Por Danilo Contreras Guzmán *
En medio de la ácida polarización que vive la ciudad entre un alcalde inexperto, sin ideas políticas claras, enfrentando una situación inédita, y un Concejo desprestigiado por un prontuario de acciones y omisiones que labraron, de muchas maneras, la debilidad institucional que nos impide enfrentar adecuadamente la pandemia, me puse a revisar nuevamente los resultados de la votación en las pasadas elecciones, intentando interpretar el momento actual y las eventuales perspectivas políticas de un mundo que cambió a pesar y por encima de todos.
No dudo de la mala leche con que los sectores políticos derrotados ejercen la oposición contra el ‘disruptivo’ liderazgo de Dau que prometió extirpar la corrupción en la ciudad, objetivo que ningún ciudadano medianamente racional y honesto podría rechazar.
Los voceros más visibles de dicha oposición se atrincheran en una sólida mayoría de concejales que fatigan la sensatez con citaciones a funcionarios que más parece acoso que ejercicio legítimo del control político, a lo que se suman reiteradas quejas por la vanidad defraudada de no poder entregar mercaditos a “su gente” y tomarse la foto respectiva, como lo hace, aunque deficitariamente, el alcalde y su caravana de colaboradores en los barrios vulnerables de la ciudad.
Uno, que intenta seguir el pulso de las comunidades y sus líderes, sabe que viejos y mañosos dirigentes políticos andan por las comunidades pobres ganando indulgencias con sus propias ‘campañas solidarias’ y alebrestando al pueblo que ya padece el hambre y las dificultades propias de un mes y algo de confinamiento, para generar desórdenes que desde ningún punto de vista son deseables. Quienes suelen admirar cierto léxico que utiliza el alcalde Dau calificarán este proceder con el más agrio y procaz de los epítetos.
Sin embargo, el gobierno da papaya para que el descontento se propague: las ayudas humanitarias no fluyen con la rapidez y amplitud necesarias; “la ciudad no tiene claro si el personal de salud cuenta con el equipo suficiente para hacer frente a la pandemia y si ya se programó la expansión de camas y ventiladores suficientes”, conforme lo sostiene en su columna de hoy en el periódico El Universal el doctor Carmelo Dueñas, quien funge en la actualidad como asesor del gobierno distrital; y, lo que es peor, no se vislumbran fuentes financieras frescas que le permitan a la Administración capotear semejante temporal que amenaza con prolongarse.
Deduzco de lo anterior que ninguna de las visiones en conflicto, ni la del Ejecutivo ni la del Concejo, interpretan el querer de una masa ciudadana que suele permanecer silenciosa a la espera de alternativas que puedan ofrecer salidas nuevas e inteligentes a los problemas modernos.
La ciudad no olvida o quizás no sabe que fueron 61.250 votos en blanco y 39.083 tarjetas no marcadas, que de una u otra manera acreditan el desapego de una gran masa ciudadana (sin contar la abstención) frente a las propuestas políticas que les presentaron los candidatos en contienda en las pasadas elecciones.
Nadie puede atribuirse la facultad de interpretar o llevar la vocería de esa conciudadanía, mucho menos el autor de estas líneas; sin embargo, por haber votado en blanco, me atrevo a dejar consignada mi insatisfacción con la gestión de los actores políticos locales y la ausencia de un liderazgo que nos muestre una ruta cierta a seguir en medio de la oscura tempestad. La situación se agrava por cuenta de la mezquindad demostrada por los sectores pudientes de la ciudad cuya insolidaridad fue criticada, paradójicamente, en un editorial del diario El Universal, empresa perteneciente a un conglomerado de empresas importantes de Cartagena.
Y si esto no fuera suficiente, la cosa empeora considerando que hay temas que ahora no se discuten pero que conservan su importancia estratégica, como es el caso del Plan de Desarrollo que debe afrontar una gran prueba en los próximos días al ser presentado ante un Concejo lleno de resentimientos e incapacidades. Son muchas las críticas que ya había recogido ese documento, las cuales seguramente se acentuarán si el proyecto de plan no logra amoldarse a las nuevas realidades impuestas por el coronavirus.
Uno de los cambios más trascendentales introducidos por la Constitución de 1.991 fue pasar de una mera democracia representativa a una participativa que encuentra núcleo esencial en la institución del voto programático. El ciudadano participa genuinamente en la construcción democrática al apoyar un conjunto de ideas y proyectos condensados en los programas que los candidatos están obligados a inscribir junto con sus candidaturas.
Hasta ahora hemos visto que de las dos ideas que depósitó el doctor Dau en su programa improvisado, según su propia confesión, la lucha contra la corrupción se ha restringido al certamen de improperios en que se ha debatido la Administración y el Concejo, en tanto que la lucha contra la pobreza se circunscribe a la entrega insuficiente de mercaditos a la gente humilde. No hay una fórmula de consolidación de las denuncias por el inveterado latrocinio a que se ha visto sometida la ciudad por cuenta de los barones políticos, ni un sistema que aclimate la transparencia de la contratación. Tampoco se asoma en el horizonte administrativo una política de progresividad fiscal que haga que, por lo menos de manera extraordinaria, los super-ricos de la ciudad expresen su solidaridad social con contribuciones e impuestos al patrimonio concentrado y a los inmuebles más lujosos de la ciudad, ya que no hay campaña de donaciones que valga con ellos. Tampoco se habla de una renta mínima vital que actualice el discurso del alcalde en el sentido de “irrigar miles de millones de pesos” en las comunidades vulnerables. Mucho menos de una economía que integre a los mal llamados informales o a las mujeres cabeza de hogar que hoy padecen la violencia de género confinadas en sus hogares y cuidando a los hijos que no van a clases, con una política de ‘economía del cuidado’.
No se construye una idea de integración del campo ciudad para enfrentar el hambre que arreciará en los próximos meses. En, fin; nada, nada está claro.
* Abogado especialista en Derecho Administrativo y magister en Derecho con énfasis en Derecho Público.