
Por Enrique del Río González *
En este mundo ciberconectado todo cambia rápidamente. Ahora recupera vigencia la afirmación de Heráclito: “nada es permanente a excepción del cambio”. El constante devenir se vive de manera latente y es notable en muchos contextos. Siempre he pensado que nuestra sociedad se cimenta en dos principios antagónicos: la confianza y la desconfianza. La primera implica aceptar que todos cumplimos roles, que impera la verdad y la buena fe inherente al ser humano; por su parte, el desgaste paulatino de estas, fruto de acciones negativas, representa la segunda.
De esta dinámica se desprende un problema mayúsculo: determinar cuándo estamos ante hechos reales o frente a una mentira. La información es tan diversa que aquella labor resulta complicada, en la medida en que todo fluye con mucha rapidez; por ejemplo, era de esperarse que los comicios presidenciales de los EE. UU. se difundieran en medios y redes sociales a nivel mundial. Lo novedoso fue que muchos posaron de expertos, sin serlo, en los aspectos más profundos y complejos de la democracia gringa y resultaron, aparentemente, conocedores de la vida pasada, presente y futura de los candidatos. Incluso, mostraron más destrezas y experiencia que en nuestras elecciones, donde se evidencia un inveterado desconocimiento de la historia reciente.
Algunos promotores de la incertidumbre en redes vaticinaron que el presidente electo Joe Biden, por su avanzada edad y estado de salud, no llegará muy lejos en el cargo, lo que permitirá a la jurista Kamala Harris ser la primera mujer en ocupar esa dignidad. Pero también se realizan cábalas sobre la orientación del vencedor dentro de los demócratas, ubicándolo en un ala cercana al partido republicano. En fin, es un despliegue de noticias no verificadas con aspecto de veraz. Ahí está el detalle, en la facilidad para verter y expandir cualquier juicio sin sopesar la veracidad.
Es tanta la información mentirosa en el ambiente que resultamos confundidos, por eso no sabemos si en verdad el coronavirus cedió o sigue con más fuerza, si algunas personas merecen o no la fama que les precede, si los diversos profesionales que promocionan sus hazañas, incluso en quirófanos, son tan buenos como parecen, y si ciertamente han leído los libros con los que posan.
Esta situación es lamentable y reclama un cuidado extremo para no caer en las estafas de la apariencia, tal lo dijo Séneca: “De nada aprovecha el fingimiento; a pocos engaña un rostro ligeramente aderezado por fuera. La verdad es idéntica en todas sus partes; la hipocresía no tiene consistencia alguna. La mentira es endeble: transparenta cuando la miramos con atención”.
* Abogado, especialista en Derecho Penal y Ciencias Criminológicas; especialista en Derecho Probatorio. Magister en Derecho. Profesor Universitario de pregrado y postgrado. Doctrinante.
.

FacebookTwitterWhatsAppCompartir