Dudo que en el catálogo universal de la injuria pueda haber una frase más denigrante para nosotros, que aquella que inaugura la columna del profesor Álvaro Restrepo publicada en El Tiempo del 12 de noviembre: «Cartagena se derrumba y los esclavos felices ¡de rumba!»
No exagero, por varias razones. La primera: ninguna causa, por justa que parezca, puede condenar a un pueblo a NO celebrar su fiesta principal, con la que se identifica y lo identifica. Proponerlo es inaceptable.
Pero señalar de esclavos a los cartageneros por su espíritu festivo es profundamente doloroso por el pasado de esclavitud que la ciudad padeció como una minuciosa infamia indeleble. Nada puede ser peor que llamar a este pueblo, pueblo de esclavos.
Toda generalización lleva consigo una falacia. Esta no es la excepción. Este pueblo no es de esclavos y menos por expresar su alegría natural.
Lo de Restrepo no es nuevo. En los 90, tuvo lugar una controversia entre él y el difunto Jorge García Usta, quien hacía suyo, como un evangelio, el discurso de una identidad Caribe en Cartagena y la reivindicación de la cultura popular. El escenario fue el Museo de Arte Moderno en el corazón del recinto amurallado. Yo estuve allí y recuerdo la contundencia de los argumentos con que García Usta doblegó una visión similar a la que ahora expone Restrepo.
Aún hoy lo sigue derrotando. En uno de sus ensayos García Usta nos regala una cita del escritor cartagenero fallecido Germán Espinosa, que contiene esta bella descripción: “Cierto es que por aquellos años del decenio de 1940, mi ciudad natal tenía algo de despojo, de resto derrelicto. Más, en medio de ese marco ruinoso o nostálgico, pululaba la alegría afrocaribe, florecía un sentido dionisíaco de la ciudad y ni siquiera los parpadeantes interiores de las iglesias, colmados de beatas y rezanderos, lograban competir con el desafuero entronizado por la descendencia africana”.
Poco podría agregar para explicitar la naturaleza festiva del Caribe cartagenero. Solo decir que nuestra alegría no nos menoscaba. Nos enaltece y es de alguna manera una fórmula de resistencia y desprecio a los tiranos y saqueadores que nos han asediado sin pausa. Es la sabia de la ‘cartagenidad’ que predica otro apóstol Caribe, el profe Fredi Goyeneche.
Restrepo ha sido intelectualmente contumaz y su discurso ‘andinizante’ no tiene nada constructivo. No es constructivo señalarnos como conejos, ni lo es mandarnos “a trabajar, trabajar, trabajar” según la doctrina uribista de la cual se avergüenza a renglón seguido.
He visto que muchos paisanos han bajado la cabeza, tal vez por el descalabro político. Pero les digo que hay que estar muy alertas frente a este tipo de proclamas persistentes. García Usta también lo señalaba: “No entenderlo así sería volver a aceptar, en la práctica, aquella xenofobia de espíritu hispanista en principio y luego andinizante que estableció la división del trabajo intelectual en una nación en formación: el Caribe sería siempre el desorden sensorial y la imposibilidad del pensamiento, y lo andino sería siempre el ejercicio reflexivo y la posibilidad del pensamiento. Esa división, según lo ratifican frases y escritos de López de Mesa, Laureano Gómez y ‘Calibán’ tendría su razón de ser tanto en la geografía tórrida y aturdidora del Caribe, como en su composición humana y étnica de gran ascendiente africano. Este riesgo no es cosa del pasado, aún subyace o permea muchas formas de relación, incontables alusiones desperdigadas en columnistas de prensa y no pocos discursos de influencia nacional”.
Dicen que Restrepo es nuestro paisano, pues nació aquí, pero se crió en Bogotá. Al parecer este entrañable Atila del Caribe se nos quedó muy cachaco. El profesor Restrepo tiene que respetarnos, se lo exijo comedidamente, y si él es cartagenero, debería respetar su herencia y a su pueblo.
* Abogado especialista en Derecho Administrativo y candidato a Maestría en Derecho con énfasis en Derecho Público.