
Por Luis Enrique Rubiano Quitián *
Recientemente llegaron las primeras vacunas contra el Covid-19 y ya se aplicaron las primeras en algunas ciudades del país. Así como queremos vacunar a la población contra el coronavirus, que ha sido una epidemia fatídica, no solo para este país sino para el planeta, me he puesto a pensar respecto de la sociedad y la Administración Pública en Colombia: ¿contra qué podríamos vacunar al país?
Quiero hacer mi aporte sugiriendo siete ‘enfermedades’ o ‘plagas’ que afectan a nuestra querida Colombia, citándolas en un orden no estricto sino arbitrario. Ustedes definirán la relevancia de uno u otro.
Contra la CORRUPCIÓN: Es un gran flagelo de la sociedad colombiana la corrupción en todas sus manifestaciones y niveles. Vacunaría a Colombia contra esa corrupción que se da en la esfera de lo estatal y en la esfera de los particulares; contra aquella relacionada con los delitos contra la Administración Pública y el patrimonio público que contempla nuestro Código Penal, como contra aquella que se da al interior de las grandes empresas privadas, como la que se da cuando un ciudadano hace una conexión fraudulenta de energía en su casa o negocio, arroja basuras a los caños, incumple sus deberes tributarios, soborna, incumple indebidamente su trabajo o falsifica documentos.
Allí se necesitaría una vacuna que nos devolviera el respeto por la sociedad, por el medio ambiente, por la Ley.
Contra el ODIO: Ese odio que tenemos tan arraigado desde la colonia y quizás desde antes en nuestras comunidades y en el sistema socio-político. Contra ese odio que lleva a la violencia, el que no permite llegar a acuerdos, el que polariza permanentemente. El odio que lleva a querer imponer ideologías, a imponer decisiones, a imponer leyes, a imponer costumbres. Ese odio que lleva a la triste realidad que, para algunos, matar se convierte en un deporte.
Contra el DETERMINISMO. Ese creer que las cosas no pueden cambiar, creer que todo está escrito y que el futuro ya está dispuesto para nosotros y que no podemos mejorar o superar nuestra condición o situación. Ese determinismo que nos lleva a una sociedad pesimista que por ahí mismo se convierte en una sociedad estancada e incluso en reversa. Y nada más peligroso para una sociedad que el pesimismo.
Así como hemos de propiciar una autoestima en nosotros mismos, debemos arroparnos de autoestima como sociedad, y entender que el futuro lo hacemos nosotros hoy, que nada está escrito.
Contra la PEREZA: En un país donde hizo moda el facilismo la pereza campea y eso es un problema obviamente porque, para que una persona sea exitosa, se necesita constancia, trabajo y disciplina más que fuerza y una riqueza base, y esas tres cosas son lo contrario de la pereza. El desarrollo y bienestar de países como Suiza, Japón, Finlandia, Islandia, Alemania, entre otros, se debe precisamente a superar la pandemia de la pereza y adoptar como valores nacionales la disciplina y el esfuerzo individual y colectivo.
En tanto Colombia parece valorar más la ley del menor esfuerzo y el compartir con India el ‘honroso’ primer lugar de ser los dos países con mayor número de días festivos (18 días anuales cada uno según estudio de la consultora Merce); claro, sin contar las fiestas locales que generan días cívicos como las patronales, de aniversario del municipio, ferias y carnavales. Por cierto, India podría ser la primera potencia mundial no solo por su tamaño y gran población, sino por su milenaria historia como civilización, por ser la cuna de las técnicas de Administración Pública y por la gran cantidad de capital humano con que cuenta para el desarrollo de la ciencia, como se ha comprobado en el campo del desarrollo de software y la biotecnología agrícola, pero su cultura social y religiosa no la dejan.
Así pues, en Colombia nos acostumbramos a buscar excusas para evitar compromisos laborales o productivos, incluso nos amparamos en el ya mencionado determinismo (ya pandeterminismo); ello ha sido caldo de cultivo para las economías ilícitas que encuentran material humano presto en aquellos que buscan obtener dinero fácil.
Contra el LEGALISMO: Esta es una enfermedad de la República que permeó hasta la cultura barrial. Nuestra cultura política santanderista confundió el Estado de Derecho con la sociedad de leyes, y ahora hasta en las relaciones más elementales entre vecinos, el sentido común y la razón son soslayados por unos artículos o cláusulas escritas en un papel. Desde la entrada en vigencia de la Constitución Política actual en 1991, van 2.081 leyes sancionadas, pero desde la creación del Congreso de la República, la cifra llega a más de 5’967.000, casi todas vigentes. Cosa contraria pasa en naciones como Reino Unido, Nueva Zelanda, Suiza y Canadá, donde con muchas menos leyes han logrado mayor efectividad tanto de la función pública, al entender la verdadera esencia de la Nueva Gestión Pública (New Public Management), como de la actividad empresarial.
Tanta leguleyada y retórica en las relaciones entre Estado y Estado y entre Estado y Sociedad, no nos dejan ser prácticos y perdemos tiempo en trivialidades, en discusiones innecesarias y en leyes que resultan más costosas que los costos sociales y económicos que pretenden evitar. Es necesaria una vacuna que elimine tantas leyes y reglamentos innecesarios y deje el cuerpo de esta sociedad listo para moverse más naturalmente.
Contra el POPULISMO: Este podría ser definido como el movimiento orientado a favorecer al pueblo, entendiéndolo como la gran masa de la sociedad, la base de la pirámide de ésta. Pero esta definición que pareciera ‘bondadosa’ encierra una práctica peligrosa en el ámbito político. ¿Por qué?
De plano porque pretende el direccionamiento de las políticas de gobierno a un segmento poblacional con exclusividad, que, si bien representa a la mayoría poblacional por característica de clase o estrato, no se muestra democráticamente al servicio de toda la sociedad.
En segundo lugar, porque se ampara en que el candidato o gobernante se muestra como alguien que comparte una misma inconformidad con el grueso de los inconformes y utiliza el enardecimiento y el inconformismo como sebo para atraer y retener al electorado, así no tengan garantía de respaldo técnico, económico o legal sus propuestas.
Y es que en países como el nuestro existe a veces el error de creer que, por agregarle el adjetivo popular a cualquier política, programa, ley o dependencia del Estado, ya la acción de los gobernantes se arropa de justicia social y de efectividad. El populismo en Colombia crea demagogia ‘carismática’ amparada en liderazgos caudillistas de aquellos que se presumen adalides de la justicia social, pero que solo buscan poder. Hay que vacunar ese tipo de populismo para que el país se apropie de liderazgos que no teman ser impopulares en pro de beneficios de largo plazo, pues la idea no es querer agradar a todo el mundo sino ayudar a construir políticas públicas benéficas con impacto estratégico, aún a riesgo de los costos políticos de corto plazo.
Contra la INDIFERENCIA: La indiferencia se puede ver como una actitud de displicencia manifestada en insensibilidad, ausencia de motivación o entusiasmo, inconciencia emocional y frialdad. La indiferencia es contraria a la responsabilidad social. La enfermedad social de la indiferencia atenta contra la solidaridad y contra la participación social en los asuntos públicos o comunitarios pues se basa en creer que ‘eso’ no es conmigo.
Tal manifestación nos ha llevado a la deshumanización, a la irresponsabilidad, a la inacción frente a problemas de violencia, injusticia, prevención de riesgos y atención de desastres, baja participación política, poca cooperación para con quienes afrontan limitantes económicas o de desarrollo personal y bajo espíritu de cooperación en proyectos comunitarios; y en últimas, crea individualismo y egoísmo que son responsables en buena parte del deficiente desarrollo integral de nuestro país.
Y usted, ¿contra qué vacunaría a Colombia?
* Administrador Público. MBA. Máster en Dirección Estratégica, Planificación y Control de la Gestión. Doctor en Ciencia Política. Actual coordinador administrativo de la Procuraduría en Bolívar. Profesor universitario
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