Por Juan Diego Perdomo Alaba *
Hace curso en Cartagena un activismo vacío e insulso que no construye, que no propone, que se siente a gusto en el conflicto y en la adversidad y se regodea en la división. Se advierte moralmente superior pero es fútil, poco riguroso, más bien mentiroso y hasta posudo; propenso al ‘like‘ instantáneo y al unanimismo, al consenso forzado.
No teme pasar por encima del que sea con tal de conseguir su propósito. Variopinto, pues no tiene ideología, puede ser de aquí, allá o acuyá. Sin nada de contenido, siempre acude a la indignación fácil con esa grandilocuencia efectista y propia del que comparte un bulo sin verificar y que lo hace solo porque confirma lo que piensa. Replicador de mentiras y verdades a medias. De improperios, injurias y calumnias. En cualquier presentación, ilustrado o pandito, suele ser necio, obtuso, limitado. Pura pirotecnia y nada de sustancia. Cuán peligroso es querer destruir en nombre de la ‘anticorrupción’ sin haber construido nada…
Eso sí, no confundir a algunos agentes del pensamiento y análisis crítico fundamentado, con estos profesionales de la mentira organizada. Están detectados. Algunos ya se probaron en lo público sin suerte, pues este remedo de mesías además adánico tiene un gen incompatible con la construcción de desarrollo desde lo público, pues termina incurriendo en lo que tanto criticó. Este personaje necesita estar en contra de algo para destacarse, se siente incómodo construyendo en colectivo y con dispares; tiende a la megalomanía.
Construir verdades a partir de mentiras
Hace una semana se hizo viral un video donde se observa a una multitud de personas apiñadas -muchos sin tapabocas – en un pasaje comercial que algún irresponsable asumió que era en el mercado Bazurto en Cartagena. Inmediatamente, líderes de opinión, activistas sociales, profesionales reconocidos y hasta periodistas, lo replicaron tal cual como lo recibieron; así sin verificar.
Este peligroso impulso se produce no tanto por el afán de ‘informar’, a veces de buena fe, sino por el placer casi involuntario de reforzar prejuicios, validar ideas, conceptos y convicciones. Refrendar verdades asumidas. Claro, el aumento en la tasa de positividad por Covid-19 en la ciudad, dicen expertos, es gracias a la tan cacareada indisciplina social. Y como el video con sus impactantes imágenes lo confirma, no importa si es cierto o no que haya sucedido aquí, pues según los códigos de las redes sociales, la verdad es lo de menos. No importa. Lo cierto, según lo indagado, es que sí pasó pero en Venezuela.
Rotó en redes como pólvora una pieza con el rótulo de la Revista Semana, donde el electo Joe Biden dice que «Para creer la fábula del castrochavismo hay que ser obtuso mental, ignorante o zombie político«. Respetadísimos dirigentes de la ciudad y el país hicieron eco de este bulo. Claro, no importa su validez siempre que refuerce una idea. Lo peor es la respuesta cuando se señala el ‘fake‘: Puede que Biden no lo haya dicho pero el meme dice verdades. Es decir, lo que yo piense sobre algo vale más que la evidencia fáctica. Premisa peligrosa que camina rauda y sin rumbo.
Igual pasó con un ‘ránking’ que ubicaba a Colombia como el país más corrupto del mundo. De rechupete para los indignados de ocasión, para esos activistas reaccionarios y furiosos cazadores del ‘Me gusta’, hambreados del retuit, del ‘compartir’.
Desde senadores, hasta influencers y reputados periodistas le asignaron validez sin reseñar su fuente de origen. En Cartagena fue tendencia. Pero resulta que, según el portal Colombiacheck, era una encuesta de percepción sin la rigurosidad metodológica de un estudio técnico. Dirán algunos, ¿Le quita validez? Para mí sí, pues el noticiero CM& lo presentó sin más detalle: «Países más corruptos«, dice la tabla del ránking; algo efectista, claro, pero impreciso. Y el periodismo responsable, sobre todo en estos tiempos donde la mentira es ley, debe intentar ser preciso, fiel a los hechos, y no aproximado para generar reacciones masivas, tráfico, likes.
En la construcción de verdades a partir de un rumor infundado o de una simple opinión, se va cimentando una realidad paralela que esos activistas de nuevo cuño erigen como un castillo de naipes y que no corresponde al objetivo de la consolidación de una democracia robusta. Más ejemplos: Que las obras civiles de restauración que realiza la Escuela Taller en la explanada de las Bóvedas, en el Centro Histórico, es porque quieren remozar las murallas para venderlas al mejor postor o privatizarlas. En la Cartagena indignada ya es un hecho, pues esta idea se asume como verdad. ¿Pero con base en qué argumentos se puede concluir tal infundio?
Lo paradójico es que quien regenta la ciudad se hace llamar ‘activista anticorrupción’. Y que tan particular personaje acuse de delincuente al que se le venga en gana parece inspirar a otros para, en aras de cazar indignados, se acuda a la misma manida práctica para ahondar en la división de una Cartagena rotulada entre buenos y malos, probos y delincuentes, honestos y malandrines.
Y es que lo jodido de una mentira repetida es que toca salir a desmentir una verdad instalada. Pero el daño ya está hecho, pues contra toda evidencia, habrá quienes insistan en replicar esa mentira solo porque confirma sus prejuicios y convicciones, que no aceptan hechos sino que, por el contrario, privilegia opiniones. Y en ese trayecto oscuro y sórdido dañamos honras, mancillamos nombres. Destruimos personas, procesos, instituciones. Así sin más y con saña.
La invitación, por lo menos desde esta trinchera ciudadana que yerra y ve la vida a través de sus matices, es que independiente de las posturas que se tengan, que son válidas y respetables, es imprescindible informarnos previamente en detalle antes de participar en el debate público, por respeto al interlocutor, al resto de contertulios y demás audiencias que nos siguen, que nos leen, que nos miran de reojo como fuente o referente. No es correcto ni justo sustentar posiciones con mentiras, imprecisiones o meras conjeturas, pues no construye, distorsiona la realidad y nos arrastra al molesto foso del populismo discursivo.
El debate público bien tramitado construye, teje sociedades inteligentes, ecuánimes, justas y con criterio. Promovamos pues, el argumento razonado basado en los hechos, en las evidencias, donde el interlocutor sea mi contradictor y no mi enemigo. Se rebate el argumento sin descalificar al otro, pues el ad hominen es el arma de los incapaces. La democracia deliberativa no existe sin cambios de opinión y tampoco es el intercambio de alegatos radicales e inamovibles. Es necesario repeler ese populismo discursivo de activista agazapado de redes, en algunos casos ideologizado, que es todo furioso, irascible y sin contenido, ese que abunda en ambos extremos, aquel que daña y usa el odio para dividir y cobrar en urnas. No caigamos en el juego. Existe la libertad de expresión pero no el de la injuria y la calumnia. Insisto, estamos en una era peligrosa donde la opinión, el rumor infundado y la intriga son más trascendentales y tienen más valor que los hechos. Tratemos de enfatizar los hechos, basarnos en la evidencia y no en las oídas, sobre todo ustedes, que se dicen activistas e influenciadores sociales, orientadores de opinión, en quienes recae una responsabilidad y confianza que no puede ser defraudada.
Evitemos las asociaciones de mala fe, la generalización injusta, creer que si apoyas eventualmente a X, eres su aliado a sueldo, enemigo de Y y viceversa. Revicemos ese reduccionismo binario que pone todo en parejitas: buenos y malos, blanco o negro, más o menos, todo o nada. La realidad es mucho más compleja y tiene matices. Y algo importante: politizar la moral no lleva a nada, promueve un discurso sin contenido, absolutista y a veces populista que no construye. Ejemplo: «¡Todos son unos bandidos!».
El activismo político o social, como el periodismo, demanda igual rigor y responsabilidad al momento de informar. Se duda, verifica, contrasta y publica. Se suscita opinión a partir de hechos documentados, evidencias, contexto, datos cotejados y confirmados; no de prejuicios o suposiciones.
El lector decide y tomará sus posiciones. Sus propias decisiones.
* Comunicador Social de la Universidad de Cartagena – Consultor en Asuntos de Gobierno y Comunicación Política
.
.