Por Sergio Alfonso Londoño Zurek *
Cuando Winston Churchill fue nombrado primer ministro del Reino Unido, el mundo daba por hecho que toda Europa caería ante Hitler. Sus panzers rompían las débiles fronteras levantadas por el Tratado de Versalles en minutos. Después de varios años de ‘contención’ por parte del gobierno anterior, parecía inevitable que la isla de la Gran Bretaña, impenetrable por un milenio, fuese invadida por tropas alemanas. Churchill, en su primer discurso al pueblo reconoció la difícil situación pero también le devolvió la confianza y la valentía a un imperio que, habiendo derrotado a todo invasor previo, se daba ya por conquistado.
Franklin Delano Roosevelt hizo lo propio pocos años antes, en 1933, cuando la Gran Depresión arrasaba con los sueños, las casas y la comida de millones de estadounidenses. El mercado, acéfalo de la mano reguladora del Estado, había alcanzado límites de especulación tremendos y consumía todo a su paso. Para salir de la crisis, Roosevelt divisó un curso de acción de tres etapas: recobrar la confianza, salvar al sistema financiero y recomponer el orden social y económico ya no para el beneficio de los poderosos sino para los ciudadanos del común. Empezó así el período de prosperidad social más importante de los Estados Unidos: el New Deal. Roosevelt construyó con sus programas de alivio el mayor número de colegios, parques, centros comunitarios, estaciones de policía y de bomberos, hospitales, carreteras, puentes, acueductos y alcantarillados de toda la historia. Lo hizo además empleando directamente a más de dos millones y medio de jóvenes entre los 18 y los 35 años. Esos mismos que necesitaban una oportunidad para forjarse una vida. Incluso los convirtió en guardabosques y diseño el sistema de parques nacionales naturales que son famosos en Estados Unidos.
Ambos líderes recurrieron al pueblo para sacar de allí las fuerzas necesarias para dar la pelea. También le devolvieron a la gente la confianza necesaria para poner a marchar la economía y para mantener el orden social. Ninguno, a pesar de las circunstancias tan extremas, generaron pánico entre la población. No lo hicieron porque, de haberlo hecho, habrían erosionado las bases que necesitaban para salir adelante. Aún cuando el miedo es fértil terreno para mantener el poder político, ambos se resistieron a dar peleas innecesarias que pusieran en jaque la estabilidad que buscaban reestablecer. Incluso, Roosevelt dijo: “No hay nada que temer más que al miedo mismo”. Churchill, por su parte, desconfiaba de aquellos quienes por oficio se dedicaban a caldear los ánimos.
Hoy más que nunca, necesitamos ese tipo de liderazgos en nuestro país y en nuestros territorios. Liderazgos que no generen pánico ni social ni económico. Liderazgos que no hablen de debacles inminentes sino de resiliencia. Liderazgos que, como buenos capitanes de alta mar, tracen un curso y un puerto de destino. Liderazgos que apliquen lo que predican y no que se hagan los de la vista gorda cuando sus copartidarios actúen como pirómanos políticos.
Tenemos la oportunidad de reformar las instituciones que antes se negaban a cambiar su curso. Tenemos la oportunidad de modernizar el Estado de verdad, de cambiar el modelo por uno que trabaje colectivamente con nuestros territorios. Es la hora de los liderazgos sensatos, empáticos, centrados y ponderados que con virtud cambien aquellas cosas que nos impiden ser una sociedad equitativa y en verdadero desarrollo. Una sociedad que deje atrás la desigualdad y la inequidad, fallas estructurales que por demasiado tiempo han sido la constante.
A la par de las políticas fiscales y sociales pos cuarentena, debemos estar pensando en la creación de nuevas instituciones que fortalezcan y profundicen la democracia. Así mismo, debemos eliminar aquellas que solo son foco de corrupción e inoperancia. Debemos, rápidamente y con flexibilidad en el timón, diseñar el Estado nacional y territorial para los próximos 50 años.
Llegó el momento de construir molinos de viento que abracen el cambio y no diques que pretendan parar el curso de la historia.
* Exalcalde designado de Cartagena, exdirector de la Agencia Presidencial de Cooperación Internacional y exasesor de la Presidencia de la República
.