
Por Rafael Castillo Torres *
La reciente ola invernal que experimenta Cartagena y que algunos le dan la valoración de desastre natural por el fuerte impacto que ha tenido, ha mostrado una vulnerabilidad estructural de ciudad. En todos los barrios y sectores vemos familias que, habiéndolo perdido todo, se encuentran agobiadas y sumidas en la tristeza. Es algo que se repite cada año desde 1988 cuando pasó el Joan.
Con la llegada de esta tormenta tropical y los efectos que nos ha traído el cambio climático, los arroyos recuperaron su memoria llevándose consigo todo lo que encuentran a su paso. La única forma de tener algún domino sobre el agua es obedeciéndole, dicen nuestros mayores de la cultura Zenú.
Lamentablemente, esa sabiduría ancestral no ha sido aprendizaje para nosotros. Por el contrario, nos hemos acostumbrado a vivir con esta situación de barrios inundados, arroyos que irrumpen, techos con goteras, secando mojados, organizar ayudas, recoger mercados, entregar colchonetas, organizar albergues, lamentarlo todo y prepararnos para que el próximo año volvamos a hacer lo mismo. Algunos, ante la calamidad, le echan la culpa al gobierno, en lo cual pueden tener algo de razón; otros, un poco más conscientes, asumen con resignación las consecuencias de una decisión poco responsable.
La compasión del corazón me lleva a ser solidario en aquello que no da espera en situaciones de emergencia. La misericordia del cerebro me orienta a evitar que el mal se siga difundiendo, a ir a las raíces profundas de los hechos y a generar las condiciones que nos permitan cuidar los bienes ecosistémicos de la ciudad, cuidar la vida de cada cartagenero y preservar esta Casa Común que es la casa de todos.
El señor alcalde, en su Plan de Desarrollo ‘Salvemos a Cartagena’, se ha trazado como objetivo primordial: “Comprender el desarrollo de Cartagena desde la resiliencia territorial, social e individual (lo cual) implica el uso responsable de la libertad como capacidad y derecho; es por eso que en un contexto dinámico que requiere enfrentar diversos impactos y recuperar la senda del desarrollo integral, resulta de vital importancia modificar los hábitos sociales e institucionales que aseguren la competitividad, la generación de empleo y la expansión de oportunidades efectivas para mejorar la calidad de vida de toda la población cartagenera de forma transparente, incluyente, resiliente y contingente”.
Dado el momento que vivimos y mirando el gran propósito de la ciudad en estos cuatro años del alcalde William Dau, es bueno preguntarnos: ¿Cuál ha de ser la estrategia que modifique los hábitos sociales e institucionales que consoliden cuánto pueda mejorar la calidad de vida de todos los cartageneros?
Me parece bien que el señor alcalde y su equipo desarrollen el concepto de Territorio con Conciencia Sostenible, pensando en el reconocimiento y respeto del entorno con apuestas de intervención orientadas por principios de sostenibilidad y resiliencia integral del mismo territorio. Pero, como quiera que el fin último del Plan de Desarrollo es la calidad de vida de todos los cartageneros, viene bien preguntarnos a qué hace referencia la calidad de vida: ¿a los medios de vida; a las condiciones de vida; al nivel de vida y a las relaciones de vida? Creo que a todas las anteriores, estando el secreto en ese gran desafío histórico de la ciudad que es la transformación de las relaciones de vida.
Tengamos presente que en Cartagena los aguaceros más fuertes… terminan escampando; y que muy a pesar de todas las noches oscuras que ha tenido la ciudad…el sol sigue saliendo detrás de La Popa.
* Sacerdote de la Arquidiócesis de Cartagena
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