
Por Nury Esther Pérez Márquez *
En algún aparte de la historia del ser humano, tal vez desde la etapa de la niñez, se ha observado cómo los roles de los miembros de una familia adquieren un papel determinante en la vida de cada persona. Sin embargo, existe uno de estos que impacta de forma directa en la forma de percepción de cada integrante del núcleo familiar, social, personal. Es el tan importante y valioso rol de la mujer.
Pero mujer en toda la extensión de la palabra: mujer madre, mujer hija, mujer amiga, mujer esposa, etc. Esa mujer que hoy, gracias a las circunstancias y al contexto cultural, sumado al desconocimiento de amor propio e inseguridad, viene sufriendo de una problemática social cada vez mas frecuente como es la de violencia, la cual, aunque se mencione desde diferentes percepciones, sigue constituyéndose en el centro de innumerables críticas sin saber realmente qué sucede al interior de cada mujer que sufre, reprime y hasta se queja de semejante acto desproporcionado de supuesto amor, corrección o como se le pretenda justificar.
Cuando se escucha en algunos medios de comunicación referirse al tema de violencia contra la mujer, de igual forma en consultas y en reuniones sociales y hasta familiares resulta toda una aventura mental el hecho de imaginarse, pensar y hasta cuestionar por qué esas mujeres violentadas permiten ese acto. Lo más contradictorio del asunto es que, por lo general, al preguntarles directamente a ellas, no conocen una razón real y clara, sino que de forma inmediata buscan una justificación desde el afecto, o supuesta necesidad material que las motive a soportar agresiones de cualquier tipo en la misma condición de violencia.
Es, en este punto, donde el receptor que escucha la historia de la mujer maltratada comienza a realizar una cantidad de suposiciones subjetivas, de lo que haría si estuviera en el lugar de ella y quizás de que, en su escena mental y poderosa, se enfrentaría a “sangre y fuego” con el agresor, pero se le olvida un pequeño y trascendental detalle: una cosa es intentar colocarse en el lugar del otro desde la historia de vida ajena y otra muy distinta es estar literalmente en el lugar del otro con las mismas vivencias, experiencias, emociones, sensaciones y demás características que lo hacen ser esa persona y no la que el otro quiere que sea desde su gran capacidad de fortaleza.
Ahora bien, los consejos no modifican ni cambian las actuaciones de otros solo porque pretendamos que eso suceda, se necesita más que eso para lograr que esa mujer maltratada, que a lo mejor se encuentra confundiendo amor con agresión porque quizás su historia de vida se basó en esa demostración de afecto, o simplemente no conoce lo que eso significa porque jamás lo recibió, o tal vez lo que para algunos es caótico e impactante, para esa mujer es sinónimo de “orden” en su vida, en fin, tantas razones que pueden estar ocultas en su interior que solamente analizando y mirando desde sí misma puede llegar a encontrar una manera de transformar ese “amor” que recibe de un supuesto bienestar, con aquel que ella misma puede construir desde su propia mirada, bajo sus propios criterios y su esencia única e intransferible.
Y se lee sencillo, muy práctico y hasta bonito, pero el tema resulta ser tan profundo que la mente humana no lo alcanza a recorrer en su totalidad por sí sola, pero lo que sí es cierto es que, entre menos se señale y se juzgue a esa mujer maltratada, se minimizan todas esas suposiciones desde el control remoto de la escena escuchada o vista, y se le direccione a manejar una terminología no enfocada a la victimización, la cual, sumado a una idónea ayuda profesional, podría resultar importante e interesante al ir más allá de lo que esa mujer cree ser, pensar y sentir, y en cambio podría facultar a su mente para recibir y alcanzar un anhelado estado de salud mental.
* Psicóloga, magíster en Desarrollo Humano en las Organizaciones, especialista en Psicología Clínica con énfasis en Salud Mental.
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