
Por Rudy Negrete Londoño *
A lo largo de los tiempos, desde las épocas más oscuras de las cavernas, y a donde quiera que el hombre emigrara, lo hacía como cazador. Esa condición se acrecentó cuando el tatarabuelo cavernario descubrió el fuego y tuvo el dominio de los metales para construir armas. Luego, el mundo de los cazadores es el mundo mismo.
Sin embargo, en los primeros años, la caza era un asunto de supervivencia y, por lo general, nadie cazaba más de lo que podía comer o conservar por pocos días. Pero, con el paso de los siglos, la caza empezó a practicarse por placer y, así, se convirtió en el deporte más antiguo del mundo en su relación directa con la naturaleza.
Lo que demuestra que los humanos hemos venido abusando durante muchos siglos de los animales y de su hábitat. Y que, desde los tiempos más antiguos, somos los depredadores más devastadores del reino natural, lo que ha llevado a que muchos países del mundo prohíban la caza de animales, con el fin de evitar que la lista de especies en peligro de extinción siga en aumento.
En Colombia hemos entrado en esa dinámica proteccionista, pues el Gobierno Nacional anunció recientemente la prohibición de la caza de tiburones. Un avance bastante significativo en la protección de una especie que se encuentra amenazada por el valor de sus aletas. También hace poco entró en vigencia el fallo de la Corte Constitucional que prohíbe la caza deportiva y protege especies como la tortuga de carey, el tití cabeciblanco, el oso de anteojos, el manatí antillano y el águila solitaria, por mencionar algunas.
La protección de los escualos marinos supone un avance considerable, pues Colombia, por fin, se desmarca de los países en los que aún se practica la pesca indiscriminada en las diferentes aguas del globo. Y es que el macabro negocio de la caza extrema de tiburones supone una siniestra tortura en el estricto sentido de la palabra. El tráfico ilegal que sigue teniendo lugar en los diferentes océanos del planeta persigue de manera delirante el comercio de sus aletas, tan apetecidas en los mercados internacionales.
Celebramos que Colombia haya puesto freno al aleteo ilegal (quitarles las aletas a los tiburones y lanzarlos nuevamente al mar, es decir, lanzarlos a la muerte) que las embarcaciones chinas practican en la isla de Malpelo, puesto que solo nos quedan 140 especies. No hay lugar para que se siga diezmando esa población. A pesar de que la Ley también garantizaría la subsistencia de los pescadores del Pacífico que siguen practicando la pesca tradicional –que se desmarca de la industrial – para ellos y sus familias.
La pandemia del Covid-19, y el confinamiento de los humanos, ha dejado al descubierto la riqueza que se esconde en la biodiversidad y en especial en los mares de nuestro continente. El aislamiento social obligado ha impedido en algunos lugares, y los ha restringido en otros, la circulación de vehículos motores marítimos, y con ello los animales han empezado a recuperar los espacios que la naturaleza les legó. Los tiburones y las tortugas marinas, después de mucho tiempo, regresaron a sus costas, con toda la libertad que les había sido negada.
Esto nos demuestra que somos nosotros, los humanos, los que estamos perturbando la vida de las especies marinas y sus reservas ambientales. Y quienes, con la idea de ser la especie dominante, les hemos negado la oportunidad de vida a los que comparten con nosotros el ecosistema global, aún cuando con ello pongamos en peligro nuestra propia existencia.
* Comunicador social – periodista
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Angélica Ricardo
Excelente artículo