
Por Agustín Leal Jerez *
Espeluznante, sencillamente, así se ha vuelto la política. La apatía por los valores abstractos como la justicia, libertad e igualdad, por los que con tanto ahínco han luchado los ciudadanos y los verdaderos partidos políticos desde la revolución francesa, por efectos de conveniencias individuales o de grupos de presión y tanques de pensamiento (think tank), ha degenerado en un juego de intereses de estirpe corporativista, que no solo ha fragmentado la sociedad sino que ha vuelto trizas la opinión pública.
La crisis de los partidos políticos que viene cabalgando el mundo entero desde los albores de la parte alta de los años 70, con la irrupción del modelo neoliberal, cuyo principal objetivo ha sido procurar la construcción de un estado raquítico y privatizado en sus funciones más esenciales, y que, debido al corporativismo que profesa, tiene la virtud de legitimarse a sí mismo, sin intermediación de ningún tipo, a través de una relación directa con el ciudadano, ha llevado a la desaparición, casi por completo, de los partidos políticos.
En los últimos años, las redes sociales y el afianzamiento de la democracia participativa, en la práctica, han anulado la función esencial de los partidos políticos, cual es la de servir de intermediarios entre el estado y la sociedad. El gobernante moderno administra intercambiando con el ciudadano de forma directa, lo que le permite crear matrices de opinión, de acuerdo con el grado de popularidad y habilidad comunicacional que posea. Esta circunstancia ha sido la principal causa del surgimiento de los caudillismos de izquierda y de derecha que han brotado como arroz en las últimas dos décadas.
Los partidos políticos, en su afán por no desaparecer, cada día refinan más las formas del clientelismo, y por ende recurren a técnicas más sofisticadas de corrupción; en tanto, se vuelven más cerrados en admitir reformas políticas y electorales de fondo que las puedan despojar de sus privilegios.
Desde la otra orilla de la opinión, que no posee los medios necesarios para competir con el todopoderoso estado, ni con los partidos políticos tradicionales, ni pueden influir en la toma de las decisiones más trascendentales de la vida de un país, han tomado la protesta violenta y las fake news como el medio más expedito para manifestarse.
Los gremios económicos, por su parte, que tienen mucho que perder en este juego, simplemente recurren al patrimonialismo, comprando medios de comunicación o influyéndolos a través del chantaje económico de las pautas publicitarias; y, lo que es peor aún, al financiamiento lícito e ilícito de las campañas políticas.
Las protestas ciudadanas cada día más violentas, inclusive, en países donde eran impensables; y las matrices de opinión que se construyen a través de las redes sociales y las noticias falsas, están generando un miedo e incertidumbre generalizado hacia el futuro de la sociedad y del mundo conocido, que políticos hábiles e inescrupulosos exacerban buscando sus votos, haciéndonos soñar con volver al pasado.
Casi en todas las campañas políticas actuales y programas de gobierno, existen exaltaciones a florecientes épocas vividas por una nación o una sociedad, con sus promesas para revivirlas, lo que ha originado un enroque conservador en un núcleo bastante importante del mundo moderno.
Para vencer este temor, la única solución posible es aniquilando los tres enemigos más grandes que tiene la democracia: el corporativismo, el clientelismo y el patrimonialismo.
Entre tanto -como dice una periodista capitalina – ¿quién me da razón de la Gerente de la Ciudad nombrada por el alcalde y del gerente del Covid-19 designado por el presidente de la República, en medio de la calamidad pública y el rebrote de la pandemia?
* Abogado, especialista en Derecho Público con experiencia en Derecho Urbanístico, Ordenamiento Territorial, Contratación Estatal y Gerencia de la Defensoría Pública, entre otros temas.
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