
Por Rafael Castillo Torres *
Con la llegada de los aires de Navidad y Año Nuevo, en medio de una pandemia que tiende a recrudecerse, vamos celebrando nuestros encuentros y reuniones, algunas veces, de manera irresponsable. No todos actuamos así, pero sí una gran mayoría que, a pesar de tanto dolor y sufrimiento en un año que ha dejado al descubierto nuestras fragilidades y la pérdida de seres queridos y amigos, aún se obstinan en no respetar las normas de bioseguridad, en violar las disposiciones de nuestras autoridades, en cuestionar la objetividad de las ciencias y en desechar las recomendaciones que el personal médico, a diario, y por todos los medios posibles, nos siguen dando. Les importa poco el otro y su familia. Únicamente existen ellos, sus intereses egoístas y sus instintos insaciables que ponen siempre por delante sin importar el precio que otros tengan que pagar con sus vidas.
Tengan presente, quienes así están actuando, que la indignación por su actitud irresponsable es cada vez mayor. La paciencia va dejando de ser perseverancia cuando se desatienden los más elementales llamados de conciencia.
Nuestra gente no se puede seguir muriendo. La vida es sagrada. Toda persona es sagrada. Han sido días angustiosos para ellos en una UCI, difíciles para sus familiares que no los pudieron ver ni despedir como lo merecían y crueles para todos, porque hemos terminado hundidos en la impotencia.
¿Cómo podemos leer el comportamiento de estas personas esclavizadas por el hedonismo y el consumo exacerbado? ¿qué les impide caminar por la vida de manera digna y responsable siendo solidarios?
Lo primero es reconocer que la cabeza de estas personas está llena de cosas, es decir, viven embotados. Lo que los ilumina no es la estrella de Belén, sino las muchas luces que adornan plazas y calles y que los tienen encandilados. Igualmente son personas que se han acostumbrado a vivir de espaldas a Dios y a sus hermanos. Humanamente son muy poco.
Se nos urge alentar la indignación frente a lo inadmisible y animar la esperanza frente a todo lo que es susceptible de mejorar. El camino es estar junto a los que están hundidos en la desesperanza y la rabia. Dios avanza al ritmo de ellos.
Hay que levantar el ánimo. Que nadie se encoja de hombros, ni agache la cabeza y menos se encierre en sus miedos y tristezas. Ensanchemos nuestros horizontes. La vida es mucho más que esta pandemia y las conductas irresponsables de quienes hacen daño.
Alejémonos del ruido y la bulla y recuperemos el silencio y la oración. Encendamos los cirios de la corona del adviento; hagamos la novena junto al pesebre y contemplemos la fuerza de la vida en el árbol de navidad. No nos dejemos aturdir por lo que no vale la pena.
Permanecer en casa, durante estos días, será la gran oportunidad para que cada uno despierte lo mejor de su vida interior. La Navidad, que son días de luz en la verdad y el amor, nos va a ayudar a retomar ese impulso nuevo que necesitamos y que nos hará tanto bien.
* Sacerdote de la Arquidiócesis de Cartagena
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Vilda Ortega M.
Evidencia toda la situación que estamos viviendo en esta pandemia con los sentimientos y actitudes irresponsable de muchos…..se ha perdido la solidaridad,el respeto por el dolor de los demás personas que salen de este contexto. El valor por la vida no tiene importancia,este virus ha despertado el deseo desesperado por las fiestas,todo debe festejar porque no pasa nada,este no existe…a diario niños jugando en las calles sin ninguna protección,reuniones en las esquinas sin guardar la distancia recomendada..A los que cumplimos con las medidas somos considerados exagerados y cansones. Estas celebraciones de Navidad y final de año debe ser de recogimiento familiar , de respeto por todos los enfermos y fallecidos en esta época tan díficil y de mucha nostalgia …Dios nos guarde y esperemos su tiempo de terminar con esta pandemia.