
Por Enrique del Río González *
Es habitual pensar que, al aproximarse un nuevo año, este llegará cargado de cosas buenas, salud, paz, prosperidad, amor y demás bendiciones. Pareciera que la esperanza, para muchos desvanecida durante los infaustos meses anteriores, renaciera en diciembre; resurgen las ilusiones y la fe, al punto de pretender quemar y esparcir al aire las cenizas de los recuerdos tristes. En el 2021 llegó raudo el desencanto, con cinco días de almanaque se revela la continuidad de los males del pasado. Ninguna lección se aprendió.
El Covid agresivo como nunca y la inconsciencia social recargada en su máxima expresión, avivan su potencia aniquiladora. La inseguridad se hizo latente, las muertes violentas no cesan y las intrigas políticas continúan sin tregua; todo pareciera indicar, lamentablemente, que la sociedad de odios se está perpetuando. A lo anterior se suma la pobreza que rebosa en enero, cuando desaparece el trance festivo y emergen las múltiples e incesantes obligaciones pecuniarias, muchas adquiridas innecesariamente por desahogar la fugaz emoción festiva.
Estas líneas parecen pesimistas, de hecho, lo son, en la medida en que solo describo la realidad de lo que ocurre y logro observar. Sin embargo, aún tengo la certeza de que en algún momento esto cambiará y no únicamente por tener fe ciega, también por ser testigo de la presencia de seres humanos excepcionalmente amorosos en el mundo, aquellos que se quitan el pan de la boca y ayudan al prójimo de manera desinteresada, que dan de lo poco que tienen y no esperan ganar una lotería para servir y ser caritativos con los demás, esos que fungen como ángeles en la tierra, que siembran con hechos la ilusión de una familia inundada en lágrimas por la carencia que circunda el sistema.
De esas personas me han rodeado muchas, entre ellas Doña Ester Cecilia Cerro Robles (Q.E.P.D), amiga de años de mi casa, quien honró con su cariño sobre todo a mi querida madre, que hoy llora desconsolada su triste partida al más allá el pasado dos de enero, apenas diez días después de que lo hiciera su esposo Edgardo Ospino Martínez (Q.E.P.D). No dejo de recordar con infinita gratitud todo lo que representó en mi infancia y la de mis hermanos.
Hoy mis oraciones se dirigen a que nuestro Dios tenga en su regazo a esta bonita pareja cuya despedida coordinada nos causa congoja y, que de a sus hijas y demás familiares fuerza y resignación. Por estos seres de luz, hago mías las palabras de Gómez Jattin, cuando hermosamente expresó: “…Si mis amigos no son una legión de ángeles clandestinos… qué será de mí.” ¿Qué será de nosotros si no renace el amor?
* Abogado, especialista en Derecho Penal y Ciencias Criminológicas; especialista en Derecho Probatorio. Magister en Derecho. Profesor Universitario de pregrado y postgrado. Doctrinante.
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