Por Rubiela Valderrama Hoyos *
De acuerdo con las fichas técnicas de Determinantes Ambientales para el ordenamiento territorial municipal (Resolución 0944 del 14 de diciembre de 2020), la Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique –Cardique – nos indica claramente que “los humedales son ecosistemas de gran importancia gracias a las funciones y productos que ofrecen, donde se llevan a cabo actividades productivas y socioculturales para la población rural y urbana. De esta manera, en la planificación territorial los humedales deben ser áreas cuyo objetivo sea la protección y conservación, debido al gran valor ecosistémico que poseen al ser fuente de recarga y descarga de acuíferos, controlar los flujos de agua previniendo inundaciones, reteniendo nutrientes, sedimentos y tóxicos, manteniendo estable la línea costera, sirviendo de transporte acuático y hábitat de centenares de especies silvestres, dando soporte a cadenas tróficas. Por ende, los niveles de restricción a las actividades productivas y los controles en cuanto a ocupación de las áreas de humedal deben enfocarse desde el punto de vista de la sostenibilidad, manteniendo los flujos de agua, asimismo la relación entre las funciones y productos ofertados por este tipo de ecosistemas contribuyendo a mitigar los efectos del cambio climático, vistos en el control de inundaciones y soporte para las épocas de sequía”.
Pero estas determinantes ambientales parecen no aplicar para los depredadores de élite de la zona norte de la ciudad.
Miremos solo lo que hasta hace un mes era el borde izquierdo del anillo vial en dirección Cartagena – Barranquilla. Las fotos (ver arriba) muestran cómo ese gran humedal, que debía estar protegido por las autoridades ambientales, está siendo arrasado totalmente por la ambición desmedida de “una tal ciudad soñada” para extranjeros, turistas y élites que puedan pagar un espacio allí.
Y ese paisaje natural, protegido por las leyes colombianas, se trasformará en una mole de concreto, vendida como lugar para vacacionar los 365 días al año.
De esta manera se continúa abusando de los ecosistemas adyacentes a la Ciénaga de la Virgen, contribuyendo a su deterioro y quizás hasta su desaparición si la barbarie ambiental continúa sin dios ni ley.
En un importante estudio realizado por el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt en 2015, se muestra la triste realidad que padece la Ciénaga de la Virgen y las consecuencias de la continua depredación a los alrededores, entre otras observaciones y recomendaciones plantea; “Otro ejemplo de pérdida ambiental en la Ciénaga de La Virgen, es la tala de extensas zonas de manglares ubicados en el sector de La Boquilla (Departamento de Bolívar), en donde se esperan construir proyectos turísticos por grandes empresarios, para lo cual se hace necesario la venta de los terrenos por loteo y como consecuencia la contaminación y posterior aterramiento de extensas zonas de mangle, además del fenómeno de desplazamiento, con el cual muchos colonos se apropian de estos terrenos” (Arzuza et al., 2008).[1]
“GEO, (2009) enfatiza en llevar a cabo una revisión permanente y juiciosa sobre la aplicación del Plan de Ordenamiento Territorial (POT) y en particular una vigilancia cuidadosa del diseño e implementación de los planes parciales de manejo. Así mismo, de los planes de prevención y atención de desastres, que implican detener la ocupación de zonas de alto riesgo y la reubicación de la población que las ocupa en la actualidad. En este sentido, debe considerarse el impacto esperable del cambio climático sobre la línea de costa y las áreas bajas de la ciudad, en particular alrededor de la Ciénaga de La Virgen”.[2]
Los recursos ambientales que ofrece la Ciénaga de La Virgen están siendo diezmados constantemente por las acciones antrópicas que se desarrollan en su entorno, como la construcción de La Bocana, el aeropuerto, la Vía Perimetral, y en la actualidad la creciente urbanización que las élites del turismo vienen imponiendo en esta zona, todas acciones que no han tenido en cuenta aspectos ambientales antes de su cimentación. Después de que los Araújo rellenaron la Boca de Parrao, construyeron un centro de convenciones sobre la Ciénaga y continúan ampliando sus construcciones con la complacencia de las autoridades ambientales. Ricos y pobres -como hemos dicho, se apoderan de los bordes y humedales sin dios ni ley.
¿Quién detiene entonces este desastre ambiental?; ¿por qué, si gran parte de la zona hoy ocupada por Serena del Mar se encuentra dentro de los humedales adyacentes a la Ciénaga de la Virgen, estos siguen siendo arrasados a la luz del día?; ¿por qué cuenta con todos los permisos de las autoridades ambientales si está en un humedal y estos son protegidos por las leyes y por las determinantes ambientales, según Resolución 0944 del 14 de diciembre de 2020 de Cardique?
La ciudadanía cartagenera debe despertar frente a estos ecocidios que avanzan de manera desproporcionada sobre la ciudad y exigir de forma contundente que pare la depredación.
Tenemos en este momento una gran oportunidad, y es la actualización del POT. Este es el instrumento técnico y normativo para ordenar el territorio distrital, comprende la orientación y administración, el desarrollo físico del territorio y la utilización del suelo, de allí que estamos ante la herramienta fundamental para no permitir que zonas ambientalmente protegidas sigan depredándose. Pero por supuesto que hay que hacer más; hay que cambiar la dirigencia de la ciudad y los eternos personajes de las entidades que se alían con los depredadores ambientales de cuello blanco, con las élites del turismo a los que por su ambición desmedida les importa un carajo arrasar con todo a su paso.
Pongo sobre la mesa nuevamente el debate, esta vez con la invitación a tomarnos las mesas del POT para defender allí el territorio, su gente y ecosistemas. Hago un llamado a las mujeres y lideresas a participar con fuerza y planificar una ciudad soñada para las mujeres.
* Feminista, activista por los derechos humanos de las mujeres
[2] Ibidem. Pag. 15