Por Rafael Castillo Torres *
La realidad que estamos viviendo en esta tercera ola de contagios y muertes por la pandemia del Covid-19, así como el limitado acceso a las vacunas, nos está mostrando cuán difícil va a ser lograr, en el menor tiempo posible, la inmunidad del rebaño. A ello se le suma la deficiencia en el porcentaje de vacunados y las dificultades que se tienen para que se vacunen las personas más vulnerables. Está claro que una cosa es el desarrollo de las vacunas y otra muy distinta su acceso a ellas.
El Papa Francisco, siempre atento a los sufrimientos de la humanidad y refiriéndose a la falta de una solidaridad internacional que permita el acceso mundial a la vacuna ha dicho recientemente: “una variante de este virus es el nacionalismo cerrado, que impide un internacionalismo de las vacunas. Se nos urge un espíritu de justicia que nos movilice para asegurar el acceso universal a la vacuna y a la suspensión temporal de derechos de propiedad intelectual y un espíritu de comunión que nos permita generar un modelo económico diferente, más inclusivo, justo y sustentable”.
Es urgente que se revise la producción de las vacunas sin dejar de reconocer que no será fácil solucionar los desafíos que va dejando la pandemia. El problema no es únicamente la limitación que hoy tenemos para acceder a las vacunas, sino también reconocer que, para alcanzar la inmunidad del rebaño, las estrategias que se logren implementar en materia de salud pública deberán pensar, necesariamente, a la sostenibilidad de las familias más pobres.
Si las vacunas son un bien para la humanidad inspirado en razones de justicia, entonces cabe preguntarnos: ¿De quién son las vacunas? ¿De todos o de algunos cuantos? ¿Son un bien público o tienen dueños que las explotan y comercializan? ¿Cómo corregir este embudo de producción de patentes que está causando muertes? ¿Cómo entender el hecho de que sea el Estado quien financie, con recursos públicos, una investigación y más tarde sea una empresa la que se abrogue el derecho de propiedad sobre las patentes? ¿Siendo que son responsabilidades compartidas, entre el público y el privado, cómo entender que sean las empresas las que digan y determinen cuando se produce, con quien se produce y cuánto cuesta la vacuna? ¿En términos de justica podríamos decir que los países occidentales y de Asia, productores de las vacunas, han respondido a un negocio entre privados antes que a un bien público? ¿Qué hubiese pasado si la gran producción de dosis de vacunas se hubiera distribuido equitativamente empezando por los que se encuentran en peor situación? ¿Qué compañía, hasta hoy, ha compartido conocimiento tecnológico para que se puedan utilizar? ¿Somos conscientes de que este modelo económico hace que una persona de la Unión Europea o de Norteamérica, hoy, tenga cuatro veces más posibilidades de vacunarse que Juan Manuel que vive aquí en Cartagena?
Juan Manuel se vacunará, pero está claro que el que paga más se lleva la vacuna. Quien tenga el monopolio siempre hará lo que quiera. La tarea no es únicamente producir más vacunas, sino también distribuirlas equitativamente.
Se necesita activar la fuerza del fondo Covax, coalición de casi 180 países procurando que 2.000 millones de dosis sean distribuidas equitativamente para finales de 2021. Si es cierto que lo primero va adelante, entonces se deberá apoyar este fondo de la Organización Mundial de la Salud y revisar en su sentido más amplio todo el tema de las patentes y la propiedad intelectual.
Un debate entre salud y economía siempre será torpe porque primero es la vida. Si no resolvemos la pandemia tampoco se recuperará la economía. Es un imperativo que hoy podamos tener vacunas para todos frente a una pandemia que no da tregua. La mayor rentabilidad es ampliar el acceso y la posibilidad de las vacunas lo cual será menos costoso que todas las ayudas que tendrán que enviar los países ricos ante los desafíos de la pandemia en los países más pobres. Recordemos a León Felipe: “Cuando la justicia herida de muerte nos llama a todos, nadie puede decir yo aún no estoy preparado”. Si no salimos todos y salimos juntos… no va a salir nadie.
* Sacerdote de la Arquidiócesis de Cartagena