«Para que las cosas sigan igual, a veces todo tiene que cambiar«, frase sugerente que recién escuché en la segunda temporada de la serie de Netflix, Distrito Salvaje, una extraordinaria producción colombiana que retrata con tino, crudeza y sin ningún tipo de censura cómo funcionan los hilos del poder en nuestro país. Nos pinta un escenario desalentador pero al tiempo nos invita a plantearnos un análisis descarnado sobre nuestra realidad política, social, económica y hasta electoral.
Pero esta expresión tiene un origen literario de mediados del siglo pasado: «Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi«: «Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie«. Así le declara el personaje Tancredi a su tío Frabrizio en la célebre novela ‘El Gatopardo’, del autor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, basada a su vez en la cita de Alphonse Karr: «plus ça change, plus c’est la même chose» («cuanto más cambie, es más de lo mismo«), publicado en 1849 en la revista ‘Les Guêpes’ (‘Las Avispas’).
La conocida frase se refiere a la capacidad de los sicilianos para adaptarse a los diferentes gobernantes de esa isla mediterránea, pero también a la intención de la aristocracia y demás élites del poder local de aceptar la ‘revolución unificadora’ y así poder conservar su influencia y poder.
Desde entonces se usa la expresión gatopardismo para señalar la actitud de “cambiar todo para que las cosas sigan iguales«, tal como lo proclama insistentemente el personaje de la novela, en el marco de un pacto con el enemigo político tradicional.
En filosofía política, se le llama ‘gatopardismo’ o ‘lampedusianismo’, a los proyectos populistas que captan la atención del electorado con un cariz de transformación política revolucionaria pero que, en la práctica, solo altera la capa superficial de las estructuras de poder, conservando intencionadamente su elemento esencial. El ‘efecto Lampedusa’ consiste, entonces, en hacer las cosas de tal modo que algo mute para que lo demás permanezca intacto. Reformas méramente cosméticas, ociosas o de distracción que se proponen para mantener los privilegios sociales y económicos de las élites de poder: ‘Cambiar todo para que las cosas sigan iguales’.
William Dau Chamat, el próximo alcalde de Cartagena, se vendió frente a la ciudad con un discurso pendenciero y radical tan vacuo como idealista, que se le irá desmoronando al pasar del tiempo y la circunstancias azarosas. Esa fiereza revolucionaria se desvanecerá al vaivén de la mareta implacable de lo público y del entorno.
Muchos de sus votantes ya le están cobrando sus acercamientos con los gremios económicos de la ciudad -corresponsables de la crisis-, un sector del uribismo, miembros de la Sociedad Portuaria, y hasta una foto con el presidente Duque. Hay incomodidades internas con la llegada al Comité de Empalme de un grueso grupo de asesores y exsecretarios que cogobernó con la exalcaldesa Judith Pinedo. Y aunque en la praxis es necesario tener relaciones cordiales de trabajo con todos los estamentos de la sociedad civil, incluido el Gobierno Nacional así no se comparta su visión de país, cuando uno ofrece un discurso tan aséptico en lo ético y frenético contra las clases dominantes para hacerse elegir, la gente no espera menos y demanda actos de significativa ‘catadura moral’, pues cada actuación, nombramiento, declaración o movimiento serán sujeto permanente de una reacción pública implacable e igual de radical y purista a lo ofrecido en campaña. A la gente le enoja la publicidad engañosa. Todos los días, no obstante, irán llegando cuervos revestidos de mansas palomas con disposición de ayuda para aprovechar que todo cambia para que todo siga igual.
Pero como la política es dinámica, noto con gracia cómo opera la teoría de la disonancia cognitiva entre algunos de sus más férreos escuderos de izquierda; esta sugiere que si en algún momento actuamos en contra de nuestras creencias y convicciones, entonces, por lo general, cambiamos, relajamos o moldeamos esas creencias para alinearlas con nuestras acciones y así no sentirnos tan mal e incoherentes. En términos prácticos, nos hacemos un pajazo mental, lo que en psicología llaman un ‘autoengaño’. «‘Wácala’, el uribismo en todas sus formas, pero como cogobernará con mi alcalde ‘anticorrupción’ no importa…«
A pesar de su perorata ‘antiestablecimiento’, el recién elegido siempre supo que no podía continuar en solitario con su cruzada quijotesca en el gobierno, pues una cosa es tirar piedras desde Instagram y otra, muy diferente, gobernar una ciudad con más de un millón de habitantes.
El Consejo Gremial de Bolívar y demás élites de la sociedad cartagenera responden a unos intereses particulares y necesitan que todo cambie para que todo siga igual. Y no está mal, pues en los últimos 20 años el desarrollo de la ciudad se ha generado a partir de lo privado. La prolongada crisis administrativa que hemos vivido ha provocado que lo público mantenga un rezago abismal, la deuda social -entonces – es inmensa. Sin embargo, rodear al ‘electo’ no era un opción sino un imperativo inmediato pues ellos necesitan cuidar sus negocios e inversiones incidiendo directamente en decisiones específicas que les sean favorables desde lo público: Estatuto Tributario, POT, Pemp, exenciones del pago del ICAT, actualización catastral, concesiones, peajes, proyectos estratégicos, APP; por eso nunca lo confrontaron ni adoptaron una posición de choque frente a un proyecto político que no ofreció más que extraditar opositores y ‘malandrines’, traer a los ‘Fondos Buitre’ de Nueva York e «irrigar los barrios con cantidades masivas de dinero«, como recién le repitió a Yamit Amat en el diario El Tiempo. Todo lo anterior, cabe aclarar, está por fuera del marco jurídico colombiano. Pura verborrea epopéyica de esa que tanto gusta en Bogotá para vender humo desde las regiones.
Nuestra clase productiva y empresarial es estratégica, pragmática, se traga los sapos con mantequilla de maní y se adapta fácilmente a las circunstancias. La consigna es una sola: «hay que rodear al alcalde«.
Pero ese halo de caudillo infalible que nunca yerra se irá apagando con los días, cuando la ciudad se dé cuenta de que todo cambió para que todo siga igual. Diariamente se irá pareciendo a lo que tanto rechazó y quienes hoy lo aplauden fervorosamente serán los mismos que mañana pidan su cabeza.
Adenda: Sería bueno que el gobierno entrante, en simultánea con su ejercicio de empalme, redactara el listado de indeseables opositores y demás ‘malandrines’ que, por no ser afín a su proyecto, va a extraditar de Cartagena; digo, para ir buscando ‘asilo’.
El ‘exveedor’ se hizo elegir a punta de hijueputazos, difamaciones y calumnias, y ahora reacciona y resopla echándole el agua sucia de sus tumbos tempranos, crisis y errores al periodismo de la ciudad. No señor, asuma su lugar y póngase a trabajar. Avisoro un panorama hostil para los opinadores, periodistas y demás voces disidentes, pues es necesario recordarle a él y a sus colaboradores que la democracia se diseñó también para otorgar garantías no solo a los perdedores sino también a los opositores. Mesura, sindéresis y buen viento.
Mario Enrique Quiroz Linch
Estás marchas y Paros son la consecuencia tan morronga de nuestro presidente Duque
Javier Alfonso Gnecco Campo.
Me resulta muy prejuiciosa y prevenida la nota. Plagada de comentarios apasionados y subjetivizados que evidentemente provienen de un espíritu a quien no le agrada ni cinco el señor Alcalde. Deje de Pontificar con sentencias nefastas que nada aportan, en vez de ser propositivo y consecuente se desbarata en condenas tempranas frente a una gestión que ni siquiera ha comenzado. Eso no es serio no profesional..
Claudia B.
Con el sólo hecho de impedir que se roben la plata, ya eso es ganancia geométrica, lo demás ya veremos, bobito no es el sr Dau…allá los que quieran armar polémica para ganar popularidad, la verdad siempre termina venciendo el ruido, la gente no es tonta.
Hernando Jose Baytter Ruiz
Hay que dejar trabajar para poder sacar concluciones, yo personalmente no vote por el, pero considero que si la voluntad del pueblo fue esa hay que respetarla