
Como una fiebre escandalosa que es apenas el síntoma de males mayores ha resultado ser el reciente episodio de la Escuela de Policía Simón Bolívar de Tuluá, en donde un evento “cultural” fue el pábulo para la utilización de vestimentas y símbolos del nazismo, ideología totalitarista que sirvió de germen a la más atroz de las guerras de la humanidad y al exterminio horripilante de más de seis millones de judíos por cuenta del odio de razas.
En mi humilde opinión, no es casual que la prensa reseñe que los hechos ocurrieron en desarrollo de un evento “cultural”, pues no cabe duda de que hay un proceso de ‘aculturación’ que padece nuestra sociedad, por virtud del cual algunos grupos con preeminencia en la colectividad nacional promueven patrones de comportamiento que buscan la adopción de conductas generalizadas que impiden que los conflictos -que son naturales en una comunidad – se resuelvan de manera racional y pacífica.
Lo grave del es que esos grupos se encuentran incrustados en la institucionalidad que dirige el régimen que gobierna, tal como lo demuestra el hecho de que en la institución en donde se preparan a nuestros agentes del orden se haga apología del totalitarismo. Aterrador.
No es fútil el dato ofrecido por el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz -Indepaz-, según el cual durante las protestas del año que está por terminar fueron victimas de homicidio alrededor de 80 ciudadanos ejerciendo la protesta, la mayoría de ellos a manos del Esmad y la Policía, autoridades que, formalmente al menos, están encargadas de proteger la vida, honra y bienes de los colombianos.
Tampoco es banal que en marzo de 2020 hayan sido masacrados 24 presos en la Cárcel Modelo de Bogotá, en un motín originado en protestas por las inadecuadas condiciones de las instalaciones de reclusión para prevenir la pandemia del Covid–19. Allí también fueron autoridades “legítimamente instituidas” las principales responsables de asesinatos masivos.
La violencia parece estar en el ADN de la Nación y, hasta el presente, no ha habido poder humano o divino que pare esa insensatez.
Muchos historiadores y pensadores de la realidad nacional han argumentado y documentado que el origen de las múltiples violencias que ha padecido Colombia tiene origen político.
Jorge Orlando Melo, en su reciente obra que ya se proyecta como un texto clásico de la historia nacional, señala al respecto: “la violencia ha sido ante todo de origen político, producida por el enfrentamiento de liberales y conservadores entre 1947 y 1957 y después por las guerrillas comunistas formadas a partir de 1964 y por la respuesta del gobierno, con frecuencia brutal e ilegal, y de los grupos paramilitares, creados desde 1978 por organizaciones de la droga, propietarios rurales y miembros de la fuerza pública para combatir la guerrilla. Esta violencia creó olas expansivas que desorganizaron la sociedad, cambiaron los valores, debilitaron la justicia y la policía y dieron campo y estímulo a otras formas de delincuencia, como el narcotráfico… Esta violencia es la gran tragedia de la sociedad colombiana del último siglo y constituye su mayor fracaso histórico”.
La violencia parece convertida en un nefasto hábito de los colombianos, en tanto comportamiento aprendido, no innato, adquirido mediante repetición regular en el tiempo.
La pregunta es si somos capaces de salir juntos como Nación de este infierno irracional y sangriento.
La hipótesis que candorosamente me atrevo a proponer frente a este interrogante es que sí podemos hacerlo. Sí podemos salir de esta espiral de violencia; y para asumir la defensa de esta tesis se me ha ocurrido el ejemplo del mal hábito del tabaquismo que yo mismo he padecido.
En efecto, desde muy joven fui fumador, una conducta aprendida de mis padres que también lo fueron en un tiempo, reforzada por paradigmas como aquella propaganda del “mundo Marlboro” en la que aparecía un vaquero rubio ‘tumba – locas’ fumando también como loco. Ese vicio me llevaba al punto de que antes de desayunar, bien temprano en la mañana, debía salir como un autómata a comprar cigarrillos en la tienda para empezar el día despachando humo.
Hace unos 13 o 14 años, cuando aún fumaba, mis hijos eran aún pequeños, pero ya eran muy perspicaces, y todo me indica que las promociones difundidas en los medios de comunicación les enseñaron que el cigarrillo producía cáncer y que en general era perjudicial para la salud. Para no alargar el cuento, me armaron sindicato y esa circunstancia, más los malestares que ya me estaba ocasionando el cigarrillo, me llevaron a abandonar ese vicio insulso, hasta la fecha.
Cifras de la Organización Mundial de la Salud -OMS – señalan que entre el año 2000 y 2018 ha habido una reducción en el mundo de 60 millones de personas que renunciaron al vicio, y se prevé que para 2025 se habrá logrado una reducción adicional del 23% de personas fumadoras.
Al respecto, el doctor Ruediger Krech, director de Promoción de la Salud de la OMS, en su momento dijo: “las reducciones del consumo mundial de tabaco demuestran que los gobiernos, cuando introducen y refuerzan sus acciones integrales basadas en la evidencia, pueden preservar el bienestar de sus ciudadanos”.
Así las cosas, es preciso una nueva política, un pacto trascendental y, por trascendental, un hito histórico, que nos permita transitar a un periodo de paz, a partir de la edificación colectiva de una cultura de la no violencia. Un periodo de tolerancia y pluralismo en el que la deliberación ideológica no se convierta en causal para cegar la vida del prójimo. El hábito de la violencia puede abandonarse y adquirir uno distinto: el de la convivencia y la resolución racional de los conflictos que siempre estarán presentes en el cuerpo social.
Vamos, entonces, al pacto con la sociedad; vamos al pacto todos, sin temores, dispuestos a brindar mejores posibilidades a las generaciones que tienen derecho a vivir mejor. Ellos, quizás, recordarán que esta generación fue capaz de iniciar ese cambio en democracia en 2022. Intentémoslo.
PD. Hace una semana exacta escribí una nota titulada ‘Unidad para la victoria‘ (hacer click) en la que relaté que renunciaba a mi aspiración a una curul por la circunscripción del Departamento de Bolívar a la Cámara de Representantes 2022 – 2026, para enaltecer el consenso al que había arribado el grupo de precandidatos que optaban por el aval del partido Colombia Humana, en el cual yo había sido descartado por mis compañeros.
Sin embargo, en la tarde del aquel sábado en que se publicó la nota recibí una llamada del colega precandidato Viviano Torres, conocido cantante y gestor cultural palenquero, para manifestarme que había recibido un mensaje que alteraba de alguna manera las reglas de juego pactadas para arribar a un consenso.
Viviano denunció esa situación ante las directivas del partido Colombia Humana y estas, acogiendo la reclamación de Viviano Torres, determinaron que era menester replantear el asunto a fin de que cualquier acuerdo estuviese revestido de la mayor legitimidad posible.
Esa decisión me ha devuelto a la arena política para seguir en la lucha por representar las causas de amplios sectores populares de Cartagena y Bolívar y así ayudar con mi humilde esfuerzo en la construcción del Pacto Histórico desde el parlamento colombiano. Vamos adelante con decisión.
* Abogado y especialista en Derecho Administrativo y Maestría en Derecho con énfasis en Derecho Público.



