Por Luis Alfonso Ramírez Castellón *
La ciudad está de luto. El pasado sábado 9 de febrero, inesperadamente, falleció el líder social y político Gustavo Balanta Castillo, uno de los negros más universales de pensamiento que yo haya conocido, quien después de egresar de su amado Inem, otrora cantera de la cultura y el descernimiento fértil alrededor de los problemas más generales del mundo desde la reflexión crítica, constructiva, convocante y provocadora, se erigió como un defensor de las causas nobles de la cultura popular desde lo étnico, lo político y las letras.
Su fallecimiento duele porque era aún muy joven y prolífico en ideas, al punto que siempre estuve convencido de que Balanta nació ya maduro, con un aura de intemporabilidad que lo asemeja o asimila a las causas dignas y justas por las que luchó hasta el último minuto de su existencia, esa de la que él vivió orgulloso de sus ancestros y de sus orígenes y que se evidencia y se evidenció en su colorido vestir y sentir y en su prosa discursiva y poética, materializada en el bello poemario que presentó a finales del año pasado, titulado ‘Desde el Negro llegan estos Cantos’, en el que resalta con erudición y brillantez, el orgullo por su ascendencia africana y el espíritu de los afroamericanos en estas tierras macondianas, llenas de embrujos y de mitos, donde lo posible se hace imposible y lo imposible se hace posible. Todo ello, atado a la herencia del legado que nos dejaron los colonizadores y que no ha permitido el regreso de Melquiades, porque la guerra aún no ha terminado.
Al Negro Balanta siempre se le vio metido en todo lo que significara justicia y luchas por las libertades y por la paz, guardando también, siempre, el equilibrio y el respeto casi celestial por el otro o por la otra. En eso tenía una devoción sin límites, casi con una insomne entrega a la palabra empeñada, con un sentido común infalible que no concuerda con el mundo de hoy, palabra que siempre esgrimió, acompañada de su pinta afrolatinizada de defensor de los Derechos Humanos y de poeta negro y del mar, con colores llamativos a veces, y luctuosas en otras, como simbolizando el fruto de lo que era: titad África y mitad América, esa que bien describió Eduardo Galeano en el portentoso libro ‘Las venas abiertas de América Latina’, que recoge todo el dolor de la neocolonización y que explica un poco nuestra naturaleza tercermundista en la geopolítica universal lo que nos hace ser ecuménico.
Se fue el luchador, el amigo, el poeta y el palabrero; nos quedó su ejemplo y su legado, cuyas banderas enarbolaremos como un patrimonio ético y esperanzador en un país donde escasean los hombres de su talla o como alguien señaló: “se apagó una poderosa voz afro, un poeta, un defensor de la justicia y la democracia”…
Pareciera que su partida para siempre no fuese fortuita: pareciera que hubiese sido concebida por él para acompañar a los cientos de líderes sociales que han sido asesinados, no se sabe por quién; y que él, en un gesto solidario, de compañero y hermano de causa, así lo hubiese decidido, siendo, tal vez, solidario hasta en la muerte.
Paz en su tumba… ¡gran guerrero!
* Rector de la I.E. Soledad Acosta de Samper