
Por Euclides Castro Vitola *
Hasta ahora el uso (y abuso) del término ‘tóxico/a’ solo estaba destinado a las relaciones amorosas apasionadas que terminaban como piñata en fiesta de beisbolistas borrachos. Esto, si bien es lo que dicta el uso ampliamente generalizado del vocablo, no es óbice para ser empleado en otros ámbitos.
Esta semana, por ejemplo, mientras las regiones Caribe y Pacífica, principalmente, sucumbían ante los embates de sucesivas administraciones incompetentes puestas en evidencia por el huracán Iota, en Barranquilla se llevaba a cabo, de manera simultánea, el reinado de Miss Universe Colombia y la elección de la Señorita Colombia. Imagino el drama de los damnificados en Cartagena, San Andrés, Providencia, Quibdó o Boraudó por saber si sus candidatas lograrían la anhelada corona que dejaría en alto el nombre de nuestro país en el exterior.
Horas antes, la selección colombiana de fútbol de mayores había sepultado, aunque sería más coherente decir ‘hundido’, el sueño de millones de aficionados al único deporte en el mundo capaz de generar confrontaciones violentas entre hinchas, incluso del mismo equipo.
Las redes sociales se inundaron de mensajes de odio señalando robo descarado, en el caso del subjetivo e intrascendente ejercicio de escoger a la mujer más bella de una Nación y en el de la solicitud de renuncia del seleccionador nacional, en un país donde nadie renuncia por creer que ‘Dimitir’ no es un verbo sino un nombre ruso.
Seguramente muchos tienen razón. Después de lo de Ecuador, descubrimos que Colombia no había tenido un partido tan malo desde la creación del Centro Democrático y no sufríamos una vergüenza tan grande desde cuando a alguien se le ocurrió decirle doctor a Carlos Antonio Vélez. Lo que más me duele de todo este asunto es que, cuando me dijeron que nos convertiríamos en Venezuela, jamás pensé que estaban hablando de fútbol.
Antes de la televisión satelital acostumbraba ver ‘Gol Caracol’ y sintonizar Caracol Radio para escuchar los relatos de Édgard Perea y los análisis de Iván Mejía o Hernán Peláez. Ahora debo ver cómo tiene más emoción un celador de centro comercial tomando la temperatura que Abel Aguilar comentando los partidos junto a ‘Refisal’ Bonnet.
El trasfondo de todo lo anterior es el comportamiento exagerado, tóxico, de quienes invariablemente le conceden una relevancia desmedida a situaciones que no superan el mero entretenimiento, sobre todo en el complejo contexto social que está viviendo esta generación, afectada por recesión económica, pandemia, emprendimientos sin innovación y, por ende, destinada al fracaso, pocas oportunidades laborales y un gobierno empeñado en perpetuarse a partir de acentuar diferencias históricamente inofensivas, pero hoy vendidas como lo tuyo con tu ex que no le caía bien a tu familia; irreconciliables.
Dos dramas del primer mundo (como quedarse sin Internet o mandar una captura de pantalla a la misma persona con la que estás teniendo una conversación) en medio de una gran tragedia nacional. Cada quien escogerá cuál es cuál y revisará su nivel de prioridades en su escala de valores de acuerdo a sus principios y motivaciones. Al final, lo único que verdaderamente importa es tener presente que, pase lo que pase, y pese a la insistencia, cualquier relación, si se alarga en el tiempo, tiende a toxificarse. Aplica para Jesurún y para el uribismo.
Para no olvidar: A mis tías Betty y Gladys preguntando por el nombre de mi novias de adolescencia para no confundirse.
* Abogado, periodista y consultor político
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