Por Stiven Vitola Zambrano *
El término Modernidad Líquida fue acuñado por primera vez por Zygmunt Bauman. Busca definir el estado actual de nuestra sociedad y cómo está afectada actualmente. Esto en su estricta acepción plantea que muchos valores como la estabilidad, la unión y la tradición son realidades sólidas de nuestros abuelos.
En esos tiempos los trabajadores eran vinculados a perpetuidad y ellos trabajaban hasta pensionarse y, por ejemplo, los matrimonios eran hasta morir.
Esta condición en el momento actual de la historia se ha desvanecido y ha dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y con frecuencia, agotador; condición que surge como una figura de cambio constante y transitoria, atada a factores económicos, educativos y culturales.
Las “cosas líquidas” no se atan de ninguna forma al espacio, son libres de fluir por donde quieran, pero siempre de manera momentánea. Los sólidos claramente no cuentan con la libertad de fluir y se desplazan con mayor dificultad; son fijos, tienen una forma definida y perdurable.
La metáfora de la liquidez intenta demostrar la inconsistencia de las relaciones humanas en diferentes ámbitos, como en lo afectivo y en lo laboral. Hoy en Colombia es aplicable a la relación existente entre el día sin IVA y la vida humana.
El día sin IVA surge como una herramienta anticíclica, para impulsar el crecimiento económico del país. Esta iniciativa, que puede ser vista con buena intención no sería tan controversial en un momento cotidiano, sin embargo, en tiempos de pandemia resulta imperativo hacer un análisis costo-beneficio frente a la vida y a la salud pública, toda vez que el impacto en la carga tributaria, el recaudo y el ahorro de los hogares, el pago anual en IVA de los hogares no tendría una reducción drástica, dado que apenas serían tres días de 365, los que tendrían el beneficio.
Suponiendo que las compras de esos días se mantuvieran constantes, y que el descuento se aplicara a todos los productos, el total del IVA pagado durante los doce meses del año bajaría en tres 365avas partes. Visto de otra manera, es más o menos el equivalente a si el IVA bajara permanentemente del 19% al 18,84%. Se recaudarían unos $0,45 billones menos al año, cuando el recaudo total del IVA supera los 55 billones al año. Ahora todo este esfuerzo sería estéril con las acciones ofensivas de los almacenes y supermercados al subir el precio de los artículos pocos días antes de la exención del IVA.
Algunos estudios muestran que este tipo de medidas no necesariamente han beneficiado a la población de menores ingresos, que en Colombia es la gran mayoría. Agarwal, Marwell & McGranahan (2017), en el caso de exenciones particulares realizadas en Estados Unidos, específicamente para útiles escolares en época de volver al colegio, no hallan evidencia de que las personas con restricciones de liquidez y/o de bajos ingresos se hayan beneficiado más que otros grupos de mejores condiciones, si bien el consumo de ese tipo de bienes sí aumentó en el agregado.
Otro análisis sobre esa medida (Ross & Lozano, 2017), aunque con otros datos, señala que la mayoría de compradores no tenía hijos y sus ingresos eran altos, lo que constituye un problema de focalización. Es decir, las personas de ingresos bajos no compran, aunque bajen precios, porque no tienen ingresos para aprovechar o porque no tienen tarjetas de crédito o débito como en el caso colombiano.
Otros análisis, como el presentado por Tax Foundation (2019) “concluyen que con este tipo de medidas se generan ahorros pequeños a poblaciones de menores ingresos, pero grandes a hogares con mayores ingresos” (aunque esta crítica podría aplicar a cualquier tipo de exención de un impuesto a las ventas). Sin embargo, en las familias de altos ingresos es dudoso el impacto que tendrá esta decisión sobre la demanda agregada, teniendo en cuenta que hay análisis sobre lo poco que ha servido determinaciones como estas en Estados Unidos, al mostrar que lo que hacen las personas es sustituir las compras en el tiempo. Dicho de otra manera, si voy a comprar un XBOX en mayo espero el 19 de junio y en últimas no representa un aumento de la demanda nacional.
Luego el análisis costo-beneficio que debe hacer el Estado es balancear la utilización de esta herramienta anticrisis, por cierto de dudoso impacto en la economía, pero que al tiempo lanza al mercado una cantidad de gregarios en tiempos de una pandemia, siendo un día anterior al día sin IVA la fecha reconocida como de mayor contagio del país, situación que amerita retomar las palabras del procurador al decir que “en un día sin IVA se perderán 100 días de aislamiento”, dando lugar a inferir que esta medida representaría en semanas futuras un significativo aumento de contagiados y de muertos; todo un contrasentido irracional desde el punto de vista de la salud pública del país.
En cuanto al análisis de los hogares, es peor: el ahorro es ínfimo mientras que la pérdida de vidas es significativa y envía un mensaje erróneo a jóvenes y abuelos que viven creyendo que no es real la existencia del virus, reafirmando así su equivocada apreciación, lo que determinará acciones que se convertirán en nuevos focos de contagio.
Estas formas de pensar considero que son de la misma estirpe de quienes deprecian el valor de la H, por ser muda, desconociendo su importancia, por ejemplo, para marcar un hiato, como en el caso de la palabra ‘buho’, con lo que se advierte al lector que hay una separación entre la U y la O y que existen dos sílabas y no una.
Estos son los miopes que en medio el esnobismo generado por el consumismo colocan la vida en el mismo nivel que las cosas que compran, cumpliendo con la idea del “use y tire” que nos ha otorgado ese consumismo y que se desplaza a la vida, donde no hay tiempo para reciclar, ni seguir usando cosas consideradas obsoletas.
Existe la obsesión de cambiar un buen celular o un televisor por uno “más moderno” sin que lo necesite, acciones que representan una vida superflua que caracteriza al consumidor compulsivo contemporáneo, aquel alienado envuelto en un mar de incertidumbre de trabajos cortos, relaciones humanas inestables, matrimonios cortos, bienes con alta obsolescencia, en resumen “una vida líquida, como una sucesión de nuevos comienzos con breves e indoloros finales”, pero que en esta ocasión puede terminar con un doloroso epitafio nacional, porque la vida no se puede remplazar.
* Economista, especialista en gerencia de la Hacienda Pública y Maestría en Administración de Empresa; docente universitario
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