sus guarismos ganadores. Claro que la organización electoral colaboró bastante en la tarea de conseguir abultados números en las planillas.
Los estudios políticos y de comportamientos electorales que se han realizado en los últimos 20 años dejan evidencias contundentes de la importante influencia de los abuelos y los padres sobre el comportamiento electoral de los hijos, y eso lo saben en la práctica muy bien los llamados “líderes” tradicionales de los partidos políticos que han controlado la máquina estatal colombiana por 150 años. Pueblos que se manifestaron ‘conservadores’ y pueblos que se expresaron ‘liberales’, en 1860, todavía en 2010 seguían manteniendo dichos comportamientos en las urnas. Y tatarabuelos políticos heredaron a sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos sus caudas electorales. El peso de la tradición es más fuerte de lo que algunos nuevos aspirantes a dirigentes quisieran.
La historiografía y la prensa radial y escrita dejó documentada la profunda influencia que desde los púlpitos tanto sacerdotes como obispos y arzobispos ejercieron sobre la población considerada “menor de edad”, y cómo, en su diario ejercicio, en cada evento religioso a las 5 o 6 de la mañana, al medio día o en la tarde, a las 6 o 7 pm, indicaban con precisión «por quién se debía votar«. En mi pueblo, desde el decenio de los 50’s y hasta los 80’s, bajo el yugo católico, en la tienda de don Adriano, cada vez que había elecciones, desde tempranas horas de la madrugada, se formaban infinitas colas de campesinos que, llegados el día anterior a los comicios, reclamaban las cédulas de ciudadanía que allí tenían guardadas después de haber ido a misa, y con ellas y las tarjetas debidamente marcadas cumplían ritualmente la tarea de votar en el puesto de votación ubicado en una inmensa institución educativa también religiosa. Luego retornaban, dejaban la cédula y seguían para sus lugares de residencia en el campo, con la felicidad del deber cumplido y convencidos de la salvación de sus almas.
Tal vez en los pueblos que vivieron esa intensa influencia en Boyacá, Cauca, Antioquia o Caldas también haya homenajes, como aquí en Cartagena, a Crisanto Luque, arzobispo católico conservador de los 40’s y 50’s, en cuyas homilías no escatimaba ninguna línea para expresar sus preferencias ideológicas o políticas electorales. Aquí en la ciudad amurallada está el Palacio de la Inquisición, donde se muestran los instrumentos con los que se torturaba a los judíos, ateos, musulmanes, apóstatas, prostitutas y brujas.
Pero cuando el electorado, es decir, la ciudadanía urbana del país, ha empezado a verse fuertemente influenciada por los medios masivos de comunicación y, ahora de las redes sociales estimuladas por Facebook, Instagram, Twitter, etc., y sus viejos y queridos odios se han transformado, los antiguos dirigentes se están ubicando en el espectro de la oposición y no saben cómo hacer la tarea, o mejor, la hacen con mucha ‘pasión’ y mucho ‘sentimiento’, pero sin comprensión cabal de lo que ha ocurrido.
La ciudadanía colombiana, en particular la residente en las grandes ciudades capitales y en varios de los municipios intermedios, ha empezado a ver otros horizontes y a dejar de llevarse al ‘cadalso’ con ‘espejitos’. Y los jóvenes y los adultos demandan resultados contundentes en la gestión de gobierno de los mandatarios locales, regionales y nacionales. Podría tomarse como referencia solo lo que dicen las encuestas sobre cómo califican al presidente Iván Duque en los últimos meses.
Varios alcaldes de ciudades como Cartagena, Cúcuta, Bucaramanga, Cali, Bogotá, Villavicencio, Montería, Santa Marta, Tunja, Turbaco, y otra decena que no recuerdo, fueron elegidos por la ciudadanía con programas anticorrupción y con la declaración de conseguir mejores resultados para la vida económica, social y cultural de sus habitantes. Y las personas están vigilando y pendientes de que se cumplan los compromisos, pues son muchos años de paciencia y de espera los que han vivido.
Varios de estos mandatarios son ‘outsiders‘, sin tradición familiar o personal en la política activa local o regional. Y en algunos casos, como el de Cartagena, fueron veedores por más de 20 años, denunciando ante los órganos de control y ante las autoridades judiciales conductas corruptas o ilegales.
Quizá muchos de los dirigentes locales no se destacan por su ‘delicadeza’ y por su forma ‘caballerosa’ o ‘elegante’ de expresarse, pero con su vulgaridad de cierta manera interpretan el sentimiento de cansancio y de agotamiento que los ciudadanos de a pie tienen frente a las conductas típicas de los gobernantes anteriores.
Así las cosas, la nueva oposición, antigua “casta de dirigentes”, tendrá que estudiar muy bien cómo realiza su tarea y logra convencer a los ciudadanos para conseguir resultados electorales a su favor en los procesos electorales futuros.
En Colombia ha faltado una más intensa campaña educativa política que tenga impacto sobre los ciudadanos, tanto los jóvenes (hasta los 28 años) como los más adultos, hombres y mujeres, en las ciudades y en las zonas rurales, para que tengan mejores niveles de comprensión del funcionamiento del Estado local, regional y nacional y demanden de sus dirigentes los resultados que se comprometen a entregar cuando son ganadores de las contiendas cada cuatro años.
La formación ideológica y político ha quedado, por ahora, en manos de los ágiles youtubers o influenciadores que se han aventurado en la labor de hacer “pedagogía política” en sus regiones y localidades. No parece que esta tendencia vaya a detenerse sino que, por el contrario, cada vez más se verán empoderados hombres y mujeres jóvenes y tendrán la probabilidad de recibir el favor de la ciudadanía para encarar la “gestión pública” local, regional o nacional. Los tiempos de la férrea presencia católica parecen ya remotos y que no volverán.
En otras latitudes los partidos políticos han creado escuelas de líderes y de formación política para que sus cuadros y nuevas generaciones de seguidores tengan la suficiente preparación ética e ideológica para hablarles a los ciudadanos y que en verdad consigan los resultados que se esperan de los gobiernos. Pero eso es en otras latitudes; aquí no se observan esas mismas costumbres.
En Colombia, en el año 1991, es decir hace 30 años, se declaró un ‘Estado Social de Derecho’ y esa connotación ha quedado aplazada por la continuidad de prácticas anteriores al 91.
Solo basta con disfrutar el Giro de Italia, la Vuelta a España, el Tour de France, o ver las transmisiones de los partidos de las ligas española, italiana, alemana o francesa, para palpar las condiciones de vida de los ciudadanos que reciben en Europa los beneficios de un auténtico ‘Estado Social de Derecho”, y ello ya va teniendo efecto sobre los ciudadanos colombianos y, en general, de América del Sur.
Los nuevos dirigentes, en su mayoría jóvenes profesionales, que han salido del país y han visitado ciudades de otras naciones de América del Sur o del Norte y Europa, saben que los gobiernos deben comprometerse con resultados tangibles en la mejora de las condiciones de vida de sus congéneres, de quienes reciben el apoyo en los procesos electorales que se realizan cada cuatro años. Recordemos que en Colombia se discriminaba a las personas por no tener pasaporte y no haberlo usado siquiera una vez. Los outsiders, los “extraños” a la política, se han venido ubicando mejor en su comprensión de lo que deben hacer como dirigentes y como voceros de sus comunidades.
Los partidos políticos tienen una inmensa tarea de formación de sus cuadros para que realicen la oposición madura, elevada y consistente que se requiere para aspirar a conseguir de nuevo, en los próximos años, la confianza ciudadana. Que no sean una oposición a la zaga
* Profesor Asociado ESAP. Doctor en Gobierno y Administración Pública. Sociólogo. Integrante del grupo de investigación Estado y Poder de la ESAP. Autor de libros y artículos académicos.


