Por Danilo Contreras Guzmán *
Hace mucho tiempo, no recuerdo cuanto, leí, en una versión de bolsillo de esas que se encuentran en los puestos de los libreros del Parque Centenario, ‘La Peste’, de Albert Camus. Tampoco me alcanza la memoria para narrarles a los contados lectores de estas letras cuál fue la razón para emprender aquella lectura, pero tengo la impresión de que me la impuse, tal como lo había hecho ya con ‘El Extranjero’, del mismo autor. Fue una lectura difícil, como toda imposición, pero no dudo que subrayé sin piedad aquella precaria edición, conforme suelo hacer pensando en posibles relecturas.
Pues bien, en los días en que se declaró la pandemia del nuevo coronavirus, me lancé sobre mi menesterosa biblioteca para encontrar la mencionada edición. No la encontré. Le pregunté casi desesperado a mi mujer por el librito y su respuesta no fue alentadora.
Sigo prefiriendo los libros en papel a lo que se denomina ahora “pdf”, sigla cuyo significado desconozco. Soy, a sabiendas, un analfabeta tecnológico. Pese a esto, dispuse como una de las lecturas imperativas para estos tiempos extraños la relectura de la obra citada en ese formato. Mi objetivo era y es tratar de entender lo que sucede escudriñando en la literatura. No ha sido en balde, pues esa breve novela me ha revelado muchas claves de lo que ahora nos sucede a todos.
Las subrayas en un “pdf” no son tales; se trata, debe entenderse, de sombreados, y entre las líneas que he resaltado comparto el siguiente aparte de un diálogo del protagonista Rieux: «…aquí no se trata de heroísmo. Se trata solamente de honestidad. Es una idea que puede que le haga reír, pero el único medio de luchar contra la peste es la honestidad.
-¿Qué es la honestidad? -dijo Rambert, poniéndose serio de pronto.
-No sé qué es, en general. Pero, en mi caso, sé que no es más que hacer mi oficio«.
Vislumbro en estas líneas una forma de contrastar la manera como el alcalde y las autoridades distritales enfrentan el monumental reto de una pandemia que en poco defiere a una especie de emboscada en la que caímos con los ojos abiertos pero sin ver.
Lo que hemos observado hasta ahora es un alcalde enarbolando el lema “Salvemos a Cartagena” y a algunos funcionarios a quienes considero y respeto, que incluso han llegado a auto visualizarse como ‘avengers‘, esos personajes de comics que enfrentan y derrotan espectacularmente a los malos de la película. Un discurso grandilocuente y maniqueo que me causa gran desconfianza, por las razones que intentaré exponer brevemente.
De igual manera hemos sido testigos de un inusual certamen de obscenidades protagonizado por el alcalde y algunos concejales que sin duda quedará inscrito en la historia de las incontables vergüenzas que acrisola esta ciudad heroica, mucho más si se considera que la reacción de un buen sector de la ciudadanía fue aclamar, como una especie de proeza sin par, el repertorio de improperios impartido por el alcalde a los concejales, cuyas cargas morales y legales pesan hoy más que nunca. Vaya sainete.
De la misma manera nos ha tocado el emotivo espectáculo de un burgomaestre declarando su amor a la familia cartagenera dándose pequeños golpes en el pecho. “Los amo familia”, suele decir el alcalde para rematar sus intervenciones virtuales, no sin antes calificar a sus conciudadanos de “pendejos” que andan por allí incumpliendo las ‘sabias’ reglas contenidas en los decretos distritales.
He ido construyendo la idea de que los mesianismos, los populismos (entendidos estos últimos como expresiones demagógicas), o los caudillismos de quienes más que gobernantes se nos presentan como superhéroes salvadores, son manifestaciones de autoritarismos incompatibles con la idea que profeso acerca de la democracia.
Como dice Camus en la cita que he traído a cuento, aquí no se necesitan héroes, lo que se necesita es honestidad, y esta se traduce, en concreto, en la presencia de líderes que hagan su oficio, que lo sepan hacer, o que se acompañen de quienes mejor lo sepan hacer.
Yo no pongo en duda la buena voluntad de Dau y la mayoría de sus colaboradores, pero no es con voluntarismo que enfrentamos adecuadamente este reto.
Varias preguntas me asaltan cuando escucho a Dau conminando a sus “amados cartageneros” a dejar de “andar pendejiando”: ¿Quién es el que pendejea al no anunciarle a la ciudad de dónde saldrán los recursos para proveer la Hacienda Pública para enfrentar el virus?; ¿quién pendejea al presentar al cuestionado Concejo dos medidas fiscales, una archivada y otra cuyo éxito es de pronóstico reservado?; ¿quién pendejea cuando, en vez de lo anterior, deja de evaluar medidas fiscales que induzcan la solidaridad del 10% de personas naturales y jurídicas que concentra el patrimonio y las rentas inmobiliarias de la ciudad, a través de un ajuste de las tarifas de IPU e ICA para obtener recursos frescos?; ¿quién pendejea frente al caso doloroso de John Estrada Martínez, quién padeció el paseo de la muerte por Covid-19 a sus escasos 29 años y sin ser atendido eficazmente, considerando que los resultados de sus pruebas se entregaron seis días después de realizadas pues el término anunciado a los familiares para obtenerlos fue de tres días hábiles, pero se “metió sábado y domingo”, según narró el padre del fallecido?; ¿quién pendejea en todo esto mientras el servicio de salud distrital ha salido a decir en medios que las pruebas ofrecen resultados en 24 horas?; ¿quién está pendejiando si nos han dicho que hay unos protocolos establecidos para atender casos de coronavirus y que los establecimientos de la red pública y privada de hospitales están listos para atender la crisis?; ¿quién está pendejiando cuando algunos funcionarios del Gobierno distrital meten las narices en asuntos que no son de su competencia para sugerir la contratación cuestionada de pruebas para el Covid-19 con presuntos sobrecostos?; ¿quién es el que está pendejiando si las estrategias para entregar ayudas humanitarias propician, per se, grandes aglomeraciones y no se implementan estrategias distintas?, ¿quién está pendejiando con la expedición de decretos que no se compadecen con el buen sentido, para luego salir, en una patética estrategia de comunicación, a reconocer con cierta ingenuidad que nuevamente se comenten errores?
El alcalde Dau no puede pretender que está tratando con estúpidos, pues en verdad está tratando con ciudadanos y estos merecen respeto. Que no nos metan el dedo en la boca pues lo que está en juego es la vida.
Finalizo diciendo que en la ciudad no ha habido un estallido social porque en los barrios la mal llamada economía informal ha seguido en movimiento. La gente no se dejará morir de hambre pues le teme más a este virus que al otro que vino de la China. Infortunadamente Dau no entiende esas dinámicas sociales que se mueven en las zonas vulnerables y mucho menos la idiosincrasia del pueblo que gobierna.
Más allá de los decretos que rigen para la ciudad ‘formal’, en los barrios rige el derecho natural que busca satisfacer bienes esenciales para sobrevivir y que responde a los principios de razón práctica que rigen la vida real de los seres humanos y de la comunidad mucho antes de las reglas impostadas que se imponen con poca pedagogía pero con pésimo y en ocasiones risible autoritarismo.
Como mero ciudadano sigo esperando que Dau escuche a quienes saben del oficio de gobernar primero que a sus adláteres, que le hacen un daño inmenso a él, y lo que es peor, a la ciudad.
Trátenos con respeto y dignidad, alcalde, pues los ciudadanos no necesitan padres putativos o regañones, ni superhéroes con pies de barro.
Haga su oficio con rigor atendiendo la cita de Albert Camus, pues esta pandemia no es un asunto de pendejos.
* Abogado especialista en Derecho Administrativo y magister en Derecho con énfasis en Derecho Público.
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