Por Danilo Contreras Guzmán *
Hace unos días el portal La Silla Caribe publicó una entrevista realizada por Laura Ardila al dirigente Roberto Gerlein quien, para bien de su salud y quizás también para bien de la República, ya hace uso de buen retiro.
Empiezo por sostener que esa entrevista es el epítome del pensamiento retardatario que ha traído la Nación al mar proceloso de confusiones e injusticias que es hoy. Se abona a Gerlein la sinceridad de sus confesiones que rozan el cinismo. Su exposición fue desparpajada en la seguridad de que está más allá del catálogo de castigos que ofrece el capítulo de faltas contra la participación democrática consignadas en el código penal. Por eso no duda en declarar que “La fuente del clientelismo es la pobreza”, para agregar que “la gente recogía la ayuda que yo pudiera prestarle para resolver sus necesidades… Y yo no voy a decir que no hice clientelismo”.
Seguidamente trata de hundir en el cieno de sus tesis a la periodista al preguntarle “¿Cómo llegaste a El Espectador entonces?”, a lo que Laura contesta, salvándose de la trampa, aduciendo los méritos de su trayectoria: “Mandé mi hoja de vida y me llamaron”.
Algunos apartes de la entrevista se me revelan como una paradoja, pues por caminos divergentes arribo con el exparlamentario a conclusiones similares. Un ejemplo de lo anterior es la tesis de Gerlein según la cual la democracia en Colombia es ilusoria. Yo pienso lo mismo; con la diferencia de que yo me resisto a creer que la democracia es solo una quimera, en tanto que el veterano político ha vivido fomentando ese espejismo. Gerlein aduce además que la elección popular de alcaldes y gobernadores fue un cambio superficial que no transformó el hecho esencial de que es el gran capital el que determina el poder político. Nada podría agregarle Marx a este aserto, pues Gerlein como Marx reconoce que la política es una superestructura que encubre el predominio de quienes ejercen la propiedad sobre los medios de producción.
Por mi parte, además de estas razones, creo que la democracia sustancial no se realiza en Colombia por ausencia de garantías efectivas de los derechos fundamentales de todos los ciudadanos. En una democracia las autoridades deben garantizar los derechos de todos, no solo de los privilegiados. Los derechos humanos No son privilegios. Un país donde un amplísimo sector de la sociedad carece de protección al derecho fundamental a la alimentación, por ejemplo, no puede proclamarse democrático en la perspectiva de este análisis.
Pero además del clientelismo y la inequidad del predominio de poder económico sobre el poder político, el entrevistado exalta otra anomalía de nuestra democracia: el caudillismo. Gerlein lo reivindica sin limitaciones, pero yo como simple ciudadano que observa algunos hechos sociales he llegado a deplorarlo, por lo que diré más adelante.
Para sostener su elogio de los caudillos el destronado cacique barranquillero utiliza una frase de Carlyle, sin darle el crédito al ensayista escocés, al decir que “la historia de la humanidad es la historia de los grandes hombres”. Leí esa frase hace tiempo en la conferencia “De los Héroes” ofrecida por Carlyle en mayo de 1840. La oración resonó en mi mente por los lustros que siguieron pero hace poco encontré, al releer el prólogo de dicho ensayo, esta vez escrito por Borges, las razones para desengañarme del epigrama. Pude saber entonces que el autor de aquella oración épica también había dicho con desprecio que “la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan”, con lo cual Borges resalta en Carlyle a un precursor del Nazismo. Debo agregar que al reflexionar sobre el tema he llegado a pensar que el destino de los caudillos no sería nada sin la incesante trama de las biografías de hombres anónimos del pueblo que les sirven de pedestal a los héroes. Qué sería de Churchill sin el compendio de historias anónimas de los hombres que defendieron la vieja isla y de quienes Winston dijo “nunca tantos debieron tanto a tan pocos” para referirse a los pilotos británicos encargados de la defensa en la batalla de Inglaterra.
El relato del caudillismo es sin duda cautivante y ha permeado toda nuestra historia republicana. Sin embargo su atractivo no corresponde con los contenidos que deben distinguir una democracia moderna que reniega de cualquier forma de autoritarismo. Alego este silogismo para defender mi hipótesis: un caudillo es inexorablemente autoritario. El autoritarismo es la antítesis de la democracia, luego el caudillismo contraviene la democracia.
Gerlein, anacrónicamente, se aferra a este estilo del liderazgo y exclama su nostalgia por Laureano Gómez encabezando las huestes del partido conservador y no duda en citar como paradigma del prohombre latinoamericano a Perón. Vaya que son dudosos los próceres citados como adalides del gobierno del pueblo.
Las ideas de Gerlein resumidas en la entrevista dominical reseñada acreditan sin asomo de duda que nuestro sistema político es precario y que sus formas son engañosas, con tal de ofrecer cobijo a quienes se han encargado de usufructuar las posibilidades que una verdadera democracia debe distribuir con justicia entre todos los ciudadanos sin que se puedan alegar privilegios distintos al mérito.
Pese a todo, habría que leer este documento, pero con sumo cuidado, pues quien se aproxime a ese escrito desprevenidamente, muy fácilmente puede renunciar a la idea de que el mundo puede ser mejor.
* Abogado especialista en Derecho Administrativo y candidato a Maestría en Derecho con énfasis en Derecho Público.
tiedottaja
Gracias, Arregi. Amén y más.