
Por Edgardo Pallares Bossa *
Siempre he recalcado cuando tocamos los temas taurinos -mi afición y por la cual sobrevivo las veinticuatro horas del día-, según teorizó Aristipo de Cirene, quien era un discípulo de Sócrates, que existen dos cosas que influyen en el hombre: el sufrimiento y el placer.
Ello, creo, también es parte sustancial de la tauromaquia, porque en el toreo «la muerte está viva» y, por supuesto, se asoma a esta práctica, ya que el toro con cualquier descuido le propina una cornada mortal al diestro.
Allí se patentiza el sufrimiento que se inicia en los patios de cuadrillas con el denominado «miedo a tener miedo«, hasta cuando, ya en el redondel, ello se troca en responsabilidad.
Por ello nos asalta una pregunta: ¿por qué ‘Joselillo de Colombia’ se empecinó en cultivar la tauromaquia en prácticamente todas las plazas de toros del país, sirviendo como torero y empresario? ¿No sería que ‘Joselillo de Colombia’, en todos los sentidos, argumentó esa posición ambivalente, puesto que de todas maneras se evidenciaba aquello del sufrimiento al placer?
Es decir, al expresarse estéticamente con su toreo también realiza la anexión hedonista del placer con el triunfo sonoro y corte de orejas.
‘Joselillo de Colombia’ siempre vivió para la tauromaquia. Y en Colombia fue un gran sacrificado. Sin embargo, por esa ceguera involuntaria de los aficionados, no tiene siquiera un busto en honor a sus prácticas toreras.
Y especialmente en Cartagena, mi ciudad, donde hizo palmaria la gran plaza de toros como gestor, dando por válidos sus argumentos.
¡Le recordamos con un busto invisible!
* Investigador, escritor, periodista, publicista y diseñador; director de medios informativos en Telecaribe y otros órganos de difusión; exgerente de RCN y Todelar



