
Por Rafael Castillo Torres *
Al inicio de un nuevo año, la ciudad, con sus corregimientos y municipios vecinos, ha sido testigo de varios asesinatos en sus zonas más deprimidas; de un incremento notable en contagiados y fallecidos víctimas del Covid-19 y lo que nos faltaba: un grupo de niños y niñas, en un sector de la zona sur oriental, celebrando una fiesta “bailando de una cierta forma” que dice todo, consumiendo licor y dando un espectáculo que el morbo de las redes sociales ha sabido aprovechar para sus intereses.
Las ciencias sociales y humanas nos enseñan que nuestro comportamiento es fruto de la interacción recíproca entre lo que uno hereda de sus padres (fuerzas de la naturaleza) y lo que adquiere en el medio social en que se cría (fuerzas del ambiente). ¿Cómo están hoy las agencias de socialización como la familia, la escuela, los grupos de amigos, la Iglesia donde me congrego? ¿Qué transmiten los médicos de comunicación social y hacia donde nos están llevando las redes sociales con su incidencia en nuestros comportamientos y actitudes?
Hoy domingo ha sido noticia nacional el caso de los niños y niñas. Hemos visto las acciones de la Policía de Infancia y Adolescencia; la prontitud del ICBF; las declaraciones de defensores de Derechos Humanos y los duros comentarios condenatorios en las redes sociales. Hay comparendos para los padres y no faltó quien pidiera castigos ejemplares. Amén de las sentencias en las redes sociales y medios virtuales.
Frente a este hecho es bueno hacernos algunas preguntas que ojalá nos pueden orientar hacia las raíces profundas de lo que está sucediendo y nos ayuden a entender: ¿por qué en algunos padres de familia, cuando los abordamos, percibimos una sensación de pesimismo y desaliento?; ¿qué factores están asociados a que en algunos hogares no se tenga una convivencia sana y gozosa?; ¿cuáles son esas dificultades que tienen nuestras familias y que la ponen en crisis?; ¿por qué, a pesar de todo, tanto los psicólogos como los pedagogos nos siguen insistiendo que sin la familia no hay esperanza?
Aquí no se trata de culpabilizar a nadie como algunos han hecho. Es toda la ciudad, con todos sus actores, la que ha de tomar conciencia de que Cartagena solo podrá progresar el día que sepa acoger, cuidar y educar, como Dios manda, a sus futuras generaciones. Es absurdo seguir en discusiones llenas de soberbia que no llevan a nada; es inútil seguir planificando el futuro de la ciudad desde unos megaproyectos descuidando la educación de calidad e integral que se merecen nuestros niños y jóvenes; resulta nefasto que la ciudad pretenda avanzar sin una apuesta clara en favor de la familia y sin una debida valoración de nuestros educadores. La tarea más importante de quienes tenemos alguna responsabilidad con el futuro de esta ciudad no son los megaproyectos, que se necesitan, sino mejorar la calidad humana de quienes, mañana, han de ser sus protagonistas.
Igualmente, los padres de familia deben ser conscientes de que lo que más bien les hace a sus hijos es que ellos se quieran de verdad. Es el mejor regalo para ellos. Aquí radica la base para crear un ámbito de confianza y seguridad donde los hijos pueden crecer de manera sana. Para un niño, la mayor felicidad es cuando sus padres le dedican tiempo. Es la única forma de que nuestros niños y jóvenes, sintiéndose queridos por sus padres, tengan un futuro más positivo y esperanzador.
Hay un debate de fondo que Cartagena tiene que abrir: ¿qué modelo de humanidad queremos construir para la ciudad y qué futuro debemos gestar, para todos, desde la familia, la escuela y la universidad?
* Sacerdote de la Arquidiócesis de Cartagena
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