
Por Mercedes Posada Meola *
Las palabras son importantes porque nos permiten pensar y organizar la realidad. Escucho una y otra vez el relato que por más de 20 años ha tenido que repetir la periodista Jineth Bedoya sobre su secuestro, violación y tortura y veo con estupor la respuesta de un Estado mezquino y misógino al que le parece poca cosa una violación masiva. No se entiende por qué tanto retraso en su proceso, por qué no hay un sistema que permita responder con celeridad, justicia y ética y resarcir una violencia tan cruda, tan cruenta.
La historia de Jineth es la de cientos de mujeres que, por su condición de mujer, han sido cosificadas, reducidas, humilladas hasta la saciedad. La misoginia, hija legítima del patriarcado, es una enfermedad que se ha ido propagando durante siglos para negarle a la mujer el derecho a ser un ser humano y reducirla a un objeto, sin voz, sin vida. Te resistes, te violo. En venganza, te violo. No tienes suficiente moral, te violo. Llevas vestido corto, te violo. Caminas sola por una calle, te violo. Investigas más de la cuenta, te violo.
¿Qué es lo que ha hecho posible que se propague con tanta fuerza el virus mortal del odio y el desprecio por las mujeres? ¿Cómo ha tenido asidero una educación para la sumisión y no para la libertad, para la igualdad en derechos? ¿En qué momento se edificó el edificio de la misoginia y se posicionó el mandato de la masculinidad como medida de todas las cosas? No sabemos. Quizás en el mito de origen, explica Rita Segato. Es muy doloroso decirlo, agrega, pero “a la mujer la serpiente la tienta y se come la manzana, al hombre no”. Esa descripción fundante de la mujer, vulnerable en su moralidad, está presente en la mentalidad de un misógino.
La misoginia, insisto, anda suelta. Y si bien los tiempos han cambiado, diferentes hechos evidencian que no ha sido posible su destierro absoluto. La sentimos en la piel todos los días: “Tú no tienes la madera para ser alcaldesa. Te falta mucho, y no sólo en preparación académica. Te falta en ética, en principios”, le dijo el alcalde de la ciudad a su exprimera dama la semana pasada. Eso es misoginia porque se advierte un desprecio, unas ínfulas de superioridad moral. Quizás no lo sepa el alcalde, pero es hora de aprender, de reparar y sobre todo de dimensionar la responsabilidad pública que implica gobernar una ciudad que ha perpetuado todas las formas conocidas y no conocidas de discriminación.
Las mujeres ya no nos callamos y no aceptamos el sometimiento o el insulto como norma. «¡Ni una lágrima más!«, dice Marcela Serrano. Es la hora del grito. “El grito: el más feroz llamado, el más ronco y sonoro alarido”, por eso reclamamos justicia en el caso de Jineth y de todas las mujeres que han sido violentadas. Por eso el Movimiento Social de Mujeres y diversos colectivos feministas de la ciudad siguen parados en la raya, exigiendo que aparezca Alexandrith Sarmiento Arroyo, una chica de 15 años desaparecida hace cuatro días en Cartagena. Por eso el Movimiento Amplio de Mujeres y Feministas se pronunció ante lo dicho por el alcalde, porque las mujeres de hoy tenemos la plena conciencia de que la democracia sólo es posible con una ciudadanía plena en derechos.
* Feminista por convicción y por condición. Magister en Desarrollo Social. Directora del programa de Comunicación Social de la Universidad Tecnológica de Bolívar.
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