Por Padre Rafael Castillo Torres *
Cada vez más la humanidad toma conciencia de que uno de los hechos más importantes y determinantes de nuestro tiempo y con consecuencias más profundas es el pluralismo. Esta cultura en la que vivimos inmersos, el desarrollo creciente de las redes sociales, de los medios de comunicación, así como la facilidad que hemos tenido para viajar en estos últimos años, nos permiten entrar en contacto con otras culturas, religiones e ideologías muy diferentes a las nuestras.
Este no es un hecho nuevo. Es algo que desde hace años se viene dando en las grandes ciudades. Es un pluralismo que hoy tiene mucha fuerza y que va entremezclando los diferentes estilos de vida, valores, creencias, posiciones religiosas y morales cada vez más. Y ello no solo ocurre en nuestra realidad como construcción social. Ocurre también en el interior de cada uno.
Frente a este hecho, son diversas las reacciones. No son pocos los que caen en un relativismo generalizado; descubren que su religión o su moral no es la única posible, y, poco a poco, van abriendo los resquicios de la duda: «¿Dónde estará la verdad?» Hay otros que se deciden por ahondar en su propia fe para conocerla y fundamentarla mejor; no faltan los que se abandonan a un relativismo total: “Nada se puede saber con certeza”; “todo da igual”; “¿para qué complicarse más?”. Otros, por el contrario, se atrincheran en una ortodoxia de ‘ghetto’ hasta caer en el fanatismo.
Es difícil para muchas personas vivir sin seguridad absoluta, sobre todo en lo que afecta las cuestiones más vitales de la existencia. Por eso, cuando el relativismo parece ya excesivo en una sociedad, es normal que el absolutismo y el integrismo doctrinal adquieran para algunos un fuerte atractivo. Hay que defender la propia ortodoxia y combatir los errores: “Fuera de nuestro grupo no hay nada bueno ni verdadero.” No hago referencia exclusivamente a una ortodoxia de carácter religioso. En Colombia tenemos algunas de orden político o ideológico, vinculadas a un determinado estilo de vida o de filosofía.
Sé que no es fácil para muchos tratar de vivir con honestidad las propias convicciones en una sociedad que parece tolerarlo todo, pero donde los fanatismos vuelven a cobrar tanta fuerza. Quienes creemos y seguimos a Jesús, estamos llamados a aprender a vivir nuestra propia fe sin disolverla ligeramente en falsos relativismos y sin encerrarnos ciegamente en fanatismos que casi nada tienen que ver con el Espíritu de Jesús a quien seguimos como Maestro.
Hoy estamos llamados a una “lealtad innegociable” con el mensaje de Jesús y su persona y a mantener una apertura honesta a todo lo bueno que se encuentra fuera de la Iglesia y del cristianismo. El mensaje de Jesús es claro: el que hace el bien, aunque no sea de los nuestros, está a favor nuestro. Ojalá también lo entendamos en estos tiempos de concertación y entendimiento.
* Sacerdote de la Arquidiócesis de Cartagena
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