
Por Carlos Ardila González *
En Tasajera
El lunes 6 de julio de 2020, en el corregimiento de Tasajera, jurisdicción del municipio de Puebloviejo, en el Departamento del Magdalena, un camión cisterna que transportaba gasolina se volcó a un lado de la vía.
No obstante el evidente riesgo que podrían correr, al enterarse del accidente decenas de pobladores llegaron al lugar con baldes y otros recipientes para apropiarse del combustible y posteriormente venderlo.
Acordarse de lo que ocurrió después aún duele inmensamente: el camión cisterna explotó, y las llamas envolvieron a quienes estaban en su entorno. Siete hombres murieron al instante. El recuerdo de sus cuerpos calcinados -estamos convencidos – todavía se mantiene vivo en la memoria de quienes padecieron la tortura de observarlos. Otras sesenta personas -por lo menos – sufrieron quemaduras de diverso grado. Muchos de ellos morirían en el transcurso de las siguientes semanas.
A pesar de estar localizada a escasos 38 kilómetros de la ciudad turística de Santa Marta, en una región con una gran riqueza agrícola, minera y pesquera, la población de Tasajera vive, en su inmensa mayoría, en la más ignominiosa pobreza. Por ello, a nadie extrañó que, a pesar del riesgo que corrían, los lugareños trataran de que el percance les beneficiara de alguna manera. Mal vendidos, cuatro o cinco galones de gasolina que extrajeran del camión volcado podrían hacer la diferencia entre llevar o no comida a sus familias.
En Cartagena
Quienes, por cualquier razón, conocen lo que viene ocurriendo en el gobierno distrital: lo que realmente ocurre por dentro, no solo lo que -claro está – la Administración pretende que se conozca. Y quienes se intranquilizan porque la prioridad del alcalde William Dau no sea, como en la mayoría de las ciudades del mundo, la implementación de acciones para frenar la expansión del Covid-19, ni trabajar por reactivar la economía, ni siquiera paliar la crisis social que día a día crece como consecuencia de la pandemia, sino únicamente -como cualquier puede apreciar – «la lucha contra la corrupción«, tienen que pensar que algo no marcha bien en el Distrito.
Quienes prevén que, por una palpable falta de rigor, la mayoría de los hechos investigados y denunciados por el actual gobierno será desestimada por los entes de control, mientras que, por lo visto, las ostensibles ‘primiparadas‘ de varios de los funcionarios actuales sí tendrán consecuencias fiscales, o penales o disciplinarias. Y quienes recuerdan que antes de que el Concejo censurara a un secretario por el incumplimiento de sus deberes misiones, el alcalde hizo lo propio con decenas de funcionarios más, alegando lo mismo, tienen que reconocer que algo funciona mal en el gobierno de ‘Salvemos Juntos a Cartagena’.
Quienes observan con inquietud cómo el mandatario mide con distintos raseros hechos que son iguales; y cómo bautiza a la Universidad de Cartagena como un ‘nido de ratas‘, pero autoriza suscribir decenas de contratos y convenios con ella; y además se informan de cómo acusa a los representantes legales de las Entidades Sin Ánimo de Lucro –Esal – de poner sus empresas al servicio de la corrupción, pero propicia que se siga contratando con ellas, tienen que admitir que la coherencia no es precisamente una de las virtudes de William Dau.
Pero -asimismo – quienes observan que innumerables actores locales son plenamente conscientes de todo ello, pero lo callan para que no se afecten sus propios y particulares intereses, deben saber que, a fin de cuentas, tarde o temprano ellos también van a sufrir las consecuencias de la crisis que esos hechos vienen causando, la cual cada día será mayor.
De Tasajera a Cartagena
Guardadas las proporciones, cabe decir que nada más parecido a lo sucedido en Tasajera que lo que viene ocurriendo en Cartagena.
Pero -claro está – con una gran diferencia: quienes se agolparon a sustraer gasolina de un camión cisterna en la población magdalenense fueron personas pobres, casi indigentes, que lo hicieron por física necesidad, mientras que quienes en la capital de Bolívar, por sacar provecho de la coyuntura, se arriesgan a que les explote en cualquier momento en sus narices una peligrosa tragedia social, no son ni mucho menos residentes en sectores marginados. Y lo hacen -como se sabe – por razones muy distintas.
* Director de Revista Metro
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